Editorial
Milei versus Milei
Por Gonzalo Arias
Milei y sus estrategas se deslizaron hacia un peligroso terreno de "lugares comunes" y errores evitables.

Pese a que el gobierno se empecina en comunicar que el "cripto-gate" ya es un tema superado, que los "ruidos" que persisten son producto de los intentos de aprovechamiento de sectores opositores, y que no hay ni habrá ningún daño para el presidente, el escándalo está lejos de diluirse y, en tanto aún hay demasiadas preguntas sin respuestas e incógnitas sin despejar, sus consecuencias son aún imprevisibles.

Aunque Milei y su círculo de funcionarios más cercanos realmente estuviesen convencidos de que con el tuit aclaratorio tras haber difundido por casi cinco horas una operación financiera de dudosa procedencia y manifiesta opacidad, y la posterior entrevista grabada y editada con un periodista a todas luces "amigable" en la que procuró minimizar lo ocurrido reduciéndolo a un simple "cachetazo", a esta altura ya no caben dudas de que el propio Milei y, especialmente lo que reivindica como atributos de su liderazgo (espontaneidad, temeridad, soberbia, falta de corrección política, entre otros) y su tan desprolijo como displicente sistema de toma de decisiones, fueron los únicos responsables de lo que acabó por configurar la primera gran "crisis" política del oficialismo.

El gobierno inicialmente pareció reconocer que existía tal crisis y avanzó incluso en una estrategia para gestionarla, operación que remite a los esfuerzos -y no solo en materia de comunicación- para contener sus alcances y mitigar sus efectos. Sin embargo, pronto quedó claro que muchos de los déficits de los que adolece el gobierno libertario también se replicaron a la hora de intentar gestionar "exitosamente" esta crisis.

Son varios los errores cometidos en ese plano, más allá de que en un principio el gobierno pareció entender la trascendencia y gravedad de lo ocurrido. Es que tras la siempre positiva asunción de responsabilidad y el anuncio de medidas tendientes al esclarecimiento de lo ocurrido -aunque puedan haberse percibido insuficientes-, muy pronto Milei y sus estrategas y comunicadores se deslizaron hacia un peligroso terreno de "lugares comunes" y errores evitables.

No solo me refiero al riesgoso intento de minimizar los alcances de la crisis, retomando la agenda habitual, sin parecer dispuesto a realizar ajuste alguno ante un hecho que claramente fue producto de -siempre asumiendo la poco convincente hipótesis de un ingenuo error presidencial- un mecanismo de toma de decisiones y de gestión de asuntos de interés público que claramente falló.

¿Por qué un presidente, que no solo fustiga desde una supuesta "superioridad moral e intelectual" a los "no la ven" y que además se postula como candidato al premio nobel de economía, difunde en sus redes sociales una operatoria con criptoactivos que tiene una clara impronta especulativa?, ¿quién o quiénes le dieron acceso a los personajes detrás de esta operatoria para llegar al presidente y otros referentes del gobierno?, ¿los funcionarios del área económica estaban enterados de lo que haría el presidente? ¿quiénes son realmente quienes ganaron cifras astronómicas en tiempo récord, no solo a costa de inversores desprevenidos sino apalancándose de la información privilegiada de que el presidente difundiría el cripto-activo? En definitiva, demasiadas preguntas que difícilmente puedan quedar sin respuestas si se quiere reestablecer el orden y la tranquilidad, y transmitir a la sociedad que no solo se está en control de la situación sino renovar la confianza en el futuro.

Minimizar la situación es solo uno de los indicios de un problema más grave en la gestión de esta crisis, y que deriva de la incapacidad o falta de voluntad evidenciada por el gobierno a la hora de delimitar con claridad qué fue lo que sucedió y por qué sucedió. Y es aquí donde residen los principales prolegómenos de una crisis que no solo aún tiene muchos cabos sueltos que podrían seguir horadando la confianza en el gobierno, sino que en tanto no hay intervención alguna sobre el mecanismo que la hizo posible, es muy proclive a repetirse.

