
Durante el gobierno de De la Rúa, los primeros paros convocados por la central obrera no contaban con un acompañamiento social tan contundente. No fue hasta el último paro, poco antes de su renuncia. |
La movilización y el paro marcan un nuevo punto de inflexión en la relación entre los trabajadores argentinos y el actual gobierno nacional. Pero también hay que reconocer una realidad compleja: una porción de la clase trabajadora aún sigue lejos de acompañar las acciones del sindicalismo, ya sea por miedo, por falta de información o por simpatizar aún con los "libertarios".
Sin embargo, lo destacable es que el nivel de adhesión fue mayor al de las anteriores medidas. Esto no es un dato menor. La historia reciente nos recuerda procesos similares. Durante el gobierno de Fernando De la Rúa, los primeros paros convocados por la central obrera no contaban con un acompañamiento social tan contundente. No fue hasta el último paro, poco antes de su renuncia -el 13 de diciembre de 2001- que el pueblo se expresó de forma masiva y decidida. Hoy estamos viviendo un proceso parecido.
Las organizaciones sindicales, con la CGT a la cabeza, están alertando. Están advirtiendo sobre la pérdida sistemática de derechos históricos. Pero al principio, los trabajadores no respondieron como se esperaba. En muchos casos no por falta de conciencia, sino por el temor, la desorganización o las amenazas recibidas por parte de sus empleadores. De ahà la obsesión mediática con si para o no para el transporte: como si el éxito de un paro dependiera de la logÃstica y no de la voluntad colectiva.
Hay una porción de trabajadores que quiere parar pero no puede, porque es amedrentada por sus patrones. Frente a esto, el gobierno guarda silencio. En cambio, pone a disposición un número telefónico para denunciar si un gremio presiona a un trabajador para adherir al paro, pero no hay una lÃnea para denunciar a los empleadores que amenazan a los trabajadores que quieran ejercer su derecho. El derecho a huelga está consagrado en la Constitución Nacional, artÃculo 14 bis.
También debemos asumir que hay trabajadores que no quieren parar, algunos porque creen en este gobierno, o al menos no están de acuerdo con medidas que consideran de "carácter polÃtico", con la falsa idea de que el paro busca tumbar al gobierno.
Pero uno de los factores decisivos que sà logró que una parte de esos trabajadores hoy adhiera, es el salario.
El descontento con el salario atraviesa transversalmente a toda la clase trabajadora. Si bien en algunos sectores hay ajustes atados al IPC, desde nuestro lado venimos denunciando hace años que ese IPC no refleja la realidad. No lo refleja cuando vamos al supermercado, a la carnicerÃa, a la farmacia o a cargar nafta. Lo venimos diciendo desde hace mucho, pero hoy lo siente todo el pueblo.
El propio presidente habÃa dicho que, una vez corregidos los precios, los salarios iban a subir "como pedo de buzo". Pero ha pasado un tiempo más que prudente. Las tarifas se actualizaron, los precios escalaron, incluso el propio ministro Luis Caputo en alguna oportunidad salió a decir que hubo aumentos desmedidos. Pero los sueldos siguen estancados.
Lo más absurdo es que muchos trabajadores que aún simpatizan con el gobierno insultan a las organizaciones gremiales por esto, sin darse cuenta de que es el propio gobierno el que pone un techo salarial. Mientras por un lado habla de libertad, por el otro impide que el Ministerio de Trabajo homologue acuerdos entre sindicatos y cámaras empresariales si esos acuerdos superan el IPC.
Eso los libertarios no lo ven. O no lo quieren ver.
Y en medio de todo esto, también hay que decir que hoy estamos frente a dos Argentinas del trabajo: la de los trabajadores registrados, con obra social, seguridad social y convenios colectivos; y la de los excluidos, los precarizados, los no registrados y los que sobreviven bajo el fraude del monotributo social. Un paÃs no puede sostenerse con la mitad de su clase trabajadora a la intemperie.
