Panorama
Ella mueve primero
Por Diego Genoud
Cristina entró en el año electoral antes que nadie. Jefatura, ambigüedad ante el ajuste y giro al centro. Macri y Larreta definen en Cumelén.

La sensación comienza a extenderse entre la dirigencia política más experimentada, a los dos lados de la polarización. Aunque la gestión de Sergio Massa implique para Cristina Fernández y su espacio arriar gran parte de las banderas que levantaron en casi dos décadas de existencia, haber encontrado un ministro que se haga cargo del gobierno y exhiba en público su íntima relación con el establishment, le dio al Frente de Todos una estabilidad política que no había tenido casi nunca. 

La nueva edición del dólar soja conduce al gobierno a un círculo adictivo en el que cada vez tendrá que ceder más para poder respirar en el frente de las reservas: los sojeros tienen más espalda para no liquidar y la convicción de que el peronismo de Cristina se acostumbró a andar de rodillas. Sin embargo, como en una galaxia paralela, la vicepresidenta se eleva una vez más como líder del peronismo mientras la oposición sin cabeza dilata y tensa la definición de su propio liderazgo.

La demostración de fuerzas de Cristina en el Estadio Único de La Plata y la rendición de intendentes y movimientos sociales que habían fogoneado la utopía de una emancipación albertista terminaron de ordenar, con un semestre de antelación, a la coalición de gobierno. Una infinidad de disputas subsiste entre las segundas líneas de todo el país y ministros como Victoria Tolosa Paz o incluso Massa pueden ser blanco de acusaciones, como se vio en la protesta de las organizaciones sociales que son parte del gobierno. Pero CFK sobrevuela esos conflictos en silencio y se concentra en el frente judicial, que le puede ofrendar en los próximos días para la campaña 2023 la cucarda de perseguida por tribunales federales tarifados hasta la médula. Condenada o absuelta, la fortaleza relativa de Cristina no se verá resentida y la familia distinguida de Comodoro Py no logrará despejar el desprestigio que la envuelve.

No deja de ser paradójico. A tres años del inicio del experimento fallido del Frente de Todos y con Alberto Fernández en tiempo de descuento, la jefatura de Cristina es una evidencia que los factores de poder  reconocen como pocas veces sin dificultad. Tal vez por la satisfacción que les produce ver a Massa, bisturí en mano, avanzando con el ajuste sobre los ingresos para cumplir con el Fondo o por la constatación de que nadie desde el peronismo está en condiciones de disputarle su lugar. Si es el punto de partida para una resurrección o la jefatura de un peronismo ruinas, eso está por verse, pero nadie la discute y el año electoral está a la vuelta de la esquina.

Experimentados dirigentes del peronismo y el radicalismo que ocupan posiciones de poder, advierten en privado una serie de méritos de la vice para mantenerse a flote pese a todo. El primero es la ambigüedad de jugar a ser y no ser parte de un gobierno que no conforma a nadie. Un trabajoso operativo despegue que demanda de ella una indudable habilidad política y de sus incondicionales una fuerte disposición a negar la realidad y quedarse a vivir en la atmósfera que Cristina recrea en sus discursos sobre la etapa 2003-2015. Aunque la vice es la garante fundamental de la misión Massa y su diálogo con el ministro es permanente, en cuatro meses de gestión ella solo se prestó para una foto en el Senado y reconoció su "gran esfuerzo" en el acto de la UOM. Es todo el apoyo que está dispuesta a dar: muchísimo si se compara con el que tuvo el último Martin Guzmán; muy poco si los resultados, finalmente, no son los esperados.

El segundo movimiento que le reconocen a CFK algunos que nunca militaron en el kirchnerismo es la anticipación con que la vicepresidenta busca a su manera adelantarse al año electoral y regresar como puede al modo centro que despliega en las campañas desde 2017. El apoyo a Massa, el reclamo de un gran acuerdo con "los que piensan diferente", la crítica a la "tercerización" de la ayuda social y la apelación a la agenda de la "inseguridad" son parte de un movimiento con el que busca eludir la polarización cada vez que habla. A eso se suma el operativo de acercamiento y blanqueo ante el establishment que Cristina ensaya hace tiempo por su lado y a través de Eduardo De Pedro, tanto dentro como fuera del país.