Es que la crisis, que golpeó nada más ni nada menos que en la línea de flotación del denominado "triángulo de hierro", dejó en evidencia que la promocionada "guillotina política", aunque una herramienta cruel, es mucho menos generalizable que su versión jacobina que la popularizó durante la revolución francesa. Cuesta, en este sentido, encontrar a alguien más responsable de lo sucedido que a alguno -varios, incluso todos- de los vértices de ese triángulo que otrora se consideraba irrompible.

Por otra parte, el gobierno parece confundir lo que aparece a priori como la manifestación percibida de "la crisis" con el verdadero corazón de la misma: la crisis -en sentido estricto- no radica en el tuit fijado por el presidente en red X, sino en lo que el clásico libro de Luciano Elizalde sobre la temática ("Estrategia en las crisis públicas", La Crujía, 2011) identifica como el proceso de disenso y las consecuencias resultantes según la evaluación social que se hace de los hechos y responsables: la improvisación, la soberbia presidencial, el creciente verticalismo y personalismo del gobierno, la incontinencia verbal del presidente en las redes, la responsabilidad de los "guardianes" de la oficina presidencial (gatekeepers), entre otros aspectos que proyecta la "crisis".

En este contexto, aunque desde el gobierno estén convencidos que el escándalo no solo pronto quedará enterrado por "buenas noticias" e incluso celebren la supuesta recuperación de la iniciativa política con medidas como una victoria legislativa como la suspensión de las PASO o el golpe de efecto como el nombramiento de jueces de la Corte, sino que tampoco dañará -al menos significativamente- la imagen presidencial ni le restará votos en octubre, lo cierto es que de persistir las condiciones que generaron la crisis (el particular y cerrado mecanismo de toma de decisiones, a menudo irreflexiva inconsulto), es probable no solo de que el riesgo de que se repitan sea mayor sino que la propia confianza en la gestión comience a horadarse incluso entre quienes apuestan a que al gobierno le vaya bien (tanto ciudadanos como actores económicos)

Por ahora, los efectos tanto en lo que respecta al apoyo de la opinión pública (las encuestas evidencian por ahora leves movimientos negativos) como a los mercados (leve retroceso del Merval y bonos en Wall Street y repunte del riesgo país nuevamente por encima de los 700 puntos) parecen no ser tan significativos.

Tanto los logros del Gobierno en materia económica como el panorama de la oposición siguen ayudando a amortiguar los daños: los datos de inflación, el avance hacia un acuerdo con el FMI (aún con los interrogantes respecto al cepo y la devaluación), las tribulaciones de un radicalismo que nuevamente atraviesa una agonía y las funcionales embestidas y diatribas de una Cristina Kirchner que, al mismo tiempo, se enreda en una interna fratricida en la provincia de Buenos Aires, son un bálsamo transitorio para las heridas. Con la incógnita, cabe aclarar, del PRO y Macri, que no solo puede encontrar un respiro a la "sangría" de dirigentes sino incluso animarse a aprovechar un posicionamiento diferencial basado en una identidad propia que, aunque implica algún trago amargo en el corto plazo, podría rendir sus frutos más adelante.

Sin ofrecer certezas ni aclaraciones que disipen los trascendidos y lógicas especulaciones, una vez más, es probable que todo -o casi todo, por lo menos de cara a octubre- dependa de la economía, lo que aún en un escenario positivo dependerá de que los gestos políticos de Milei acompañen y apuntalen ese proceso para despejar ya no solo cualquier atisbo de desconfianza en el plano de las expectativas sino, más importante aún, para proyectar la imagen de un liderazgo capaz de enfrentarse a las manifiestas fragilidades de un país que -pese a los que se apresuran en anunciar "milagros'- aún esta varado en el purgatorio.

Narrativa versus realidad; candidato versus presidente; personaje versus líder; en definitiva Milei versus Milei. Esa es, por estas horas, "la" cuestión a resolver.

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