El 7 de marzo, quince dÃas atrás, Ione Belarra e Irene Montero quedaron solas y aisladas en el Congreso. Pedro Sánchez, inflexible como pocas veces en toda la legislatura, ordenó a sus ministros "exponer" a la lÃder de Unidas Podemos y a la ministra de Igualdad por la "tozudez" de no querer reformar la ley del "solo sà es sÃ".
La foto de aquella jornada parlamentaria, la de Belarra y Montero consolándose en soledad, sin el arropo de ningún otro ministro, escenificó la ruptura polÃtica del PSOE con su socio minoritario, una evidente fractura que el Gobierno logró maquillar por puro pragmatismo: la gobernabilidad.
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Envalentonado por el grosero yerro polÃtico (una ley que liberó a cientos de agresores sexuales) y por la detonación interna, el PP dio por sentado su victoria electoral en las generales de diciembre. "No recuerdo un regalo polÃtico como el que nos acaban de dar", resumÃa aquel dÃa una fuente de Génova.
Este martes, tan solo dos semanas después de aquella postal de "fin de ciclo", Belarra y Montero volvieron a sentarse una al lado de la otra en el Hemiciclo para escuchar los argumentos de destitución de Vox con su moción de censura.
Pero esta vez, las ministras ingresaron al pleno exultantes, pletóricas y sonriendo por primera vez en pública tras el fatÃdico 7M. No solo eso: estuvieron abrigadas por los ministros del PSOE. La foto se parecÃó más a la de una investidura que a la de una moción de censura en su contra.
Con su irrisoria jugada polÃtica, Santiago Abascal no solo se pegó este martes en tiro en el pie, algo imperdonable en una campaña electoral. También reunificó a la coalición en el peor momento de toda la legislatura. En lugar de darle un golpe de gracia, Abascal montó, por decisión propia, la escena perfecta para que el Gobierno se recomponga de su duro y terminal traspié.
Presentó a un exdirigente comunista de 90 años que, en las entrevistas previas, contradijo muchas de las consignas de la ultraderecha, decisión que generó indisimulables rispideces internas en calle Bambú y que molestó a muchÃsimos de sus votantes.
Entorpeció la estrategia electoral del PP y, por consiguiente, la estrategia electoral del bloque de la derecha. Y forzó, al máximo, la idea de que en diciembre solo hay dos bandos: la socialdemocracia o la extrema derecha, una dicotomÃa que le da mucho rédito al Gobierno cada vez que queda expuesta como blanco y negro, sin ningún gris.
Abascal y Tamames, al cabo, le regalaron a Sánchez y al Ejecutivo estabilidad y capacidad de gestión en medio de una tesitura marcada por la inestabilidad (ruptura polÃtica) y la incapacidad de gestión (una mala ley).
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Las sonrisas de Belarra y Montero se hicieron aún más grandes con las primeras repercusiones de la moción de censura. La vicepresidenta Yolanda DÃaz, al hacer uso de la palabra, reivindicó sus golpeadas figuras.
Y ante el silencio de Alberto Núñez Feijóo -su equipo confirmó que no va a ser ninguna declaración pública sobre lo que está pasando en el Congreso-, la presidenta de la Comunidad de Madrid disparó munición gruesa contra Vox.
"Creo que el señor Tamames ha sido utilizado y el Parlamento también, por lo que hemos visto. No estamos a dos meses de unas elecciones para darle más altavoz a la propaganda gubernamental de Sánchez, sino para mostrarnos como un proyecto alternativo, un proyecto real. Estamos aquà para ganar, no para perder mociones", se indignó Isabel DÃaz Ayuso.
Parafraseando al último hit de Shakira: la coalición ya no llora, factura. Abascal lo hizo.
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