¿Qué baño de humildad limpiará a la Argentina?

Se necesita mucha agua para limpiar tanta podredumbre y una dosis inmensa de voluntad colectiva que nos impulse a meternos a todos, en una gran ducha de dignificación nacional.

“Por tres inadaptados se arruina la fiesta del fútbol” Dice Daniel Angelici Presidente de Boca, tratando de alejar las culpas con voz de ajenidad, en la noche del drama, tal vez final, del fútbol argentino.

Rodolfo D'Onofrio Presidente de River, se para en el lugar que no debe para ejercer autoridad, recibiendo improperios de Arruabarrena, técnico de Boca, mientras el plantel azul y oro eleva los brazos en reverencia cómplice hacia los violentos de la barrabrava.

Un espectáculo desgarrado que brindan los coordinados por Orión, que no es el personaje de la mitología griega, hijo de Neptuno, que subió a los cielos luego de ser asesinado por Scorpius.

Este Orión, un mortal que ejerce de guardameta, con pocas probabilidades de subir al cielo mitológico, es líder de un grupo de jugadores de fútbol que no comprendieron el impacto de sus actos.

No lograron estos muchachos futbolistas, ver la repercusión mediática de esa mueca atroz que dibujaron en el césped verde, manchado de naranja por el líquido tumbero fabricado por algunos de los humanos, con conductas infrahumanas, que este Orión mortal homenajeó con su saludo en compañía de otros 10 que, como el Tartufo de Moliere, lucieron como impostores que van detrás de un falso código de lealtad inconfesable, levantando sus brazos para recibir el aplauso embriagador de quienes se sintieron aceptados en su brutalidad y anomia social, por los jugadores de su equipo que los avalaba con ese gesto ritual de “cosa nostra”.

“El operativo de seguridad es un éxito” agrega irresponsablemente el Dr. Sergio Berni, que ejerce de responsable nacional de la seguridad, mientras miles de bengalas iluminan la vergüenza y un drone fantasmal intenta humillar al adversario y solo logra hundirnos mundialmente en la irreparable afrenta que, entre todos los protagonistas de este inmundo submundo futbolero, le causan al deporte.

Este amasijo putrefacto, mezcla de políticos con empresarios exitosos que incluye alguno devenido en dirigente del sector por ser creador de programas de TV que entretienen, donde se codean entreverados con mafiosos encubiertos in eternum por la casa “rectora” del fútbol argentino, se fue degradando en la lógica corrupta del “todo pasa”, descripta descarnadamente por el periodista Alejandro Fantino, cuando asegura ver en este fracaso colectivo la herencia del fallecido Julio Grondona.

La mancha naranja del menjunje casero que llaman mostacero, quemando a futbolistas de River, se viene extendiendo desde hace décadas- incluida la ganada- con imágenes que se hunden en nuestras retinas, mostrando a Presidentes genocidas asomados a balcones festejando títulos o en Democracia, con escenas compuestas por los máximos responsables del Gobierno Nacional, legitimados por ídolos de pelotas que se manchan y dirigentes atornillados por décadas al sillón de la impunidad y el negociado, diciéndonos que habrá fútbol para todos y ocultándonos que seguirá el vale todo.

Emanuel Ortega, un jovencito que esperaba salir de la pobreza gambeteando, murió al chocar contra una pared inoportuna, indecente y acusatoria de la desidia, jugando al fútbol en una cancha inaceptable.

Antes, bengalas mataron hinchas y unos barras mataron a otros matones por el manejo de los trapitos, la droga, la reventa de entradas y el control de los favores de los amos de la casa madre de la calle Viamonte.

Esta mancha nos alcanza, nos deja expuestos a nuestra miseria inocultable, revolviendo infinitas intolerancias, agresiones, destrato y violencias que protagonizamos a diario en las calles, en la intimidad de la familia, en el trabajo o en los barrios pobres y de los otros, descubriendo nuestros vergonzantes gestos de aceptación social, comprobable en los rating de tv, que transforman en éxito la chabacanería y el mal trato.

La presidenta de la Nación ordenó darse un baño de humildad a sus seguidores sin mirarse en ese espejo, pero la recomendación es probable que no alcance.

Se necesita mucha agua para limpiar tanta podredumbre y una dosis inmensa de voluntad colectiva que nos impulse a meternos a todos, en una gran ducha de dignificación nacional, que nos purifique sin reparos ni exclusiones de privilegio.

Algo huele inmundo en Argentina.

Quizás sea hora de aceptar que cada uno de nosotros aportamos “humildemente” nuestra propia hediondez.