Ella mueve primero

Más allá de la tensión con la oposición en el Congreso, la estrategia hacia afuera es bien distinta a la de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que se mantienen todavía en la comodidad de hablarle a su núcleo duro y tensar dentro de Cambiemos para ir a la disputa del electorado de Javier Milei.

La llegada de Massa al ministerio fue producto de un vacío de poder que se extendió entre las semanas finales de Guzmán y el interinato de Silvina Batakis, cuando Cristina impuso su jefatura pero temió al mismo tiempo que el Presidente pudiera tomar una decisión que golpeara de manera fatal al ensayo del FDT. "Se dio cuenta de que Alberto es capaz de cualquier cosa. Y ella tiene mucho más para perder si esto termina mal", dice un dirigente que la conoce.

Desde entonces, Cristina abandonó el tono de denuncia y se desentendió del ajuste que los números reflejan con crudeza. De acuerdo al Monitor de Ajuste del Gasto de la consultora Analytica, el gasto primario real cayó 18,2% en la cuarta semana de noviembre respecto de igual semana de octubre y 28,9% en relación a un año atrás. Con respecto a 2021, el hachazo es mucho más profundo en áreas centrales de la administración: 76,4% en obra pública, 43% en programas sociales y 36,1% en transferencias a las provincias.

Contra lo que dijeron algunos dirigentes de organizaciones sociales tras la reunión con Alberto, los datos de la consultora de Ricardo Delgado muestran que el ajuste no está en discusión sino que acelera y en el último mes hubo un recorte del 62% en los programas sociales. A eso hay que agregarle la suba vertiginosa de la tasa de interés efectiva anual, que está en 107%, a tono con lo que el Director del Departamento del Hemisferio Occidental del Fondo Ilan Goldfajn comenzó a reclamarle a Guzmán apenas desembarcó en su puesto.

Desde el poder de la provincia de Buenos Aires, el territorio donde más lastima la inflación que corre al 100% interanual, Cristina resiste como la expresión más pura de un peronismo que siempre necesita un jefe. Sin competencia a la vista de ningún tipo, con los gobernadores del PJ refugiados en sus distritos y con una pesada herencia por delante, la vicepresidenta está sentada en la cabecera de la mesa para lo que viene.

Dos problemas sobresalen entre tantos para su conducción. El primero es una idea que comparten tanto en la feligresía cristinista como en sectores del antikirchnerismo: después de Alberto, Cristina no puede hacer más inventos. Fernández le clausuró una vía de acción y le obturó la posibilidad de elegir un delegado que pueda promocionarse como autosuficiente. Presentarse como candidata a senadora y dejar al peronismo que hoy le rinde pleitesía en estado asambleario, sería jugar a menos y reconocer en la practica el fracaso del cristinismo. ¿Cristina está dispuesta a competir con riesgo de perder o prefiere refugiarse en la provincia y asumir de esa manera la derrota?

El segundo es una trampa de la que no le resulta fácil salir. Cristina llama desde hace tiempo al acuerdo con una oposición moderada y dispuesta al diálogo, pero necesita a Macri y a la rabia antikirchnerista para seguir siendo una opción política de consideración. Tratado con veneración en Qatar, el ex presidente tiene también un núcleo duro de creyentes que lo reivindica pero ofrece un hándicap formidable que entusiasma a los laderos de CFK: es rechazado al mismo tiempo en el conurbano bonaerense y en una porción considerable de los sectores medios.

Después de Alberto, Cristina no puede hacer más inventos. Fernández le clausuró una vía de acción y le obturó la posibilidad de elegir un delegado que pueda promocionarse como autosuficiente.

Si la sequía que hoy afecta 1,5 millones de hectáreas de soja no se profundiza, Massa cruza el desierto del verano y la inflación no se dispara sino que cede, el optimismo que hoy renace en el mundillo de la dirigencia oficialista irá en aumento, en desmedro de tres años durísimos para la mayor parte de la población. En el FDT aseguran que el peronismo es todavía una marca que rinde y apuestan a que el operativo despegue de Cristina con respecto a su propia creación funcione. Como una replica tardía de lo que el PRO trajo a la política, cerca de la vicepresidenta encontraron en los últimos días en el Big Data motivos para la ilusión electoral. Habrá que verlo.

