Editorial
Límites de la nueva campaña de la bronca
Por Gonzalo Arias
Milei y sus estrategas parecieran creer que mostrar los proclamados "logros" económicos no será suficiente para sortear con éxito el proceso electoral y que se necesita apelar a algo más.

Tras las turbulencias y zozobras que experimentó en el lapso comprendido entre el destemplado e inoportuno discurso en el Foro de Davos (23 de enero) y el debut del nuevo esquema cambiario tras el forzado acuerdo con el FMI (14 de abril), caracterizado por recurrentes errores no forzados, negligencias, desbordes, daños autoinfligidos y otros factores que horadaron la imagen y aprobación del gobierno, Milei parece querer aprovechar la recuperación de la iniciativa política y la renovada gravitación política para meterse de lleno en la "batalla" electoral.

Si bien a esta altura ni el observador más desprevenido del fenómeno libertario podría ignorar que la intransigencia, la crispación, la agresividad, la verba inflamada, los rasgos mesiánicos o la impronta disruptiva, son rasgos característicos (sean innatos o impostados) de la imagen que proyecta el presidente y el posicionamiento que ha construido en el sistema político, resulta a todas luces evidente que el relanzamiento de la "campaña de la ira" (por momentos rayana con el "odio") que comenzó a crecer desde hace poco más de dos semanas parece ser más una táctica electoralista que una actitud espontánea derivada de los conocidos atributos del liderazgo mileísta.

Un Milei en modo electoral que, por cierto, ya conocemos de la campaña presidencial 2023. Un Milei que mostrándose tan implacable e inflexible como diferente y rupturista frente a los sindicados como responsables de la "decadencia" argentina (la "casta"), supo y pudo conectar con una ciudadanía hastiada por el patrón de frustraciones acumuladas y promesas incumplidas de los sucesivos gobiernos.

En este marco, pareciera que una vez superado el primer test de los mercados tras la liberalización parcial del mercado cambiario que tuvo que implementar tras el anticipado acuerdo con el FMI, Milei liberó todas las energías contenidas y comenzó a tener un mayor margen de autonomía para atender las inminentes necesidades electorales, apenas a cuatro semanas de una elección porteña que la propia torpeza del gobierno llevó a nacionalizar y convertir en una suerte de "ensayo general" y plebiscito de cara a las generales de octubre.

Convencido de que -al menos por ahora- no está en riesgo ni la estabilidad cambiaria ni la inflación (más allá de lo que puedan arrojar los datos de abril), es decir, el principal activo político-electoral del oficialismo, Milei y sus estrategas parecieran creer que mostrar los proclamados "logros" económicos no será suficiente para sortear con éxito el proceso electoral y que se necesita apelar a algo más.

Volvió así el Milei en "modo diablo", el que ataca, insulta, grita, y descalifica, tanto en las cada vez más escasas apariciones televisivas en programas "amigos" como en su cada vez más frenética actividad en las redes sociales, donde reproduce y comenta a diario cientos de posteos de militantes y referentes de su espacio. La idea pareciera ser recuperar al Milei que enfundado en su característica campera de cuero, con el pelo revuelto y la "mirada de fuego" se enfrentaba con vehemencia y temeridad, primero como panelista de los programas televisivos y luego como candidato a presidente, a los "poderes establecidos", al status quo o, lo que es lo mismo de acuerdo a la narrativa libertaria, a la "casta empobrecedora" responsable de los problemas de los argentinos.

La diferencia, al menos en lo que se evidenció estas últimas semanas, es que para este proceso electoral parece haber "elegido" y definido con mayor claridad a los "enemigos", refinando un concepto que en su acepción original (la casta) era de fronteras más lábiles, de contornos más difusos y susceptibles de definiciones más arbitrarias.

Al menos hasta hoy, los blancos elegidos por Milei parecen ser esencialmente dos: en primer lugar, el periodismo, al que parece peligrosamente impugnarse en tanto profesión más allá de los brutales e infundados ataques personales a reconocidos profesionales de diversos medios (en algunos casos apelando incluso a fake news o a tergiversaciones cercanas a la falacia del "hombre de paja" con la que tantas veces se ha victimizado el propio Milei). Y, en segundo lugar, el kirchnerismo (plasmado en el slogan "libertad o kirchnrismo"), con el que Milei retoma la estrategia polarizadora con ese espacio, pretendiendo arrebatarle al Pro esa bandera, no solo para potenciar a Adorni como candidato en la Ciudad sino también para terminar de destruir al partido fundado por Macri, consumando la anunciada "sangría" de sus dirigentes hacia las filas libertarias y aspirando a hegemonizar el espectro que va del centro derecha a la extrema derecha.

En este marco se entiende el revitalizado interés en el proyecto de "ficha limpia" (que por estas horas se votará en el Senado) después de varias postergaciones adjudicadas al gobierno y denuncias de supuestos "pactos" con el kirchnerismo, y que ahora el oficialismo abraza no solo para no dejarle servido en bandeja el trofeo al PRO y su principal candidata en la Ciudad (una de las impulsoras de la iniciativa) sino también para reactivar la dinámica polarizadora con el kirchnerismo en general y Cristina Fernández en particular.

Lo cierto es que más allá de lo que suceda en el recinto del Senado y las repercusiones posteriores a que ello diera lugar, habrá varias incógnitas que develar con respecto a este retorno de Milei al modo electoral. En primer lugar, cuál será la efectividad de esta estrategia, entendiendo que toda estrategia es única y cada contexto es distinto, por lo que resulta riesgoso creer que lo que funcionó en 2023 tiene vigencia para todo tiempo y lugar. En segundo lugar, si Milei podrá compatibilizar esta versión electoral que parece querer retroceder el tiempo a 2023, cuando era un outsider sin estructura ni nada que perder, con un presidente que no solo aún tiene desafíos muy complejos que afrontar en materia de gestión sino que también tiene que procurar proyectar confianza.

Así las cosas, habrá que ver si Milei tendrá margen para convertirse en una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde libertario, para ponerse por algunas horas al día la campera de cuero, gritar y sembrar caos, para luego volver al traje y corbata y al pragmatismo con el que su cargo lo ha llevado a conducirse (y a menudo contradecirse) para lograr construir una base mínima de gobernabilidad.

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