Mexico
La tecnocracia del PRI asume el poder sin intermediarios
Por Andrés Wainstein
La candidatura de Meade condensa un proceso de dos décadas. Conquistada la economía, van por la política. ¿Reaccionará la "Vieja Guardia"?

 Es un debate que tiene años, pero que por estos días nos regala en forma silenciosa -como suele acostumbrar el PRI- uno de sus capítulos más apasionantes. Los tecnócratas, y muy especialmente la nueva generación del ITAM, acaban de ganar uno de los rounds más importantes de una pelea que lleva más de dos décadas en México.

La postulación de José Antonio Meade es un triunfo aplastante de una generación que se formó, se moldeó y creció al calor del zedillismo, y que ahora no se conforma con el control de la economía. La tecnocracia va por todo: ambiciona sin sonrojarse el control de la política, que hasta el momento se había reservado para un sector más tradicional del PRI.

La "Vieja Guardia", ese grupo tricolor más tradicional en su relación con la política, más atado a las liturgias y a los emblemas históricos del partido, ubica en Zedillo el punto cero de esta transformación que los fue desplazando de la centralidad del poder.

Para ellos, la candidatura de Meade no fue una sorpresa sino una línea de continuidad. Asesores de históricos personajes priistas anticipaban a LPO en los últimos meses -no sin preocupación- que EPN terminaría cediendo el control de la política a lo que hasta ahora podía ser catalogada como el Grupo Hacienda.

La postulación de Meade es un triunfo aplastante de una generación que se formó, se moldeó y creció al calor del zedillismo, y que ahora no se conforma con el control de la economía. La tecnocracia va por todo: ambiciona sin sonrojarse el control de la política.

¿EPN será el último político tradicional priista en Los Pinos? Una afirmación aventurada, pero no imposible. Pero, ¿por qué ex gobernadores, dirigentes nacionales y operadores del PRI ven en Zedillo al gran monje negro de este proceso?

Todos ellos dicen que los impactos de la caída del Muro de Berlín se observaron ya entrados en los '90 y esa panorama le allanó el camino a Zedillo para instalar en su administración la cosmovisión de un mundo neoliberal, dilema que todavía enfrentaban Carlos Salinas de Gortari y Miguel De la Madrid.

Desde esta óptica, Zedillo comprendió que una nueva generación de tecnócratas debían trascender del debate partidario, justo en un momento de apertura a la alternancia. Por eso, los cuadros técnicos que había fogoneado durante su sexenio siguieron con funciones -aunque en segundas o terceras líneas de mando- en el gobierno de Vicente Fox. Y comenzarían luego a tener un mayor protagonismo en el sexenio de Felipe Calderón.

En ese listado aparece Dionisio Pérez-Jácome Friscione en Comunicaciones y Transportes, o Guillermo Babatz Torres en la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, pero sin dudas el máximo exponente fue el propio Meade, que manejaría Hacienda durante el último tramo del gobierno calderonista.

Todos formados en el ITAM. ¿Coincidencia? De ninguna manera. El Instituto planificó en esos mismos años su penetración en la burocracia del Estado para convertirse -como hizo, con éxito- en un factor de poder, apalancado en un grupo que supo ser inmune a las definiciones en las urnas. Eso cambia.

El flamante candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade.

La ambición de quedarse con la última porción del pastel es quizás, al mismo tiempo, la apuesta más riesgosa. Porque Meade logró prestigio entre empresarios, inversores y factores del poder económico internacional. Salió ileso de cuatro secretarías. No es poco, y menos en México.

La ambición de quedarse con la última porción del pastel es quizás, al mismo tiempo, la apuesta más riesgosa. Porque las elecciones se ganan con votos, con muchos votos. Y ahí permean otras variables, no sólo el prestigio del microclima.

En Los Pinos están convencidos que esa trayectoria transparente será una de las principales barreras para contener el discurso más elemental de Andrés Manuel López Obrador: la corrupción. ¿De qué lo acusará a Meade, si en décadas de funcionario no recibió una sola denuncia?

No es el único argumento en la decisión de EPN: entregar la candidatura al emblema de los mercados, de la estabilidad macro y de la gestión económica profesional, es también una estrategia frente al candidato de la indignación. ¿Cómo le fue a Estados Unidos con Trump, otra figura que venía a romper con el sistema? "No siempre el cambio es para mejor", podría ser un precario slogan de campaña.

Pero las elecciones se ganan con votos, con muchos votos. Y ahí permean otras variables, no sólo el prestigio del microclima. Peña Nieto suele repetir en su entorno que los niveles de conocimiento se consiguen con facilidad. Los votantes también buscan empatía, carisma, claridad, feeling con su candidata. ¿Logrará Meade mostrar esas cualidades? Eso está por verse.

Un último interrogante: ¿cómo jugarán los gobernadores del tricolor, muchos de ellos más tradicionales y que acaso puedan sentir el recelo ante la construcción de una nueva matriz de poder? La reunión de mañana en Los Pinos será clave, Peña Nieto lo sabe.

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