Editorial
¿Una segunda ronda de voto expresivo?
Por Dante Avaro
La teoría del "voto expresivo" sugiere que los ciudadanos obtienen algún beneficio psicológico u emocional al momento de votar.

Entre la ciencia y la tecnología hay muchas diferencias. Entre ellas, destaca que la ciencia busca la verdad, mientras que la tecnología intenta producir artefactos útiles y funcionales para los usuarios. De este asunto, se deriva otro crucial: la ciencia evita los razonamientos eclécticos, mientras que la tecnología puede abrazarlos en la medida que resulten efectivos a sus propósitos. La ciencia, a través de sus teorías y modelos, no puede afirmar y negar una premisa sin dejar de pagar un alto precio en los contextos de descubrimiento y justificación. En otras palabras, la ciencia procura ensamblar armoniosamente sus representaciones sobre el mundo, mientras que la tecnología se preocupa por generar resultados eficientes, sin prestar mucha atención a la historia intelectual/conceptual de sus insumos cognitivos.

Esta breve reflexión, llevada al campo de los estudios sobre conducta electoral, ofrece la oportunidad de presentar una importante diferenciación. Los politólogos, los que le dan vida a la ciencia política, compiten formulando teorías y modelos cuyas explicaciones den como resultado un mayor alcance universal respecto a la conducta electoral. Los estrategas de campañas electorales, en cambio, pueden eclécticamente echar mano de modelos encontrados sobre la conducta de los votantes y sus intenciones. Los politólogos buscan la verdad, los estrategas de campañas buscan algo que "funcione".

Una teoría sobre la conducta de los votantes de la cual echan mano los políticos muy a menudo -sepan o no de su existencia- es la llamada teoría del "voto expresivo". Esta es una teoría que no goza de mucha popularidad en la academia, pero su capacidad explicativa ha demostrado ser muy satisfactoria en diferentes escenarios democráticos. Aunque esta teoría se encuentra anclada en una larga y rica historia intelectual, su formulación más reciente se la debemos al pionero trabajo de los politólogos estadounidenses Riker y Ordeshook, a fines de los años sesenta del siglo pasado.

La teoría del "voto expresivo" sugiere que los ciudadanos obtienen algún beneficio psicológico u emocional al momento de votar. Esta teoría acerca de la conducta de los votantes no resulta fácil de integrar o compatibilizar con aquellas que se basan, o bien en el egoísmo, o bien en algún aspecto de la racionalidad (paramétrica, estratégica o dialógica-reflexiva).

Fue el economista George A. Akerlof, quizá, quien expuso los fundamentos de esta teoría de manera más descarnada: el precio a pagar por la lealtad ideológica es cercano a cero. Lo cual es una forma elegante de afirmar que, para el votante, no resulta una preocupación el análisis de las cadenas causales entre lo que va a votar y sus consecuencias; él siempre está preocupado por obtener el máximo beneficio psicológico u emocional a expensas de cualquier otra cosa.

Como usted ya se habrá percatado, este modelo describe con bastante nitidez lo que en Argentina se conoce como los dos umbrales o el voto duro: en este caso, uno para el gobierno y otro para el kirchnerismo. Sin embargo, desde la perspectiva del estratega electoral, hay que conquistar el electorado que queda, ese que está, para muchos, remanido o alejado de las vibrantes discusiones públicas. Y allí surgen las preguntas cruciales: ¿hay que profundizar una estrategia emotiva o apelar a los intereses egoístas de los votantes? El estratega puede darse lujos que el científico tiene prohibido: el sincretismo en búsqueda de la eficacia.

Así, frente al próximo proceso electoral, aventuro la siguiente especulación: Milei seguirá tirando sal sobre la herida al campo "nacional y popular". Insistirá sobre lo que le ha dado buenos resultados. Seguirá apostando a un discurso que moviliza pasiones y sentimientos. Ya comprobó la hipótesis de que resulta posible romper el monopolio peronista sobre la psicología moral.

En otras palabras, los estrategas electorales del gobierno seguirán apostando a la idea de que el vínculo entre voto e intereses personales es débil, mientras que la percepción con el interés común (general) es fuerte. La frase votar con la billetera funciona si somos capaces de elaborar un paso más allá que sirva como atajo emocional para lo particular: estaré mejor, porque todos estaremos mejor. Sobre este asunto trabajará toda la maquinaria del gobierno, a pesar de que haya que esperar para ver los resultados. Milei, expectante, redobla la apuesta: una segunda ronda de voto expresivo, aunque sus herramientas sean eclécticas.


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