Elena González (30 años) es doctora en astrofísica. Con ese título académico -obtenido el año pasado en Londres- empezó a ser realidad el sueño de su vida: ser astrónoma para poder investigar la vida en otros planetas.
Pero esta joven científica está convencida de que hoy su papel en un observatorio es secundario e irrelevante. De nada sirve estudiar la física del universo -dice- si nuestro mundo, el planeta Tierra, está al borde del precipicio como consecuencia del cambio climático.
Movilizada por esta asfixiante realidad, dejó el Reino Unido y volvió a España para sumarse a la "rebelión de los científicos", un movimiento global de acción y protesta que cada vez suma más adhesiones.
En España, la "desobediencia civil" cuenta con el apoyo de más de 1.200 profesionales. Sus caras visibles son tres eminencias: Fernando Valladares (científico del CSIC), Marta Rivera Ferre (científica y coautora de uno de los últimos informes del IPCC) y Jorge Riechmann (filósofo y ecologista).
El objetivo de este movimiento pasa por instar a los gobiernos y empresas a actuar "con urgencia" para mitigar los efectos de un colapso climático que, entienden, está en puerta. Respaldan su diagnóstico en el conocimiento científico. En sus saberes, en sus investigaciones, en sus años de estudio.
"Scientist Rebellion" (nombre global) es una ramificación de lo que se conoció como "Extinction Rebellion", un movimiento de activistas nacido en Londres en 2018. Este subgrupo tiene un sello diferencial: son los propios científicos e investigadores los que "ponen el cuerpo" para protestar.
La primera aparición pública fue en abril de este año tras la publicación del sexto informe de evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). Se realizó una "acción coordinada" en 25 países. Participaron un millar de científicos, según los organizadores.
En Madrid, los científicos se sentaron frente a la fachada principal del Congreso gritando consignas como "No hay planeta B" o Alerta Roja. Escuchad a la Ciencia". Algunos manifestantes mancharon con tinta roja biodegradable (zumo de remolacha) las escaleras del Hemiciclo. En junio, 14 científicos fueron detenidos por la Brigada Antiterrorista de la Policía Nacional. Se les inició una causa por "daños al mobiliario público".
Por estos días, la desobediencia civil se centra en Alemania, epicentro de las nuevas protestas. Se trata, a juicio de los científicos, de un "país clave" en la Unión Europea, cuya economía se ha beneficiado más que otras de la quema de combustibles fósiles y de la explotación de recursos.
Las acciones empezaron esta semana en Berlín y durarán hasta el inicio de la 27 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Cambio Climático de Naciones Unidas (COP27) que se desarrollará en Sharm el Sheij (Egipto) entre el 6 y el 18 de noviembre.
El ambientólogo español Víctor de Santos Herranz viajó a Alemania para participar de la protesta. "El Gobierno de Scholz puede reajustar toda la conversación internacional sobre la crisis climática y desbloquear las resistencias actuales para tomar medidas que garantizarían la supervivencia humana. Nunca la cuestión de nuestra supervivencia colectiva ha sido tan apremiante", explica.
Una de las protestas consistió, por ejemplo, en la ocupación del "Porsche Pavillon" del museo del automóvil Volkswagen durante más de 2O horas. Los científicos enviaron sus demandas al CEO de esta multinacional, "un símbolo global de la industria fósil".
En paralelo a las protestas callejeras, el movimiento lanzó la firma de un documento titulado "Una academia unida puede luchar contra el fracaso climático". La carta ya tiene la adhesión de más de 500 académicos de 42 países.
"La respuesta de los científicos de todo el mundo debe ser decisiva. ¿Cómo honramos la creciente confianza del público en nuestra comunidad de expertos frente a las inminentes catástrofes del cambio climático y ecológico? Es simple: los académicos deben compartir con el público lo que comparten entre ellos sobre la respuesta mundial al cambio climático y la pérdida de biodiversidad", explica este colectivo en su página web.
Los académicos sostienen que "continuar diciendo públicamente que limitar el calentamiento a 1,5°C todavía está vivo ya no es defendible", pese a que los políticos y muchos movimientos ambientalistas persisten en hacerlo. La respuesta -lamentan- es que "las industrias contaminantes y los formuladores de políticas se ven inadvertidamente alentados a resistir la rápida descarbonización".
"No es la primera vez en nuestra historia que la comunidad científica ha ejercido su responsabilidad de decir la verdad a la sociedad sobre la posibilidad real de un cataclismo global, y exigir que los que están en el poder actúen en consecuencia. Recordemos que el peligro de una guerra nuclear fue motivo de una movilización masiva y sin precedentes de la comunidad científica en el siglo XX", ponen de ejemplo.
Elena González le cuenta a LPO que, en España, son cada vez más los científicos y académicos interpelados por el movimiento. Algunos, como ella, han dejado su carrera para luchar en las calles. Otros, ante la necesidad de subsistencia, compatibilizan sus trabajos -universidades, organismos públicos- con una "rebeldía obligada por la catástrofe climática".
"Somos un grupo horizontal, sin líderes. Tenemos reuniones semanales y distintas áreas de trabajo. La participación está abierta a toda la ciudadanía, pero las acciones de desobediencia las hacemos los científicos. Creemos que son más potentes y contundentes", explica.
Y agrega: "Necesitamos que la élite científica diga en público lo que dice en privado: que ya no es posible alcanzar ese límite del 1,5°C, hagamos lo que hagamos. Estamos en un punto de no retorno. En nada muchos países no van a ser habitables".
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González admite un "debate interno" sobre cuáles son las acciones más efectivas para convencer a la ciudadanía de la urgencia y gravedad de la problemática. "La única premisa es que no tienen que ser violentas. Sabemos que a lo largo de la historia los grupos desobedientes han sido odiados y estigmatizados. Pero también sabemos que muchas transformaciones han sido posible gracias a esta desobediencia", dice.
Un contrapeso, admite, es interno: las universidades no apoyan estas acciones. "La élite académica nos da la espalda. Tienen muchos intereses en la industria fósil y en instituciones financiadas por esta enorme economía".
La astrofísica aclara que "no van a volver a los laboratorios hasta que el poder político y económico no asuma las transformaciones estructurales necesarias para evitar una catástrofe": "Queremos ser los catalizadores de la comunidad científica como Greta Thunberg lo ha sido de la juventud. El tiempo urge. Necesitamos una reacción más amplia".
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"Salimos de nuestros laboratorios, de nuestra profesión, y nos rebelamos. Todas y todos debemos salir. Si las científicas seguimos actuando como si nada pasara lanzamos el mensaje de que, en realidad, las cosas no están tan mal", concluye.
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