Elecciones 2015

Sin lugar para los puros

Un electorado que sin euforia vota lo que se le ofrece, va en busca de gobernabilidad.

El camino electoral de este 2015 es lento y ripioso. Es una larga negociación entre viejos conocidos y nuevos por conocer. Entre kirchneristas puros y peronistas, entre macristas y peronistas, entre massistas y macristas, entre macristas y radicales. Por eso no hay sobresaltos y las PASO confirmaron más o menos las previsiones razonables: el FPV roza su meritorio 40 % de la mano del peronista menos kirchnerista y la oposición no es más ese archipiélago de fragmentos aunque el mapa de victorias locales siga siendo monolítico. El peronismo se hizo sentir en NEA y NOA, en el Gran Buenos Aires, y en el sur petrolero. Cambiemos sigue fuerte en la CABA, Córdoba, en la pampa húmeda. Y el FR (al que el lobby de Clarín, y la fuerza de la Nación, la provincia y la capital quisieron sacar del mapa) se mantiene fuerte gracias a ese voto de clase media baja metropolitano. Nadie tiene la vaca de la “mayoría” atada. Hay una circulación de nombres y discursos intercambiables, y un electorado que sin euforia vota lo que se ofrece. En la economía se sabe que algo tendrá que cambiar, y nadie quiere tocar nada del Estado social que asegura una cierta paz. Así parece definirse esta elección: en el día a día, en la negociación territorial larga y pesada, en el cruce de operaciones y gestos detrás del voto.

Hace unas semanas el zócalo de un programa político del grupo Clarín se regocijaba con una sentencia: el mundo cambió, ya no es el mismo. La pregunta por el nuevo gobierno argentino (¿quién viene?, ¿cuánto continúa o rompe?) se hace en un “nuevo mundo”. Como si dijeran: si no hay cambio de gobierno, hay cambio de mundo. Es un consuelo basado en el fin del súper ciclo de los commodities y la percepción de que los gobiernos de la región no terminaron de aprovechar las ventajas, se debilitan lentamente, y mientras, a la vez, no emergen sus alternativas con la fuerza que deberían. Se sabe más adónde no se quiere volver (“¡los años 90!”) que adónde se quiere ir. La desilusión griega en la “Eurozona” o el desgaste que sufren los jóvenes de Podemos en España, con toda su intensidad efímera, dictan que el centro del mundo carece de un paradigma distinto. El narrador global del malestar es Francisco, que ruega que el capitalismo extremo no se olvide del “último” orejón del tarro de la Aldea. La CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) habló hace unos meses del “fin de la etapa de crecimiento fácil” para Sudamérica. En Brasil ya hay alarma política.

Sin lugar para los puros

Pero las condiciones del país no resultan críticas como para permitir la emergencia de un liderazgo fuerte, aglutinador, emotivo, fundacional. El “modelo” ya no es lo que era, de hecho el kirchnerismo, como bien señala Gabriel Puricelli, habla más de “proyecto” que de “modelo”, y su desgaste natural se combina con la salida de Cristina y una nueva estrategia de abajo hacia arriba, una migración a los territorios en sus versiones más puras.

Zannini conforma al votante, en dos meses de campaña la velocidad naranja lo opacó. La Cámpora de hecho celebró su primer triunfo en algunas intendencias bonaerenses consolidando lo que a esta altura es lógico: tener algunas experiencias municipales compitiendo en condiciones ideales (con el Estado nacional detrás). Todo está más o menos en el promedio de lo que se espera. Y la política argentina está llena de identidades que, si se las separa, pierden consistencia: ¿qué son hoy los radicales sin el acuerdo con el Pro, qué es el kirchnerismo sin el peronismo, qué es el “sciolismo” y su ola naranja, qué es el peronismo sin un “signo de los tiempos”? Obligados a unirse para ganar, para condensar, obligados a unirse para tener identidad. Así, cualquier estrategia “pura” se decanta sola. Se votan gobernabilidades. En un contexto de incipiente inseguridad económica, se votan seguridades políticas para cuando las fuertes tormentas lleguen. La economía, en Argentina, no es monolingual. No todos hablan el mismo idioma.

Pero no hay una transición esperanzada en este desenlace, como Alfonsín después de la dictadura, o Menem después de la hiperinflación, o Kirchner tras la crisis de 2001. Vivimos una elección que es el fin de las metáforas. Una elección gris, ultra negociada en todos los niveles posibles: las estructuras políticas, el mundo empresarial, los medios de comunicación, el sindicalismo, todos tienen sus intereses cruzados. No es que no haya nada en juego, ni nos dejamos de preguntar cuál es la candidatura que más posibilita condiciones de igualdad social. Pero el mérito kirchnerista de no haber chocado la calesita coloca las elecciones en estos términos donde los candidatos elaboran y reelaboran discursos a cielo abierto con un plan de gobierno que termina este 10 de diciembre y cuando hablan de economía dicen lo que no van a hacer.

Nunca hubo una elección en la que se hablara tanto de los “asesores”. Siempre era un tema de microclima, pero ahora hasta Mirtha Legrand le reprocha a Macri frente a millones de televidentes que Durán Barba le coma la oreja. El estrellato polémico del ecuatoriano es el síntoma de que estas elecciones están en ese punto de “ingeniería” o laboratorio, con políticos y asesores desesperados detrás de una fórmula de la Coca Cola electoral. Todo muy encerrado entre significantes: mapas, territorios, audiencias, focus. Falta el evangelio. Y lo más probable es que cuando esto concluya, cuando la política consagre su teatro, irrumpa de nuevo lo real. Es matemático.