
El presidente viene acelerando hacia el proceso electoral en un cada vez más explÃcito proceso de radicalización. |
Ni el observador más desprevenido ni el más desapasionado de la siempre compleja y cada vez más contradictoria realidad argentina podrÃa ignorar que el particular liderazgo de Milei se cimenta, antes que nada, en la percepción que tienen amplios sectores de la opinión pública respecto a algunos "logros" conseguidos a nivel macroeconómico, fundamentalmente la baja de una inflación que para fines de 2023 parecÃa encaminarse casi inexorablemente hacia una "hiper" y la proyección de una relativa calma cambiaria tras recurrentes y virulentas turbulencias.
Más allá de que lo conseguido en el plano macro y financiero no ha despejado las múltiples incógnitas que persisten no solo con respecto al abordaje de problemas estructurales de la economÃa que permanecen incólumes ni los interrogantes respecto a las consecuencias en el mediano plazo de algunos de los pilares del plan económico, es innegable que el gobierno se apalanca en la renovación de expectativas de importantes sectores de la sociedad que, tras décadas de frustraciones acumuladas y promesas incumplidas, ven la oportunidad de un cambio profundo.
También es innegable que estas percepciones relativamente mayoritarias sobre el "éxito" de Milei a lo largo de este primer año en el poder, apuntaladas por una narrativa que identificó en la denominada "casta" a un tan discrecional como lábil y funcional enemigo responsable de todos los males heredados, se dinamizaron no solo por la buena performance de algunos indicadores macroeconómicos, el cambio de humor de los mercados financieros, o el impacto (por ahora más simbólico que real) del retorno de Trump a la Casa Blanca, sino también por una profunda crisis opositora que le permitió al gobierno avanzar, casi sin resistencia alguna, en medidas que hasta hace no mucho hubiesen resultado inimaginables.
Una oposición que si tras el sorpresivo y fulgurante ascenso de Milei al poder habÃa quedado sumida en el desconcierto y la parálisis, con el rápido y contundente avance libertario en diversos planos -no solo el económico- profundizó su crisis, aumentando los niveles de fragmentación y careciendo de un posicionamiento competitivo frente a un gobierno que no solo dominaba el escenario y hegemonizaba la iniciativa polÃtica, sino que elegÃa a quien subir convenientemente al "ring" para polarizar (Cristina) y ante cualquier atisbo de protagonismo de otro actor (Macri o Villarruel, por ejemplo) no dudada en fustigarlo o castigarlo con el selectivo dedo acusador de la "casta".
En este contexto, no es casual que se hayan generado incentivos para que no pocos referentes de espacios inicialmente considerados "dialoguistas", ya sea por convencimiento, conveniencia, pragmatismo, temor o mero instinto de supervivencia, hayan dado el salto (o piensen hacerlo) hacia un oficialismo que desde hace tiempo, sobre todo para el PRO y -en menor medida- la UCR, tiene "tranqueras abiertas". A esta altura, por cierto, está más que para el oficialismo no hay acuerdo ni coalición posible a nivel de partidos, sino una voluntad de integración que, como mÃnimo, implica la aceptación irrestricta de términos fijados unilateralmente o, incluso, la "rendición incondicional" para aquellos que otrora supieron obrar con algún margen de autonomÃa. Para el resto, incluidos muchos que o bien fueron fundadores del espacio, o que fueron claves para garantizar la aprobación de iniciativas imprescindibles como la ley bases, no se ofrece más que "entierro" o "destierro".
Sin embargo, aunque la impronta rupturista, el espÃritu mesiánico, la incorrección polÃtica y el discurso exaltado -entre otros "atributos"- fueron siempre rasgos presentes en su particular construcción de liderazgo, el presidente viene acelerando hacia el proceso electoral en un cada vez más explÃcito proceso de radicalización. Un proceso que encontró en el destemplado e inoportuno discurso de Davos un hito importante, y en el desafiante y auto celebratorio mensaje de apertura de sesiones del Congreso un corolario que da cuentas de una voluntad de avanzar a como dé lugar.
Una voluntad que venÃa planteando discursivamente, que ya tuvo una plasmación normativa la pasada semana con el polémico nombramiento por decreto de jueces de la Corte a horas del final del receso legislativo, y que resonó como amenaza ante el Congreso durante su discurso ante la Asamblea Legislativa: la voluntad de avanzar aun tensando y forzando los mecanismos institucionales y las instituciones republicanas (incluida la Constitución), entendiendo ya no solo que el acompañamiento de un sector importante de la opinión pública lo habilita, sino que también lo avalan las fuerzas del cielo y lo asiste la razón. Una visión que parece omitir el carácter volátil de la opinión pública, sobredimensionar los alcances de la legitimidad de origen, e incluso desconocer la propia naturaleza del sistema representativo.
Ante un liderazgo que insinúa mucho más que el viejo y conocido -aunque también peligroso- proyecto hegemónico, dando cuenta de una visión totalizante del poder que, tensando al máximo los lÃmites institucionales y principios republicanos, exhibe ya sin tapujos evidentes y preocupantes filones autoritarios, la oposición enfrentará más temprano que tarde una encrucijada histórica.
La disyuntiva ya está planteada, y seguramente seguirá presionando ante cualquier atropello oficialista: la de encontrar un elemento galvanizador que aglutine a la oposición en torno a la defensa de la institucionalidad republicana.
Una realidad que ya interpela y que ofrece además una oportunidad única para una oposición que todavÃa no hacer pie, pero cuya concreción está plagada de obstáculos. Es que, aunque esta semana, tras el destemplado y desafiante discurso de Milei en el Congreso, y hechos lamentables como la presunta intimidación al diputado Manes, el absurdo pedido de renuncia al gobernador bonaerense, las restricciones al trabajo de la prensa y la repitencia de agravios hacia medios y periodistas, hubo algunos acercamientos importantes entre sectores de la oposición para buscar "cerrar filas" y activar el "sistema de frenos y contrapesos" a través del avance en la investigación del cripto-gate en Diputados o el rechazo de los pliegos de la Corte en el Senado, aún falta mucho para consolidar ese camino.
Lo cierto es que aún priman las desconfianzas mutuas, los cálculos cortoplacistas, el temor ante un enfrentamiento con el gobierno que los deje del lado de la "casta" y, como siempre, la tradicional "hoguera de vanidades" de la polÃtica argentina: desde las suspicacias en torno a una estrategia kirchnerista para capitalizar electoralmente esta agenda, la falta de interés de la mayorÃa de los gobernadores en enfrentarse con el presidente en un año electoral, hasta la esperanza que aún tienen algunos referentes del PRO y la UCR de cerrar alguna suerte de acuerdo electoral con el oficialismo.
Asà las cosas, aunque en estos momentos el gobierno se sienta empoderado por algunos logros y envalentonado por los niveles de apoyo de la opinión pública, y en tiempos en que la racionalidad y la moderación no coticen ni polÃtica ni electoralmente, el gobierno continúe avanzando con displicencia y desinterés por la forma y el fondo, resulta peligroso subestimar a democracias, que aun de baja intensidad como la nuestra, tienen anticuerpos, aunque puedan tardar en activarse.
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