Editorial
Sin amor, que nos una el espanto
Por Gonzalo Arias
Los gestos de las últimas horas son un buen indicio para intentar torcer el rumbo de una coalición opositora que arrastra el peso de la herencia de su propia gestión.

Tras un largo tiempo hegemonizado por disputas cada vez más virulentas, guerras de egos que parecían no tener fin, fuertes diatribas, y tensiones constantes que obturaban cualquier atisbo de construcción programática, los principales referentes de Juntos por el Cambio parecen haber comenzado a comprender que si aspiran a erigirse en una alternativa competitiva para disputar las elecciones presidenciales -y las de la provincia de Buenos Aires- es imprescindible "parar la pelota", dar señales concretas de unidad (aún en la diversidad), y mostrar los lineamientos generales de un programa que ofrezca propuestas para superar la profunda crisis que atravesamos los argentinos.

No es una tarea fácil, las desconfianzas mutuas, viejos recelos y heridas sin cicatrizar aún están a la orden del día y afloran ante la coyuntura electoral. Y ya no se trata solo de las rencillas de vieja data, como las tensas relaciones entre el macrismo y el grueso de los radicales, o las diferencias entre los denominados "halcones" y "palomas" del PRO. Si bien estas disputas no están del todo saldadas, en los últimos tiempos han aflorado otras como las diferencias entre Macri y Rodríguez Larreta, la decisión de este ultimo de desdoblar los comicios, la "cuestión capital" de las candidaturas porteñas, la incorporación de Espert y su sector libertario, entre otros factores que han venido configurando una verdadera "hoguera de vanidades".

En los últimos días, está dinámica a todas luces autodestructiva y cuasi caníbal pareciera haber comenzado a mostrar evidencias de cierta distensión. Aunque aún es demasiado pronto para hablar de una tendencia que pueda sostenerse en el tiempo, algunos gestos recientes parecen abrir una venta de oportunidad para ello.

Así, tras la foto de "unidad" que la cúpula del PRO escenificó a finales de la semana pasada, esta semana comenzó con una reunión de los equipos económicos de JxC con vistas no sólo a analizar la crítica situación económica que se aceleró las últimas semanas sino a avanzar finalmente con la propuesta de consensuar un plan económico con lineamientos comunes para todos los precandidatos del espacio.

Estos evidentes gestos de "unidad", aunque importantes, no son fruto tanto de convicciones dialoguistas ni resultantes de un presunto "espíritu coalicional", sino consecuencia de la imperiosa necesidad que surge a la luz de la cruda realidad actual. Una difícil coyuntura que, en el caso de JxC, se explica por la confluencia de una serie de factores de diversa índole.

En primer lugar, la brusca aceleración de la crisis económica, materializada en la persistencia de la alta inflación (7,7% en marzo) y la corrida cambiaria de la pasada semana que llevó al dólar casi a perforar la barrera de los 500 pesos. En este contexto, una luz de alerta se encendió en las diversas terminales de una oposición que consideraba que con el ingreso de Massa al gobierno se trataba de una crisis "administrada" y que, a la luz de los acontecimientos recientes, se revela como un proceso con consecuencias inciertas e imprevisibles.

En segundo lugar, la constatación de que la "marca" Juntos por el Cambio ha venido estancándose en las encuestas, e incluso perdiendo algunos puntos en relación a mediciones del pasado año, lo que da cuentas de que el proceso interno de disputa por los liderazgos ha venido horadando la capacidad del espacio para capitalizar los evidentes fracasos del oficialismo.

En tercer lugar, el rutilante ascenso del libertario y outsider Javier Milei, que ya no sólo ha pasado de ser un "tercero incómodo" para consolidarse como contendiente en un escenario electoral de tercios imperfectos, sino que también ha venido en las últimas semanas dominando la agenda con proyectos e ideas. Más allá de la opinión que se pueda tener en relación a la viabilidad y conveniencia de algunas de sus propuestas, como la relativa a la dolarización, lo cierto es que hasta el momento es el único precandidato que ha logrado que estas sean parte de la discusión pública, forzando así a sus adversarios a discutir en su terreno. Como si fuera poco Cristina Fernández de Kirchner pareció elegirlo como nuevo eje para su vieja estrategia de polarización, como quedó en evidencia tras los virulentos ataques que le dirigió durante su "clase magistral" de la semana pasada en La Plata.

Así las cosas, un espacio que hasta hace muy poco creía que la "suerte está echada" y que el gobierno se enfrentaba a una dura e inexorable derrota, hoy reacciona con perplejidad a una realidad que muestra una volatilidad propia de tiempos de crisis profundas, de verdaderas "encrucijadas" históricas que demandan mucho más que meros cálculos electorales y conductas pragmáticas.

La percepción de una inevitable llegada al poder desde el próximo 10 de diciembre disparó una interna a cielo abierto por conquistar los cargos más importantes en juego que llevó a sus principales contendientes a estar más pendientes de los "microclimas" internos que de los climas de opinión pública que dan cuentas de la generalización de sentimientos como la frustración, el hastío y el enojo que, naturalmente, buscan algún cauce para expresarse dentro de la oferta electoral existente.

En este contexto, los gestos de las últimas horas son un buen indicio para intentar torcer el rumbo de una coalición que no solo no ha logrado superar la crisis de liderazgos y las disputas internas, sino que también arrastra el peso de la herencia de su propia gestión, sin ofrecer un programa renovado y creíble para abordar los desafíos que plantea la profunda crisis económica, política y social que atraviesa el país. Habrá que ver si aún es posible recuperar el valioso tiempo perdido.

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