Editorial
Entre la sorpresa y la autoindulgencia
Por Gonzalo Arias
Un Milei en cuyo credo ni praxis tiene incorporado el diálogo y la negociación, ¿avanzará con cambios profundos?

La semana posterior a las tan esperadas elecciones de medio término luce, sin dudas, muy diferente no solo a lo que proyectaban la gran mayoría de las encuestas, sino a lo que marcaban las expectativas que tanto el oficialismo como las principales expresiones de la oposición tenían respecto al potencial mensaje de las urnas.

Es que el resultado sorprendió incluso a los propios libertarios, que desde la derrota bonaerense del 7 de septiembre y las turbulencias políticas y económicas posteriores, habían recalibrado sus objetivos iniciales, imaginando un escenario mucho más modesto que el de "arrasar" para "pintar el mapa de violeta". Más aún, sabiendo que la propia historia reciente indicaba que las elecciones de medio término se habían revelado como un difícil obstáculo para los oficialismos: en tres de las últimas cuatro elecciones (2009, 2013 y 2021) perdió el gobierno de turno.

Una sorpresa que, en este contexto, no radica tanto en el triunfo libertario en el agregado de votos a nivel nacional, sino en la magnitud, la contundencia y la extensión territorial del mismo. El gobierno, que imaginaba un escenario de paridad con el peronismo, y que parecía aspirar a estar cerca de un techo que estimaba en torno a los 35 puntos, no solo superó los 40 puntos, con una diferencia de casi 10 puntos sobre el peronismo, sino que se alzó con la victoria en distritos clave. De un escenario en el que proyectaban triunfos en apenas 5 provincias (Mendoza, CABA, Salta, Tierra del Fuego y Entre Ríos), pasó a imponerse en 16 de los 24 distritos, con resonantes victorias por amplio margen frente a los oficialismos locales en Córdoba y Santa Fe, y un ajustado aunque sorprendente triunfo en Buenos Aires, donde tras los forzados cambios tras la "salida" de Espert descontó 14 puntos respecto a las elecciones provinciales.

Un triunfo que sorprende también por el contexto político y económico en el que el oficialismo encaraba estas elecciones en las que durante el primer semestre del año había cifrado altas expectativas, convirtiéndolas en una suerte de plebiscito nacional, y que tras el "salvataje" estadounidense se habían erigido casi en condicionante para cualquier ayuda del "amigo americano". Un contexto que exhibía un gobierno debilitado por la combinación entre una severa crisis política -acelerada tras la derrota bonaerense- que lo había llevado a perder el control de la agenda, las recurrentes turbulencias en los mercados, el retorno de la recesión, y la sucesión de escándalos de presunta corrupción, que no solo había amplificado la incertidumbre sino recrudecido las internas palaciegas, horadado aún más la gobernabilidad y generado preocupación ante un potencial escenario de extrema debilidad.

Sin embargo, pese a lo categórico de un triunfo que los pronósticos más favorables al oficialismo proyectaban como mucho más exiguo, difícilmente pueda hablarse de un "cisne negro" que habría operado como un factor oculto e imprevisto, ya que los fenómenos y las variables que pueden explicar lo sucedido no solo son múltiples sino también visibles. En este sentido, a manera de hipótesis preliminares -sin pretensión de exhaustividad-, son varios los potenciales factores explicativos de lo sucedido.

En primer lugar, resulta evidente que el oficialismo se vio favorecido por al ausentismo -se registró la participación más baja desde el retorno a la democracia-, con más de 10 millones de personas que no fueron a votar y entre los que presumiblemente habría amplios sectores desencantados, frustrados o hastiados por la asfixiante situación económica pero que, o bien no encontraron otras expresiones políticas u ofertas electorales para expresar ese descontento, o bien no estaban convencidos de castigar explícitamente al presidente.

En segundo lugar, en un escenario de brusca caída de la participación, donde la disciplina estratégica siempre recomienda asegurar las bases propias, LLA logró fidelizar un voto duro que le había sido esquivo en las elecciones bonaerenses, y que se habría activado no solo ante la agitación del miedo al pasado representado por el kirchnerismo sino también ante la perspectiva de que un resultado negativo dejara al gobierno en una situación de extrema debilidad.

En tercer lugar, en el marco de una campaña fuertemente polarizada y de impronta eminentemente negativa, donde las dos principales fuerzas en pugna apelaron al miedo, pareció primar el temor al retorno al pasado que al accionar de un gobierno al que todavía -aún entre los que tienen algún reparo respecto a la situación económica o alguna política específica- un sector de la opinión pública pareciera concederle crédito de cara al futuro. En este sentido, el inédito apoyo de los Estados Unidos no solo podría haber tenido impacto positivo en los mercados, sino también a nivel de las expectativas en ciertas franjas del electorado respecto a la evolución de la situación económica del país -y la personal- de cara al segundo tramo del mandato.