Del lado de la oposición, todo está por resolverse. Macri está en el centro de la escena y se beneficia de la deriva defectuosa del FDT pero no exhibe un liderazgo similar al de Cristina. El ex presidente parece más un arbitro que un jefe y no está seguro de ir en busca de su segundo tiempo. En conversaciones privadas con la dirigencia del PRO, repara más de una vez en la resistencia que enfrentaría en la calle si decidiera avanzar con un ajuste como el que cree necesario hacer o incluso con uno como el que está ejecutando ahora Massa con enorme facilidad.

En los últimos tiempos, a la liberación de su pensamiento en estado más puro, Macri le sumó un cambio de actitud que registran los que lo conocen desde hace años. Con tiempo de sobra y peregrinos que lo visitan en forma permanente, ya no desprecia la conversación política como lo hizo durante toda su vida y ahora es capaz de quedarse cuatro horas en una cena con un invitado al que le interesa escuchar o convencer. Sin embargo, se mueve todavía más en el rol de armador o ex jefe que se divierte con las dificultades ajenas que en el de líder y candidato.

Macri sabe que tanto Horacio Rodríguez Larreta como Patricia Bullrich se dicen decididos a ir hasta el final en busca de recibirse de jefes. Después de alimentar a la ex ministra de Seguridad con sponsors que le permiten moverse con una sorprendente holgura financiera, ahora se muestra dispuesto a negociar con quien mas espacio le garantice. Aunque la dirigencia de Juntos ve a Bullrich como un apéndice de la estrategia de Macri, el ex presidente tiene nexos históricos del PRO que lo unen hoy a Larreta y cuentan con un alto predicamento en el establishment. Dentro de ese grupo, hay dos que se distinguen: Nicolás Caputo y Edgardo Cenzón. El empresario que tiene acciones en Edesur invirtió mucho tiempo en la creación del partido que llevó a su hermano del alma a lo más alto y no quiere que la herramienta política que llegó a entusiasmar a amplios sectores de derecha se evapore.

Macri parece más un arbitro que un jefe y no está seguro de ir en busca de su segundo tiempo. En conversaciones privadas, repara más de una vez en la resistencia que enfrentaría en la calle si decidiera avanzar con un ajuste como el que cree necesario hacer. 

Cuando Macri vuelva de Qatar, su centro de operaciones de va a trasladar a Cumelén y todo está dispuesto para que Larreta vuelva a viajar al Sur, como ya lo hizo hace casi un año atrás. Esa conversación será bastante más decisiva que los dientes que se muestran en la Ciudad a través de las candidaturas enfrentadas de Jorge Macri y Fernán Quiroz. Mientras Macri defiende su derecho de dueño a legarle a su primo la zona franca del macrismo y no piensa convalidar ningún acuerdo de Larreta con Martin Lousteau, el alcalde desoyó a los que le recomendaban no confrontar y lanzó a Quiros como parte de un globo de ensayo que le permite mostrar mayor actitud de liderazgo y no ceder una vez más ante los halcones.

Después de arruinar en poco tiempo la oportunidad histórica que tuvo en 2015, con un apoyo formidable dentro y fuera del país, el ingeniero admite que el poder económico no le dará al macrismo un nuevo cheque en blanco para gobernar. Los que interactúan con todos los protagonistas de la saga dicen que Larreta necesita a Macri porque tiene miedo de que el PRO no lo acompañe en su proyecto. Salvo que Macri decida escuchar a sus adoradores y se lance a competir por la presidencia, la negociación estará abierta. Así como Diego Santilli y Cristian Ritondo están destinados a chocar y no bajarse de la pelea, Quirós puede ser una prenda de unidad.

Después se verá qué tipo de fisonomía asume el PRO para entrar en la disputa electoral por los votantes del centro, el talisman que persiguen desde hace años consultores, encuestadores y políticos. Detras del encuentro de Gerardo Morales y Facundo Manes en Formosa, está el objetivo que comparte la mayor parte de la cúpula radical: tener un candidato propio en las PASO y, tal vez más importante, jugar a fondo en contra del regreso de Macri.

Como el ex presidente pero sin haber liderado nunca un ensayo de gobierno, Bullrich contradice el manual de la consultoría y se juega a llegar con un mensaje que se trepa a la medianera de Milei. Sus colaboradores se muestran convencidos: creen que, a la salida de la pandemia y con espiral inflacionario, la sociedad paga más la intransigencia y la rabia que el consenso y la moderación.

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