Editorial
El tango de Milei y Cristina
Por Gonzalo Arias
Es una puesta en escena que por ahora evidencia el reciproco compromiso implícito de no incurrir en golpes bajos ni ataques personales, entendiendo que para ambos es hoy una estrategia "win win".

Tras haber cumplido ya más de diez meses en el "sillón de Rivadavia", y cuando la mayoría de las encuestas comienzan ya a mostrar un lento pero perceptible declive en los niveles de aprobación de la gestión en consonancia con la persistencia de la recesión y la falta de indicios claros respecto a la salida, para "fortuna" de Milei reapareció Cristina Fernández de Kirchner.

Si bien es cierto que la ex mandataria nunca se había retirado de la escena política, había adoptado un particular y atronador silencio que, no pocos analistas, atribuían a la convicción de que más temprano que tarde la realidad le habría de mostrar a Milei ciertos límites infranqueables para sus aspiraciones reformistas.

Lo cierto es con un gobierno libertario que hace varios meses cruzó el Rubicón de la "luna de miel" que ostentan todos los presidentes electos y que, pese al brutal ajuste y la recesión rampantes, logró cierta estabilidad basada en el apoyo de amplios sectores de la opinión pública, la ex mandataria parece haberse decidido por una estrategia más ofensiva. Aunque sin aventurarse aún a una confrontación abierta que incluya la movilización y protesta, claramente eligió -con su particular estilo epistolar y conferencista- polemizar abierta y personalmente con el presidente.

Para Milei, sin dudas, este nuevo posicionamiento de la máxima referente del kirchnerismo representa -al menos en esta coyuntura- un maná enviado por las "fuerzas del cielo", en momentos en que el libertario no solo necesita ajustar su descuidado perfil político para conducir su espacio ante un escenario adverso en un Congreso que amenaza con convertirse en el epicentro de la dinámica gobierno-oposición, sino también para desplazar la atención desde la economía a la política.

Un objetivo en absoluto menor en un escenario en el que por cuarto mes consecutivo las encuestas dan cuenta del fuerte desplazamiento en la preocupación de los argentinos desde la inflación hacia la pobreza y una caída en los niveles de aprobación que, aunque de magnitud variable según la encuesta que se consulte, ya parece una tendencia consolidada.

En este contexto, que coincide con la recesión más profunda en dos décadas y con un programa económico aferrado casi exclusivamente a la baja de la inflación, parece retornar con fuerza la vieja y conocida polarización. Una estrategia que, como el tango, se baila de a dos, por lo que requiere de una suerte de acuerdo tácito en el que los dos extremos perciben que se benefician de está dinámica centrifuga.

Del lado del presidente, los beneficios son evidentes. Le permite a Milei desplazarse discursivamente desde la economía -donde ya no hay tantas "buenas noticias" que comunicar- hacia una política entendida en términos más abstractos, refugiándose así en un terreno que le cómodo, el de la "batalla cultural". Además, apelando a una figura cuyo poder y su imagen se han horadado significativamente, arriesga poco en términos reales -al menos por ahora-, a la vez que se inviste potencialmente de un aura que podría permitirle, cuanto más se haga sentir el miedo al retorno del kirchnerismo, galvanizar apoyos y hasta disculparle algunos de los cada vez más recurrentes deslices y contradicciones. Todo ello, obstaculizando además con el protagonismo de la ex presidenta el ya de por sí demorado proceso de reorganización del peronismo.

Y, quizás más importante aún en este particular contexto en el Congreso, al volver a exponer al kirchnerismo en el ring, busca condicionar a un radicalismo que desde ya hace un par de meses viene convergiendo con el bloque de UP en ambas cámaras, lo que explica varias de las más resonantes derrotas parlamentarias de las últimas semanas. Por ello, sabiendo que en esta instancia necesita al menos consolidar un tercio de legisladores propios y aliados que le permita esquivar la insistencia ante los vetos, el rechazo de los DNU, e incluso alguna otra medida más extrema, apela a que exponiendo a los integrantes del centenario partido como "socios" del kirchnerismo, logre romper el alineamiento opositor. El propio presidente lo dejó claro durante su destemplado discurso en el foro de ultraderecha celebrado en el ex CCK: "el centrismo bien pensante que lo único que logra es que el zurderío nos lleve por delante".

Cristina, aunque en menor cuantía, también encuentra incentivos para contribuir a esta puesta en escena. Más allá del evidente afán de protagonismo propio de los rasgos megalómanos que, por cierto, comparte con Milei, la ex presidenta entiende que el desgaste del libertario está cada vez más cerca, que ello obedecerá a un proceso inherente a las propias limitaciones del programa libertario, y que es importante tener visibilidad como contracara de Milei, pero sin generar mucho ruido ni hacer olas para acelerar una tormenta que entiende llegará sola. Además, de paso Cristina aspira, en contraposición a lo que representa Milei, a recuperar lo que ella entiende es su "legado", que se concentra en el período 2003-2015, y que pretende eludir cualquier responsabilidad por el mandato de Alberto Fernández.

Así las cosas, en tiempos en que la opinión pública venía mostrando ya una tendencia consolidada hacia la despolarización, tanto Milei como Cristina vienen a proponer nuevamente este escenario, en una puesta en escena que por ahora evidencia el reciproco compromiso implícito de no incurrir en golpes bajos ni ataques personales, entendiendo que para ambos es hoy una estrategia "win win". Los alcances y el impacto de esta estrategia común dependerán no solo de que ambos siguen encontrando incentivos para alimentarla, sino también de los avatares de un país vertiginoso, incierto y altamente volátil. 

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