Escenario
Una doble encrucijada
Por Gonzalo Arias
Queda en evidencia que la utilización política de las variables macroeconómicas no es patrimonio exclusivo de los gobiernos de la tan denostada casta.

El gobierno de Javier Milei encara dos grandes encrucijadas en materia electoral donde se jugarán -en gran medida- no solo las perspectivas de consolidar o profundizar el programa económico de cara al segundo tramo de su mandato, sino también de plasmar la reconfiguración del sistema político que pretendidamente quiere impulsar para avanzar con las reformas que el oficialismo imagina en un "nuevo" Congreso.

Dos test de enorme relevancia y creciente complejidad, uno inminente -en apenas 45 días- en la Ciudad de Buenos Aires, y el otro en octubre en la provincia de Buenos Aires, que duplican las "madres de todas las batallas" que enfrenta el proyecto libertario, aunque con escenarios que -en principio- se presentan bastante diferentes: hiperfragmentación en la Ciudad, hiperpolarización en la provincia.

Un proceso electoral que, sin embargo, y pese a los lógicos matices propios de cada distrito, tiene un denominador común: trasciende el debate político y le otorga un rol gravitante a la elección legislativa, en un contexto donde la discusión macroeconómica es lo que está fundamentalmente en el centro de la disputa política. Solo así se puede comprender la particular relevancia que va adquiriendo un proceso electoral porteño con implicancias que van muchísimo más allá que las 30 bancas en juego en una legislatura que despierta poco interés -casi nulo- en la opinión pública, y con un resultado que tendrá potenciales consecuencias que se proyectarán no solo sobre los escenarios de las legislativas nacionales de octubre sino también sobre la capacidad del gobierno para sostener su programa económico en un presente difícil.

Es que es innegable que el oficialismo encara las primeras citas del calendario electoral en un clima político y económico alterado, con turbulencias cada vez más recurrentes y una conflictividad creciente, y en forma simultánea a un momento decisivo para el futuro del plan económico -el acuerdo con el FMI- y, por ende, de la propia gestión. Un gobierno que parecía -al menos discursivamente- argumentar que el dispositivo macroeconómico que había logrado construir tenía una lógica propia, más bien racional, autónoma e inmune a las vicisitudes de la siempre oscilante política vernácula, hoy no puede ocultar que la inestabilidad política y la incertidumbre económica son parte de un mismo problema.

Se cae un velo, y queda en evidencia que la utilización política de las variables macroeconómicas no es patrimonio exclusivo de los gobiernos de la tan denostada casta. Que el denodado esfuerzo por mantener artificialmente y a como diera lugar un dólar quieto con una inflación planchada, todo ello con un inocultable objetivo electoral, era una apuesta riesgosa. Que al convertir en bandera y dogma el cumplimiento de la promesa electoral de "domar" la inflación se profundizaba aún más la encerrona del cepo.

Lo cierto es que un gobierno que pensaba que podía "aguantar" hasta octubre con el libreto del 2024 y sin recurrir al FMI, se encontró muy pronto con un 2025 que plantea desafíos diferentes y genera expectativas distintas en muchos actores, no solo en los económicos, sino entre la propia opinión pública, incluso en las franjas que apoyan o apoyaban a Milei. Frente a este panorama, con un Banco Central sin espalda ni márgenes de acción para contener un dólar que muchos ven muy atrasado, lo que genera expectativas devaluatorias, tuvo que recurrir anticipadamente al Fondo.

Y, aún con algunos detalles que a cuentagotas se van conociendo del acuerdo y que se comunican con el pretendido objetivo de ofrecer mayor certidumbre, en los mercados se multiplican las especulaciones con respecto a los cambios en el régimen cambiario: devaluación, flotación con bandas fijas, eliminación del blend y fin del crawling peg, establecimiento de un piso mínimo para la cotización de la divisa, son algunas de las alternativas que se barajan en la city. Todo ello, con la sola certeza de que algo en materia cambiaria va a suceder, lo que genera incentivos para conductas que acaban alimentando un círculo vicioso que tristemente ya conocemos: importadores que aceleran compras, exportadores que evitan ventas, empresarios que limitan su stock al mínimo o que ya trasladan expectativas a precios, y ahorristas que se cubren ante los potenciales riesgos. La consecuencia, más escasez de reservas, más tensión cambiaria, mayor volatilidad, demasiada incertidumbre.

Frente a este escenario, la narrativa del gobierno ha sido, de mínima, confusa y contradictoria. Un clásico de toda intervención de Caputo en los dispositivos de la comunicación gubernamental. Toda la atención de estos días estuvo en el componente macroeconómico de la batalla cultural y, como evidencia de que el gobierno acusó el golpe, los habituales escarceos, las recurrentes diatribas, y el revisionismo anti-woke quedaron en stand-by a la espera de las definiciones económicas. Ni siquiera la candidatura del siempre locuaz Adorni en la Ciudad se llevó algo del protagonismo. Sin embargo, si la intención era transmitir confianza aduciendo que atravesamos una mera etapa de "volatilidad" que acabará por resolverse sin consecuencias gravosas ni daños colaterales significativos, el resultado no fue el esperado.

Marzo fue el peor mes en materia cambiaria desde el fulgurante ascenso al poder de Milei, consolidando una tendencia alcista en todas las cotizaciones financieras, una suba en el riesgo país, y una sangría en las ya mermadas arcas de un Banco Central que en 2023 Milei quería dinamitar y que hoy en 2025 quiere fortalecer con dólares frescos del FMI.

En este contexto, las elecciones en la Ciudad anticiparon dramáticamente a mayo unas expectativas electorales que estaban centradas en octubre, amplificando y anticipando también las expectativas económicas conforme el gobierno se aproxima a uno de los momentos más decisivos para el futuro de su gestión: poner a prueba si el postulado de la dupla Milei-Caputo de que con disciplina fiscal, inflación contenida y austeridad monetaria es posible salir del cepo sin devaluar ni provocar una corrida que se coma todos los dólares del acuerdo y, en definitiva, sin afectar la golpeada producción local y el tensionado poder adquisitivo de los salarios.

Así las cosas, la economía se vuelve a erigir una vez más en el factor central de la elección. La oferta electoral en la Ciudad puede ser poco seductora para un electorado en el que aún perviven emociones negativas respecto al pasado, pero un traspié del gobierno en el presente podría tener consecuencias que podrían amplificar -en el plano interno y en el frente externo- una potencial victoria del peronismo.

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