Lula logró revertir la tensión con Estados Unidos sin ceder ante la presión. El bolsonarismo recalcula y apura decisiones. |
Es lo que hace un presidente que se toma en serio su rol. Defiende los intereses de su paÃs, tensiona si siente que el otro no respeta los marcos del debate y está dispuesto a negociar bajo esas condiciones. No imprime tuits, juega al admirador obsesivo ni mucho menos se organiza recitales de rock en medio una crisis fenomenal. Gobierna, negocia, discute. Trabaja de presidente.
De la conversación entre ambos se desprende la posibilidad concreta de una reunión bilateral en la Casa Blanca y una posible viaje de Trump a Brasil. O sea, digamos, más que lo que se visten de fanáticos.
Trump parecerse haberse enfocado en la pelea con Venezuela y Maduro y mostrar su capacidad militar en el Caribe que es donde más posibilidades tiene para imponer condiciones. El mapa sudamericano solo tiene a Argentina entre los aliados incondicionales paÃses importantes y deberá esperar a las elecciones en Chile en noviembre y el año que viene en Colombia como para sumar amigos de peso.
Brasil es la potencia más importante de la región junto con México y tiene un superávit comercial que no amerita la implementación de aranceles contra Brasil. Está claro que Trump decidió jugar a fondo con el bolsonarismo para lograr evitar la condena por intento de golpe pero fracasó porque ni el gobierno ni la Corte Suprema modificaron su posición al respecto.
Lula además mostró mucha astucia para designar a los emisarios para lograr el acercamiento. Una de las figuras claves fue el vicepresidente, Geraldo Alckmin, quien tiene una relación muy cercana con el sector industrial paulista con fuertes vÃnculos con Estados Unidos y tiene el visto por el mercado financiero.
El vicepresidente fue quien arrimó a otro jugador importante como Joesley Batista, propietario del gigante de la carne JBS, no de los mayores grupos empresariales como JBS USA Holdings y tiene intereses en el sector financiero de minerÃa y energÃa con J&F Investiments.
En términos polÃticos, Alckmin se convirtió una pieza estratégica para las elecciones del año que viene, ya sea como candidato a gobernador de San Pablo, Senador, compañero de formula de Lula o candidato a presidente si el lÃder del Partido de los Trabajadores decida no jugar.
El gesto de Trump es un abandono directo al bolsonarismo y una derrota estrepitosa para Eduardo Bolsonaro, el hijo del ex presidente que fue el principal lobbista de los aranceles como método de presión para lograr una amnistÃa que libere a su padre.
En una acrobacia narrativa para no reconocer la derrota que implica el giro de Trump con Lula, Eduardo y los suyos se aferran en el rol de Marco Rubio como uno de los nexos designados por el lÃder republicano como una supuesta garantÃa de defensa de los intereses de Bolsonaro. Pero bueno, el jefe de Rubio es Trump.
En este marco y más allá de las esperanzas de Eduardo para que no termine su veranito de fama, la derecha empezó a apurar definiciones ante la confirmación que Bolsonaro estará fuera de juego. La carta que empuja un sector del Partido Liberal y tendrÃa el aval de Jair y dos de sus hijos es la de Tarcisio Gomes da Freitas como candidato y Michelle Bolsonaro como vice.
La ex primera dama mide bien, tiene carisma y tiene llegada a los sectores populares que alguna vez creyeron en su marido en 2018 pero se fueron con Lula en 2022. El escollo para eso esa estrategia es el temor de Tarcisio en perder San Pablo y el rechazo de Eduardo a la candidatura de Michelle.
En efecto, este acercamiento que promete tener más capÃtulos es una muestra de realismo polÃtico, de sensatez y confirma que no es necesario ser un obsecuente para conseguir el resto de tus aliados y, sobre todo, de tus enemigos.
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