Diputados

Insoportable, Kicillof obligó a debatir tres horas artículo por artículo

Aunque el bloque FpV votó en contra, el ex ministro estiró hasta las 4 de mañana la disucusión. Fastidio total.

Axel Kicillof no se cansa: como en sus tiempos universitarios, obligó a los diputados a debatir por tres horas los artículos del megaproyecto sobre pago de los juicios previsionales, blanqueo, reducción de impuestos y beneficios para las provincias.

Su vehemencia era al menos curiosa, porque su bloque, el FpV-PJ ya había votado en contra del proyecto en general, o sea, se habían expresado en desacuerdo de todo el texto, con un encendido discurso del ex ministro de Economía y del experto previsional Juan Carlos Díaz Roig.

Por lo tanto era incomprensible su ahínco en reiterar los argumentos cuando llegó la hora de evaluar el detalle de cada artículo y mucho menos que se animara con propuestas, que nadie escucharía por el simple hecho de que Cambiemos ya no necesitaba el voto del FpV-PJ para llegar a la mayoría. 

Una ecuación simple para cualquier parlamentario, menos para Kicillof, cuyo objetivo no es buscar acuerdos sino dejar claro lo que piensa. 

Ni bien asumió de senadora, a la actual vicepresidenta Gabriela Michetti le pidieron no opinar sobre los debates en particular si había rechazado los proyectos en general. 

“No encuentro ningún impedimento reglamentario”, se defendió esa vez la actual vicepresidenta. “Es sentido común, senadora”, la atacó la senadora puntana Liliana Negre de Alonso, la más antigua de esa Cámara.

No parece el sentido común de Kicillof, quien fue capaz de mantener a los diputados hasta 4.30 y completar 20 horas de sesión sólo para escuchar sus conceptos por cuarta vez en la semana.

Algunos artículos se iban a modificar por acuerdo de Cambiemos con los bloques de Sergio Massa y Diego Bossio, artífices de la mayoría para aprobar la ley.

Para fastidio general, Kicillof le puso la cara a los golpes y pidió modificaciones en cada punto. “No se van a aceptar”, respondía una y otra vez Luciano Laspina, miembro informante del oficialismo.

“Tiene la palabra el diputado de la ciudad autónoma de Buenos Aires”, repetía Emilio Monzó, quien cuando lo vio tan entusiasmado advirtió al recinto que si cada artículo se votaba por separado sesionarían tres horas más.

Lejos de conmoverse, Kicillof pidió la palabra hasta para decir que su bloque votaría en contra de los artículos, una obviedad a esa altura de la noche.

Tampoco fue relevante el aval a los acuerdos del Gobierno nacional con las provincias, porque la historia dirá que llegaron al Senado con el voto negativo del Frente para la Victoria-PJ. 

Con su intransigencia,  además de manejar de a ratos la estrategia de su bloque (muchos recuerdan su amistad con Mariano Recalde, hijo del jefe de la bancada), Kicillof logró que en Cambiemos ya no cuenten con él para negociar cambios.

Ni siquiera le pidieron opinión para excluir del blanqueo a los familiares, uno de sus pedidos en Comisión. “Sumaron padres, hijos y cónyugues y queríamos cuarto laso sanguíneo”, recordó. Buscaba incorporar a los primos, para chicanear al constructor Ángel Calcaterra, quien tiene ese parentesco con Macri. Puño y letra de Cristina Kirchner. 

Kicillof tenía mucho para ofrecer. Recibió aplausos irónicos cuando dijo no tener objeciones sobre el artículo 4 pero votar en contra de todos modos. “¡Déjenme explicar!”, levantó la voz desde su banca.

Y siguió hablando: “Fijar acuerdos transaccionales para todas estas cuestiones, está empujando al litigio”, se excusó, respecto a los juicios previsionales. Nadie iba a escucharlo, aunque gritara.

También dejó aclaraciones de antología como la que dio para el artículo 11. “Como el artículo hace referencia al programa que ya hemos rechazado, adelanto nuestro voto negativo”, señaló.

La noche terminó con la sorpresa del traslado de la UIF al Ministerio de Hacienda, motivo de esperada furia de Kicillof. Díaz Roig se enojó primero y se fue de la sesión. El ex ministro se quedó un rato más. Pensaba pedir la palabra.