
El 20 de diciembre, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, anunció su decisión de disolver las Cortes y de convocar a nuevas elecciones. La resolución tenÃa el visto bueno de Génova. "Es una buena jugada", lo animó, desde Madrid, Pablo Casado. "Vamos por la mayorÃa absoluta", devolvió, envalentonado, el jefe autonómico.
Esa misma tarde, Santiago Abascal, desde su despacho, daba órdenes menores. Animaba a los dirigentes de AndalucÃa para que presentaran un recurso judicial contra el pasaporte Covid de Juan Manuel Moreno, presidente regional del PP.
Abascal nunca imaginó que ese dÃa -que aquella súbita ruptura de Mañueco- iba a marcar a fuego el futuro de su formación, que iba a ser una bisagra en el anhelo -lejano en ese entonces- de poner un pie en el Palacio de la Moncloa.
El PP cede presionado por Vox y hay acuerdo de gobierno en Castilla y León
El PP tampoco imaginó el catastrófico efecto dominó de aquella (pésima) estrategia: 80 dÃas más tarde, Mañueco no tuvo más remedio que ceder a todas las exigencias de Vox para evitar un nuevo llamado a elecciones.
Los populares no solo cambiaron a un socio debilitado (Ciudadanos) por otro envalentonado, sino que, por asfixia y necesidad, suscribieron un pacto con la cabeza gacha. La muestra de debilidad, de cara al próximo gobierno de coalición, es lacerante.
Lo peor para el PP es que se trata de una debilidad autoinflingida. La voz que auguró, tras el paso en falso en las urnas de Castilla y León, que la "derecha democrática" no iba a pactar "con populismos y radicalismos", ya no tiene autoridad. Es un cadáver polÃtico.
El inédito y gravÃsimo escándalo interno explica la sumisión de este jueves ante los pies de Abascal. Es que a la mala lectura polÃtica (adelantar elecciones), el PP le sumó a las pocas semanas un linchamiento interno como pocas veces se ha visto en la historia de la polÃtica española. Corrupción, traiciones y deslealtades que se tradujeron en un desgaste del que todavÃa Génova sigue atrapado.
Según los últimos sondeos, uno de cada cinco votantes del PP (2019) apoya hoy a Vox. La ultraderecha es la única que creció en intención de votos en el mes de febrero. De celebrarse hoy unas elecciones generales, el partido de Abascal sacarÃa el 19% de los votos, cuatro puntos más que en 2019 y dos más que en las encuestas de enero. En otros términos: de celebrarse hoy unas elecciones generales el PP solo gobernarÃa con Vox a su lado.
Ahora bien, para parar la hemorragia, el Partido Popular le entregó todo el poder a Alberto Núñez Feijóo, un cacique más afÃn al pragmatismo que a los principios. Su muñeca -y no sus ideas- le han permitido gobernar con mayorÃa absoluta en Galicia desde 2009, un récord que ningún otro jefe autonómico puede ostentar.
El Gobierno y la izquierda responsabilizan a Feijóo por "meter a la ultraderecha" en el poder
Feijóo trazó una hoja de ruta con Vox "lejos" en términos ideológicos, pero "a mano" en términos prácticos. Para el nuevo lÃder del PP, lo urgente era formar gobierno en Castilla y León antes de su asunción. "Pactar con Vox es un costo a asumir", le aclaró a los barones de más confianza.
Para el afuera, ante los micrófonos, el dirigente gallego llamó a "recuperar la centralidad" tras oficializar su candidatura. Definió al PP como "un partido institucional, de centroderecha, que cree en la Constitución, en el Estado de las AutonomÃas y es europeÃsta".
La "centralidad" de Feijóo se inclinó este jueves hacia el extremo derecho. Parece muy difÃcil que el plano del PP vuelve a enderezarse.
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