Editorial
El giro pragmático
Por Gonzalo Arias
Estaremos frente a un importante esfuerzo por erigir un plan de estabilización de la economía que, pese a los eufemismos, entrañará inexorablemente una política de ajuste fiscal clásico.

Tras la implacable reacción de los mercados a la efímera gestión de Silvina Batakis -el dólar blue saltó de 239 a 326 pesos, explotaron el dólar bolsa y el contado con liqui, y el riesgo país coqueteó con la barrera de los 3.000 puntos básicos-, el anuncio de la llegada de Sergio Massa al gobierno, investido con la autoridad que le confiere esa suerte de "superministerio" que asumirá la conducción económica del país, no sólo aportó algo de calma en un país que parecía avanzar indefectiblemente hacia el abismo sino que pareció haber renovado un moderado "clima de expectativas" positivas.

Tras haber alcanzado el pasado 22 de julio un récord de 350 pesos, el dólar informal retrocedió significativamente, cerrando la rueda del martes a $290 para la venta, con lo que completó así una caída de 60 pesos o 17% desde su precio máximo. Los bonos argentinos que cotizan en Wall Street y el mercado bursátil local mostraron una tendencia alcista. Y el riesgo país tuvo un fuerte retroceso hasta bajar a los 2451 puntos básicos.

Pese a que estos movimientos de distención en algunas de las variables centrales que operan como "termómetro" de la crisis que viene atravesando nuestro país se vieron favorecidos por factores externos como la nueva suba de la tasa de interés anunciada por la Reserva Federal de Estados Unidos y la decisión del Banco Central de elevar fuertemente las tasas de interés para los Leliqs -lo que favoreció la baja del contado con liqui-, sería necio obviar el efecto del nombramiento de Massa, que fue visto como un gesto positivo por los mercados en dos sentidos fundamentales. Por un lado, en tanto exorciza el fantasma de una radicalización de las políticas económicas, comprometiéndose con la disciplina fiscal y los acuerdos asumidos con los organismos internacionales. Por el otro lado, en tanto proyecta una imagen de autoridad y muestra un sólido apoyo político al interior de la coalición gobernante que disminuye la incertidumbre que provocaba el evidente vacío de poder a la hora de tomar decisiones económicas en los últimos tiempos.

Mientras va a dando a conocer los nombres de su equipo, que combina viejos y experimentados conocidos como Raúl Rigo y algunas sorpresas que envían señales a los mercados, como el caso de Daniel Marx o José Ignacio de Mendiguren, por estos días Massa trabaja fuertemente en los lineamientos de su plan económico y, específicamente, en las primeras medidas que se conocerán al promediar esta semana. Es que el flamante "superministro" es consciente de que el sostenimiento de estas expectativas positivas de los mercados dependerá en gran medida de su capacidad para mostrar un plan sostenible, creíble y que cuente con amplio consenso en el gobierno.

En este marco, se espera que las primeras medidas económicas tengan como eje principal la captación de dólares y la austeridad fiscal. Para ello, estudia medidas de incentivos para alentar las exportaciones a través del otorgamiento de estímulos impositivos para las ventas externas de distintos sectores, busca enviar señales al campo para incentivar la liquidación de la cosecha, planifica la fusión de más ministerios, y piensa en la suspensión transitoria de toda iniciativa legislativa que implique un alto costo fiscal, entre otras medidas y gestos simbólicos. Con la idea de "fortalecer las reservas", Massa tiene previsto asimismo encarar en agosto una gira a Washington, Nueva York, París y Qatar, con el objetivo de explorar alternativas de financiamiento.

Al mismo tiempo, consciente del tenso clima social que acompaña las turbulencias económicas, y de que las proyecciones de inflación para el mes de julio son altas, estudia la posibilidad de otorgar una suma fija para los salarios más bajos, uno de los reclamos habituales de la vicepresidenta durante la gestión de Guzmán. También en sintonía con los reclamos de Cristina Fernández de Kirchner deja trascender que trabaja en un plan de conversión de los planes sociales en empleo genuino, mediante el otorgamiento de algún tipo de incentivo para los empleadores que incorporen esos beneficiarios.

Para poder materializar todo ello capitaliza la buena sintonía que supo cosechar con varios representantes del establishment, y avanza en contactos con la UIA, la Sociedad Rural, los bancos y actores financieros, e incluso con referentes clave en el plano internacional. No es casual, en este sentido, que entre las condiciones que el tigrense puso para ingresar al gobierno haya estado el contar con el manejo de las relaciones con los organismos internacionales de crédito.

Por lo pronto, ya logró la ansiada foto con Cristina, un gesto de alto valor simbólico que contrasta con el silencio "glacial" con que acompañó el supuesto aval a la asunción de Batakis. A ello le suma el apoyo explícito de los gobernadores, el alineamiento del gabinete y el acompañamiento de la mayoría de los sindicatos.

Así las cosas, estaremos frente a un importante esfuerzo por erigir un plan de estabilización de la economía que, pese a los eufemismos y calificativos que seguramente intentarán ensayar las usinas creativas del gobierno, entrañará inexorablemente una política de ajuste fiscal clásico. Nada muy distinto a lo que había prometido Batakis, pero sin el volumen político ni el apoyo de Cristina con el que asume el tigrense.

En este escenario, cabe preguntarse, entonces ¿por qué tiene el apoyo de Cristina? Y, vinculado a ello, ¿hasta dónde el kirchnerismo está dispuesto a avalar un ajuste fiscal? La respuesta, que está en el ADN peronista, puede resumirse en un atributo que se le reconoce ampliamente a Massa: pragmatismo. Con un gobierno que parecía entrar inexorablemente en un espiral de decadencia con tufillo a "fin de ciclo", con un presidente con una imagen negativa muy difícil de revertir, y con un índice de confianza (Universidad Di Tella) en el punto más bajo de la serie histórica, en el Frente de Todos asumen que el plan de Sergio Massa es clave para el futuro no sólo de esta gestión sino del peronismo.

Si alcanza resultados positivos, aunque sean logros que podrían calificarse como "moderados" frente al tenor de la crisis, el gobierno podría salir a flote, recuperar la gobernabilidad extraviada de cara al resto del mandato presidencial y el peronismo renovar así las expectativas de ser competitivo en las elecciones del próximo año frente a una oposición que, creyendo ver allanado el camino a la Rosada, continuaba encerrada en sus propios laberintos.

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