En cuarto lugar, no puede tampoco soslayarse la falta de renovación en el peronismo, con candidatos que -en su mayoría - claramente expresaban ese pasado cuyo potencial riesgo el gobierno azuzó durante la campaña, sumado a la subestimación de la movilización electoral del gobierno y la sobreestimación del impacto de la situación económica y los escándalos de presunta corrupción sobre el comportamiento del electorado que acompañó a Milei en el ballotage de 2023. Un error estratégico de un peronismo que solo se mantuvo unido por el "oxígeno" que le dio la victoria de septiembre en Buenos Aires, y que casi no hizo campaña ni expuso propuestas para posicionarse como alternativa, pareciendo creer en la funcionalidad de la máxima napoleónica de "nunca interrumpir al enemigo mientras se está equivocando"

En quinto lugar, también puede hablarse de un error estratégico de los gobernadores de Provincias Unidas que, en el contexto de una elección muy polarizada se inclinaron por "nacionalizar" la elección en lugar de apostar a lo local. En este marco, la performance de los oficialismos en Córdoba o Santa Fe, contrasta con la de otros gobernadores como Sáenz en Salta o Figueroa en Neuquén que, con armados, posicionamientos y discursos anclados en lo local, pudieron redondear una performance digna en un escenario muy complejo y polarizado.

Por último, en una enumeración de hipótesis que no pretende ser exhaustiva ni agotar el debate, se destaca también la alta funcionalidad de la estrategia polarizadora que, sobre todo en distritos clave por su peso en el padrón como Córdoba y Santa Fe, le permitió a LLA evitar la fuga de votos hacia Provincias Unidas y concentrar el voto antikirchnerista (o directamente, antiperonista), que ha mostrado una vez más su vitalidad como clivaje electoral. En este sentido, no resulta casual un resultado que es casi calcado respecto al 41,75% que obtuvo Cambiemos en las legislativas de 2017.

Lo cierto es que una victoria cuya dimensión no estaba ni en los propios planes de los más optimistas oficialistas le insufló nuevos bríos políticos e indispensables dosis de oxígeno económico a un gobierno que hasta hace muy poco parecía languidecer, a la vez que plantea nuevos interrogantes respecto a la forma en que el presidente gestionará dicho resultado y encarará el segundo tramo del mandato.

Como es sabido, no solo Washington y Wall Street, sino varios actores en el frente interno -incluso muy cercanos al oficialismo- le han venido planteando al gobierno la necesidad de ampliar sus bases en la búsqueda de mayor gobernabilidad, evitar traspiés y daños autoinfligidos, y dotar de sustentabilidad al programa económico a través de la construcción de consensos en torno a una serie de reformas estructurales.

Un camino que, por cierto, el propio Milei se encargó de abonar en las semanas previas a la elección, con un acercamiento a Macri, promesas de convocatoria a gobernadores, cierto esfuerzo de moderación discursiva y, fundamentalmente, con el anuncio de una reorganización profunda del gabinete.

Ahora bien, cabe preguntarse después de la categórica victoria: ¿ese nuevo camino esbozado frente a las necesidades de una campaña sobre la que se cernían pronósticos sombríos sigue en pie? Un Milei en cuyo credo ni praxis tiene incorporado el diálogo y la negociación, ¿avanzará con cambios profundos o, frente a la contundencia del resultado, habrá de primar la autocomplacencia y la autoindulgencia de que al final las cosas no estaban tan mal ni el gobierno estuvo tan errado?

Todos interrogantes que irán despejándose con el transcurso de los días, aunque más allá de la convocatoria a un grupo de gobernadores (que excluye a varios), ya en el discurso del domingo a la noche hay algunos indicios de que muchas de las cosas que estaban en entredicho en las semanas previas a la elección quedarán como estaban: no solo hubo un fuerte respaldo a los dos puntales del triángulo de hierro (Santiago Caputo y Karina Milei), lo que equivale a revalidar el sistema de toma de decisiones en el gobierno, sino que también se ratificaron a figuras altamente cuestionadas en los últimos tiempos (como Martín Menem), se empoderó todavía más al equipo económico con su expansión hacia la cancillería, y se dilataron los prometidos cambios en el gabinete.

Así las cosas, un oficialismo fortalecido y empoderado por el resultado, que superó con creces la meta del tercio de legisladores para blindarse frente a nuevas ofensivas opositoras, pero que todavía necesita de la oposición dialoguista para avanzar en reformas legislativas, ante una nueva e inesperada oportunidad para construir un oficialismo más amplio y estable, parece nuevamente envalentonado y seducido por los cantos de sirena de los sueños hegemónicos y delirios mesiánicos, que lo alejan de cualquier intento de apertura a otras fuerzas y potenciales aliados.

En este contexto, quizás debiera tomar nota de lo que le ocurrió a Menem en 1995, cuando pese a los escándalos de corrupción que acosaban al gobierno, obtuvo más votos que en 1989, para apenas un mes después adentrarse nuevamente en una crisis económica y social de grandes proporciones disparada por el crecimiento exponencial de la desocupación.

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