Opinión
La revancha de Eduardo
Por Augusto Taglioni
El menor de los Bolsonaro recuperó la centralidad que había perdido durante el gobierno de su padre. Un rol que juega al borde de la traición.

Eduardo Bolsonaro recuperó la centralidad en el armado político de su padre. Fue el arquitecto de la implementación de los aranceles de Donald Trump contra Brasil como forma de presión a Lula y la Corte Suprema de Justicia.

Su ansiedad lo llevó a anticipar por redes sociales, presumir y cancherear un logro que a todos luces juega contra los intereses de su propio país. La lógica de la estrategia es extraña porque apunta dos cosas que no van a ocurrir: doblegar a Lula y la justicia y ubicar a Bolsonaro como el único garante para la resolución de la crisis porque Eduardo logró que nadie del trumpismo reciba a una comitiva oficial.

El resultado de eso no es la aparición salvadora de su padre, que tiene mas chances de terminar preso que de liderar una comitiva para negociar con la Casa Blanca, sino la posibilidad de una crisis a gran escala. En un punto el bolsonarismo tiene razón, el sistema los quiere afuera pero no por las razones que esgrimen sino porque son una amenaza para la democracia y el estado de derecho. 

Eduardo transita la fantasía de la revolución conservadora con la que siempre soñó. Pero es eso, un sueño propio de una admiración patológica al trumpismo y sus ideas. Como todo sueño, te despierta ante el primer contacto con la realidad que en este caso puede ser mucho más cruel de lo que se imagina. 

La desesperación de Bolsonaro 

Pero mientras tanto, Eduardo vive su propia revancha. Los hijos de Bolsonaro tienen roles muy concretos en el armado de su padre y atravesaron momentos de auge y debacle a lo largo de estos años. 

Durante la campaña electoral de 2018, el hombre clave fue Carlos Bolsonaro. El hijo del medio y concejal en Río de Janeiro hace 25 años tuvo un rol importante en el marketing de la campaña que llevó al bolsonarismo al poder. Creó el llamado "Gabinete del odio" dedicado a distribuir las noticias falsas que marcaron el manual de estilo del gobierno bolsoanrista y fue el cerebro comunicacional a la hora de construir la red de streamers oficialistas que le permitieron pelearse con los medios tradicionales.

Eduardo transita la fantasía de la revolución conservadora con la que siempre soñó. Pero es eso, un sueño propio de una admiración patológica al trumpismo y sus ideas. Como todo sueño, te despierta ante el primer contacto con la realidad que en este caso puede ser mucho más cruel de lo que se imagina.

Carlos fue un alumno predilecto de la escuela de Steve Bannon pero perdió relevancia durante la campaña de 2022. Desde entonces, no gravita tanto. 

La revancha de Eduardo

Por su parte, el mayor de los hermanos, Flavio, es el más tradicional de todos los políticos del clan. Como diputado provincial manejó relaciones con las milicias que controlan el narcotráfico en Río de Janeiro y recaudó fondos para la política mediante el esquema de falsos asesores. Ahora como Senador articula las alianzas con el resto de los partidos y es el más moderado de todos. Es un rol oscuro que nunca pierde relevancia pero evita las luces. 

Eduardo siempre se encargó del armado internacional y logró tejer buenos vínculos con todo el conservadurismo global, desde Abascal hasta Viktor Orban pasando por Milei y Kast. Arrancó con los CPAC cuando estos eventos eran marginales y no estaba en el radar de ningún medio. Trump es su obsesión y estuvo cerca de ser embajador pero Itamaraty lo terminó boicoteando. 

Trump, el jefe de campaña de Lula

Eduardo cayó en desgracia durante el gobierno bolsonarista como toda el ala olavista (el sector hiperideologizado que se referencia en el filósofo Olavo do Carvalho). Con Eduardo, dejaron el gobierno el entonces canciller Eduardo Araujo y otros ministros de ese perfil para dar lugar los militares, el pragmatismo del Centrao y diplomáticos de carrera en el caso de la política exterior. Para él fue una decepción que su propio padre marginara a los puros y leales que lo apoyaron desde el principio. Pero bueno, gobernar es otra cosa. 

Con Bolsonaro fuera del gobierno, Eduardo vuelve a una centralidad que es producto de la desesperación de su padre ante la inminencia de la prisión. El saca provecho de esto y entiende a la perfección el clima de época pero nada de lo que propone es viable si Bolsonaro o alguien de su entorno vuelve al poder en 2026.

El problema es que no tiene un plan alternativo ante el fracaso de una estrategia que puede dejar el saldo de su padre en la cárcel, la derecha dividida y al nacionalismo en la vereda de Lula. Es todo o nada, lo sabe y parece estar dispuesto a tomar el riesgo. 

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