Opinión
Linkedin y el onanismo intelectual
Por Juan Torres
Twitter tiene sus riesgos, pero Linkedin es un jardín de infancia para adultos

Periódicamente, algunas figuras notables de nuestro paisanaje anuncian con gran prosopopeya que abandonan Twitter. Traduzcamos la locución "figuras notables": gentes que se tienen a sí mismas por notables, más allá de que lo sean o no; gentes convencidas de que el mundo les debe algo y llevan tiempo empeñadas en cobrárselo, sea en bitcoins, en votos, en contratos publicitarios o en reputación. Hace pocas semanas han sido una periodista y una política las que han dado el portazo a la red del pajarito y nos han dejado a todos -y todas, naturalmente- huérfanos de su sabiduría.

Según estas dos preclaras figuras de nuestro panorama público, y algunas otras que de vez en cuando salen con la misma soflama, Twitter es un sitio insoportable, cargado de un aire irrespirable y poblado de gentuza, odiadores y canallas.

No digo yo que no, pero...

Tengo cuenta en Twitter desde 2012, es decir, que estoy a las puertas, como el 15-M, de celebrar el décimo aniversario de mi tuiterizaje. En todo este tiempo he sostenido algunos debates y he exhibido algunas discrepancias. También he aprendido mucho y he enseñado, quiero pensar, algo. Solo una vez el debate se me torció: fue a cuenta de una colleja que lancé contra una conocida editorial por los desmesurados precios de las ediciones digitales de sus libros, pensados, sin ninguna duda, para desincentivar su consumo en beneficio del tradicional formato de papel. Más allá de la sustancia del asunto, a mí se me fue un poco la mano en un tuit y me contestaron desabridamente un reconocido escritor y un imbécil. El imbécil se sabía que lo era porque, amparándose en un ridículo pseudónimo, se dedicó a insultarme a palo seco. El escritor sí polemizó como mandan los cánones (es decir, con argumentos) y a partir de ahí establecimos un diálogo en el que yo terminé matizando mi excesiva posición inicial.

¿Qué fue del imbécil? Ni idea: lo despaché con un bufido, me negué a seguirle el juego, y supongo que desde entonces vaga por el éter de las redes sociales intentando enfangar todo lo que se ponga a tiro. Como él hay muchos: en Twitter y en las barras de los bares (cuando las barras de los bares marcaban el eje cenital de nuestro diálogo social: volverán pronto). El mundo está lleno de imbéciles y la clave de la supervivencia consiste en saber esquivarlos. Si uno (o una, naturalmente) es una figura pública, la tarea resulta un poco más complicada, pero el esfuerzo va en el sueldo. Y si, como se hace en ocasiones, se acude al enfrentamiento porque proporciona seguidores, porque da visibilidad o porque reporta réditos de algún tipo, entonces, pues eso: que la vida es muy dura. Es como cuando los niños juegan al fútbol, y a uno lo zurran, y abandona el juego, y decide pasarse al ajedrez. ¡Hombre o mujer de Dios! ¡Qué culpa tiene el fútbol de que haya desaprensivos en todas partes! Pues Twitter, a estos efectos es el fútbol: un terreno pantanoso en el que hay que saber desenvolverse.

Cuando todo es bondad, sin mezcla de mal alguno

Hay en cambio otras redes sociales mucho más educadas, dónde va a parar. Instagran, un poner, que he dejado de frecuentar porque tanto amanecer y tanta puesta de sol me deslumbran. Facebook: a mí no me había interesado nunca, pero entendí perfectamente su función el día que vi La red social, la película de David Fincher, que narra con buen pulso y bastante precisión el invento de Marck Zuckerberg. Facebook fue originariamente un sitio para ligar desde unos parámetros sexistas, y a partir de ahí solo tenía margen de mejora. Se ha convertido en un sitio como de botellón perpetuo, donde uno va, está un rato, se encuentra gente, parlotea, cotillea, "fuese y no hubo nada".

El periodista David González decía hace poco que "si hoy no publicas contenido ‘feliz' en Facebook, no funciona. ¿Qué es feliz? Contenido aspiracional, de superación, que no atente contra los anunciantes". Eso es verdad, pero es que Facebook siempre ha apostado por el contenido feliz. Más me preocupa el caso de Linkedin, la red social para profesionales por antonomasia, que ha terminado convertida en un jardín de infancia para adultos.

Linkedin es, con mucho, la red social que más me ha defraudado. Tardé en entrar en ella por pereza estética. Es fea y poco amable. Pero todo el mundo decía que era el lugar de encuentro en el que los profesionales de cualquier disciplina estábamos llamados a encontrarnos, y a intercambiar, y a debatir, y a enriquecernos intelectualmente... O yo no me sé mover, o lo que he encontrado en Linkedin es uno de los ejercicios de onanismo intelectual más desvergonzados de los que se despachan por ahí. Felicitaciones entusiastas, recomendaciones sin fin, alabanzas desmedidas. Linkedin es una pasarela automática de empresas encantadas de haberse conocido, de empleados de esas empresas que no tienen ni un pero que ponerle a su empleador, de colegas que se quieren mucho y se respetan aún más, y entre los que no hay ni envidias ni rencores... Es un saco sin fondo de aportaciones intelectuales de valor dudoso, pero que, en todo caso, nadie discute, ni nadie falsea, ni nadie rebate. De vez en cuando se sube algún material de interés (yo mismo, mis artículos), pero para encontrar alguna joya es preciso adentrarse en un fango de baboseo verdaderamente pringoso.

En Linkedin todo es bondad, sin mezcla de mal alguno. Una bondad más falta que un billete que dos mil euros y con un problema sobrevenido, el más grave de todos: sin el más mínimo sentido del humor Porque en Linkedin no cabe la ironía, ni la pasión crítica, ni siquiera la broma. Todo es hueco y orondo, como un balón de playa.

Y en ese plan, ya me dirán ustedes: mucho mejor Twitter. 

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