Corrupción

El caso López (o un cuento que ni García Márquez habría escrito)

Parece realismo mágico. Ni al Gabo se le hubiera ocurrido todo esto. En Macondo no cabría. Pero sucedió en Argentina.

Parece realismo mágico. Nueve millones de dólares volando a las tres de la mañana por sobre el muro de un convento casi abandonado, el 911 de la Bonaerense respondiendo en tres minutos con dos patrulleros cargados de oficiales de alto rango, un soborno millonario que no fue aceptado, una causa paralizada desde hace ocho años que despierta de golpe y una abogada hot (ahora candidata al Bailando de Tinelli). ¿Qué podría faltar? Ah, sí, Hebe, indignada con la corrupción en la obra pública, CFK aclarando que “Yo no fui”, Recalde comparando la corrupción en el PJ con la pedofilia en la Iglesia Católica y una bendición papal certificada en la casa de López.

Ni al Gabo se le hubiera ocurrido todo esto. En Macondo no cabría. Pero sucedió en Argentina.

Sucedió y se suma al caso Jaime, al de La Rosadita y al de Lázaro Báez. Curiosamente, los cuatro se encuentran debajo de lo que fue, en el gobierno anterior, el ámbito de competencia del hoy diputado Julio De Vido y las licitaciones de la obra pública.

Es curioso, sin embargo, que hasta ahora se implique, por omisión, que el esquema de corrupción que empieza a visualizarse solo ocurría con la empresa de Lázaro. Odebrecht, por ejemplo ocupa el sexto puesto en la suma de los montos otorgados a esa empresa, pero nadie hasta ahora se ha detenido a revisar si en aquellas hubo sobreprecios, o si los hubo en las concedidas a Calcaterra, primo hermano del Presidente, tercero en el orden de montos otorgados.

Resulta curioso también que se revise ahora, cuando ya no tiene poder, la gestión de De Vido y nunca antes durante los doce años en que sí lo tuvo y tuvo además, bajo su control directo, a López.

La corrupción, como el tango, necesita dos. En este caso, uno que cobre la coima y otro que la pague. Pero también se necesita, para un grado de corrupción de tamaña escala, un grado equivalente de impunidad y una interpretación de algunos medios que llamen a las cosas por otro nombre.

La corrupción es del ámbito de sectores de la política (no todos) y del empresariado (no todos), pero la impunidad es del ámbito de la Justicia. Y de esto no se habla, o se habla poco. Y a veces, cuando se habla, se dicen cosas preocupantes. Según el ministro de Justicia, “nunca es bueno” que un ex presidente vaya preso. ¿Nunca? ¿Sin importar lo que pueda haber hecho? O sea, es bueno que sea impune. Se infiere que si algo es malo, lo contrario es bueno.

¿Pero no será que “no es bueno” porque una CFK condenada podría arrastrar consigo a figuras que hoy resultaría peligroso implicar en actos de corrupción?

Maquiavelo decía que la decisión más importante en política es la elección del enemigo; parecería que en la política argentina la decisión más importante es la elección del chivo expiatorio.

Y, entonces, si esta mezcla impúdica de corrupción política/empresarial, connivencia silenciosa entre sectores políticos adversarios e impunidad judicial no puede solucionarse desde las instituciones de la República, lo único que queda es la sociedad civil.

O la sociedad le impone al conjunto de los liderazgos un Nunca Más de la impunidad -aunque esto involucre a sectores del oficialismo de turno, a los jueces y fiscales corruptos, a los empresarios funcionales a la corrupción- o no tendremos república.

Con impunidad no hay Justicia. Sin Justicia no hay Estado. Y sin Estado, estamos huérfanos.