A esto hay que sumar algo que pocas veces se dice con claridad: el bajo salario también desmoviliza. Las épocas en las que los paros fueron más masivos y los sindicatos contaban con mayor apoyo y simpatÃa fueron aquellas en las que el salario real era alto, y el poder adquisitivo de los trabajadores les permitÃa vivir con dignidad. Esa seguridad material generaba no solo compromiso polÃtico, sino también confianza y respaldo a las conducciones gremiales.
Hoy, en cambio, el poder adquisitivo es paupérrimo -como pocas veces se ha visto- y eso impacta directamente en la voluntad de lucha. Muchos compañeros piensan: "Si paro, pierdo plata. Y si pierdo plata, no como o no puedo pagar los servicios básicos". Ese dilema explica, al menos en parte, por qué las medidas de fuerza no alcanzan aún la contundencia que la gravedad del contexto amerita. Por ejemplo, cuando se protestaba contra el impuesto a las ganancias en 2015 los paros tenÃan un alto nivel de acompañamiento de parte de trabajadores. El salario rendÃa mucho más, por ende el trabajador estaba en mejor sintonÃa con sus representantes sindicales, a los cuales acompañaba en las medidas.
Más allá de que el salario bajo sumo mayores adhesiones también hay que evaluar qué puede ser un arma de doble filo, ya que también la historia nos dice que los paros o huelgas más contundentes han sido cuando el poder adquisitivo del salario era mayor.
Ahora bien, si queremos que este proceso de movilización popular y reacción obrera no se quede solo en una jornada histórica pero aislada, debemos también hacernos una autocrÃtica profunda y honesta desde el movimiento sindical. Se llegó tarde. Tarde frente al DNU, tarde frente a la Ley Bases, tarde frente al deterioro salarial y la destrucción sistemática del aparato productivo nacional.
No se trata de autoflagelarse. Se trata de revisar por qué no se interpretó antes el humor de los compañeros, por qué durante meses la respuesta de las bases fue tibia, y por qué recién ahora empezamos a ver una adhesión más contundente. ¿No será que hay una distancia real entre la conducción y los trabajadores de a pie?
Y otra cosa: hay que dejar de pensar el paro como un hecho en sà mismo. El paro no es una foto: es parte de una pelÃcula. Si no está inserto en una estrategia más amplia, más profunda, más militante, corre el riesgo de diluirse, de convertirse en una postal de bronca, pero sin continuidad.
Desde hace tiempo se viene advirtiendo que los trabajadores están cambiando. No en su esencia, sino en sus formas de organización, en sus canales de comunicación, en su relación con la polÃtica. Y los sindicatos, muchas veces, no acompañaron esos cambios. No se supo leer que las redes sociales hoy son terreno de lucha, que la disputa ideológica ya no se da solo en las fábricas ni en las seccionales, sino en los celulares, en los grupos de WhatsApp, en los vivos de TikTok y en los comentarios de Instagram.
Hay que volver a enamorar a los trabajadores. No desde la nostalgia, sino desde el presente y el futuro. Volver a hablar de sueños colectivos, de justicia social, de movilidad ascendente. No alcanza solo con defender derechos.
También es necesario que el sindicalismo se reencuentre con el peronismo del cual nació. No con sus sellos, sino con su doctrina viva: la comunidad organizada, el trabajo como ordenador social, el Estado como garante del interés nacional, y el sindicato como herramienta de transformación, no como gestor de acuerdos vacÃos.
El paro fue fuerte, sÃ. Fue más grande que los anteriores, sÃ. Pero si no se acompaña con un plan de lucha sostenido, con presencia territorial, con formación polÃtica y con reconstrucción del lazo emocional con los laburantes, quedará como una mueca de lo que pudo haber sido. Y no estamos para lamentos. Estamos para dar pelea.
"La única verdad es la realidad". Y la realidad es que si no nos aggiornamos, si no nos organizamos, si no nos metemos de lleno en la batalla cultural, la historia nos pasará factura.
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