El gobierno que habÃa prometido sacar a Benjamin Netanyahu del poder apenas resistió un año al frente de Israel. El primer ministro Naftali Bennett y su principal socio, el canciller Yair Lapid, acordaron disolver el Parlamento y volver a las urnas en octubre, después de que el Ejecutivo se viera acorralado por deserciones y diferencias insalvables. En efecto, la coalición de Bennett y Lapid era un experimento imposible: ocho partidos, desde la derecha nacionalista hasta la izquierda y una formación palestina e islámica, todos unidos contra Netanyahu.
El exprimer ministro nunca quiso abandonar el gobierno, y ahora se acerca a un regreso en el que estuvo trabajando con meticulosidad. Primero provocó la huida de los diputados Idit Silman y Nir Orbach, ambos del conservador Yamina, el partido de Bennett. Netanyahu les prometió lugares en las listas del Likud, la fuerza histórica de la derecha israelÃ. Más tarde dejó al gobierno sin los votos suficientes para aprobar la extensión de la ley que garantiza los derechos de los 500 mil colonos judÃos que viven en la Cisjordania ocupada, un asunto que podrÃa haberle explotado en la cara al jefe de Gobierno.
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Pero Bennett usó un mecanismo para salvar la situación en los asentamientos israelÃes, que terminó costándole el puesto. La única forma de garantizar la prórroga automática de esa ley es disolviendo el Parlamento, o la Knesset, y es lo que el primer ministro saliente justamente hizo. Bennett y Lapid entendieron que el Ejecutivo habÃa dejado de ser viable hace rato, por lo que decidieron enfocarse en cómo retener el poder y cerrarle el paso de Netanyahu.
El gobierno perdió la mayorÃa -la mitad más uno de los 120 escaños del Parlamento, es decir, 61- e intentó continuar con 59 diputados. Del otro lado, sin embargo, Netanyahu no logra alcanzar el número mágico que lo devuelva a la oficina del primer ministro, aunque esta vez su estrategia puede dar resultado. Desde la oposición, el exprimer ministro se ha dedicado a desgastar a Bennett y desintegrar a Yamina. El próximo paso es desmovilizar a la izquierda y a los partidos árabes.
Una fuente que sigue de cerca los pasos de Bennett y Lapid asegura a LPO que en estos momentos "no dan los números" para ninguno de los dos bloques. "Pero el gobierno cayó porque la sociedad está muy fragmentada. Es probable que los votantes se corran todavÃa más a la derecha. Menos árabes irán a votar porque el incentivo de cambiar algo desde el gobierno se demostró casi imposible. La izquierda de Meretz no pasará el umbral mÃnimo y hay una desilusión muy grande con la democracia", resume.
Si se cumple este escenario, entonces Netanyahu llegarÃa a los 61 votos necesarios para formar gobierno, sobre todo "si suma a dirigentes de otros partidos", como ya lo está haciendo. La misma fuente confirma las especulaciones en torno al futuro de Bennett, una retirada prematura de la polÃtica, y señala que Netanyahu ya está movilizando a los partidos ortodoxos y a la ultraderecha de Itamar Ben Gvir, una figura chauvinista, antipalestina y homofóbica que 26 años atrás agitó la campaña contra el entonces primer ministro y lÃder laborista Isaac Rabin, asesinado por un fundamentalista religioso judÃo.
El riesgo de un corrimiento aún más a la derecha es algo que Bennett y Lapid incluyeron en su última jugada. Según el acuerdo de coalición, los dos dirigentes debÃan rotarse en el cargo de primer ministro. La semana próxima, cuando se vote la disolución del Parlamento, Lapid dirigirá el Ejecutivo hasta octubre. Bennett cedió el cargo porque su socio es el mejor posicionado para competirle a Netanyahu. Una encuesta reciente muestra que Yesh Atid, el partido de Lapid, ganarÃa 20 bancas. Lidera el Likud de Netanyahu, con 36 diputados.
Otro dato que alarma a Bennett, Lapid, la izquierda y las formaciones árabes es el crecimiento del Partido Sionista Religioso de Ben Gvir, que duplicarÃa sus escaños en octubre. Con todo, Netanyahu está intentando conformar un gobierno alternativo al de Lapid antes de votar la disolución del Parlamento. En otras palabras, intentará recuperar el poder sin pasar por las urnas. Las negociaciones incluyen a diputados de derecha que integran distintos partidos del actual Ejecutivo.
Una fuente cercana a uno de los principales partidos de la izquierda israelÃ, todavÃa dentro de la coalición de gobierno, confirma que los desacuerdos entre las formaciones son insuperables. "Hay un caos social grande: paro de docentes, de trabajadores, inflación, falta de decisión en Cisjordania, crecimiento de las expresiones públicas de la ultraderecha. Netanyahu y sus secuaces pusieron a los israelÃes contra el gobierno por Raam (partido religioso palestino)", apunta.
De cierta forma, Netanyahu hizo que sus detractores cayeran en la trampa. Para formar un bloque capaz de reemplazarlo como primer ministro, Bennett y Lapid armaron una coalición ecléctica y con intereses contrapuestos. Una vez en el gobierno, Netanyahu comenzó a señalar a la dupla porque supuestamente era demasiado concesiva con la población árabe, la más relegada del paÃs, y después la acusó de traicionar a la derecha y a los colonos de Cisjordania.
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Netanyahu estuvo doce años consecutivos al frente de Israel y no se siente cómodo como lÃder de la oposición. Su afán por permanecer en el cargo y evadir los cargos que enfrenta en la justicia, que en esencia es lo mismo, obligó a los israelÃes a ir a las urnas unas cuatro veces en dos años. Ahora será la quinta en tres años y medio. Pero todo indica que no es el mejor momento para jugar con la inestabilidad polÃtica.
Joe Biden llegará el próximo mes a la región, el acuerdo nuclear con Irán -un punto crÃtico para los israelÃes- sigue en el aire, la invasión rusa a Ucrania ha distanciado en parte a Israel de la Casa Blanca y una nueva campaña electoral podrÃa despertar una polarización luego de un último año cargado de enfrentamientos dentro del paÃs y la erupción de violencia en los territorios palestinos ocupados. Lapid tendrá que demostrar que una posible vuelta de Netanyahu solo agudizará este escenario.
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