Editorial
El 2023 de Alberto
Por Gonzalo Arias
El presidente parece continuar procrastinando con una agenda muy alejada de las preocupaciones reales de los argentinos.

Un presidente inesperado, que llegó al poder en diciembre de 2019 como consecuencia de la confluencia entre la frustración de las expectativas que había generado en amplios sectores de la opinión pública el gobierno de Mauricio Macri y la astucia de Cristina Fernández de Kirchner para "correrse" del primer lugar en la boleta presidencial como estrategia para volver al poder, comienza a desandar el último año de una gestión turbulenta, atravesada por permanentes tensiones, asolada por la más profunda incertidumbre y, por momentos, presa de sus propios errores no forzados, amagues y un rumbo errático.

Un presidente que a poco de empezar su gestión se enfrentó a la inédita situación de la pandemia global y supo cosechar muy pronto niveles altísimos de aprobación de gestión (68%), encara el tramo final de su gestión con niveles de aprobación entre los más desde el retorno a la democracia (75%).

Un presidente que llegó al poder de la mano de una coalición -el Frente de Todos- que supo contener electoralmente a las diversas y cada vez más heterogéneas vertientes del peronismo, no supo o no pudo mantener esa "unidad" que fue clave para la victoria electoral y que hubiese sido imprescindible en términos de gobernabilidad.

Un presidente que fue electo tras una inédita decisión personal de Cristina Fernández de Kirchner, comienza a recorrer sus últimos 340 días en el "sillón de Rivadavia" sin diálogo ni relación alguna con quien no sólo sigue siendo su vicepresidenta, sino también su "mentora" y principal electora hoy de un peronismo que, una vez más, se enfrenta a un escenario de alta fragmentación.

En definitiva, un presidente que llegó a la Casa Rosada con el apoyo popular y el amplio de consenso de las diversas expresiones del peronismo, hoy comienza el 2023 cada vez más solo y aislado, sin nadie que lo defienda ni lo promueva.

Y lo hace con el agravante de que el año que comienza, no sólo por el proceso electoral en ciernes, estará plagado de desafíos y amenazas propias de la profunda y persistente crisis económica, política y social que atravesamos.

Está manifiesta orfandad política no sólo quedó en evidencia durante su solitario viaje a Brasil, donde asistió a la asunción de Lula rodeado apenas de su canciller y su vocera, sino también en su intento, sino también en los recientes acontecimientos que se desataron tras el fallo de la Corte que favoreció el reclamo de la Ciudad de Buenos Aires por el recorte en la coparticipación.

Tras un comienzo en el que pareció recuperar centralidad y gravitación política de la mano de la Liga de los Gobernadores, mostrándose inusitadamente duro ante la sentencia y, envalentonado por el supuesto apoyo de los gobernadores, adelantando que no cumpliría con lo dictado por el máximo tribunal, una vez más retrocedió y se desdijo. Tras unas navidades que siempre invitan a la reflexión, el primer mandatario buscó con su equipo una "solución" técnica que le permitiera evitar incurrir en la figura de "desacato". Lo que pretendía ser una solución salomónica -el pago con bonos- no convenció a nadie: ni a los gobernadores, ni a la oposición, ni al kirchnerismo, ni -muy probablemente- a la propia Corte.

Ante tal situación, optó por empezar el año con una embestida contra la Corte, impulsando el juicio político de Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti. Una decisión pour la gallerie, que no tiene chance alguna de prosperar en el Congreso de la Nación. Una decisión que, además, no sólo contaría con menor apoyo de los gobernadores -fueron notorias algunas ausencias en el acto de este martes en Casa Rosada-, sino que podría tener un efecto no deseado para el oficialismo: galvanizar a la oposición en torno a una narrativa que ve en la actitud del presidente un atropello al sistema republicano.

Sin embargo, lo más preocupante sigue siendo el accionar de un presidente que pese a la manifiesta soledad y el más evidente aislamiento, parece continuar procrastinando con una agenda muy alejada de las preocupaciones reales de los argentinos. Algo que se expuso con particular crudeza en el particular -por momentos delirante- relato que pretendió instalar durante el acto "celebratorio" de sus tres años de gestión, y que parece seguir acompañándolo no solo en esta supuesta cruzada contra la justicia, sino con su pretensión reeleccionista. Una "aventura" que, de confirmarse el calendario electoral, debiera comenzar en mayo próximo, con una campaña de cara a las PASO de agosto en medio de un país asfixiado por la crisis.

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