Michetti, la gran apuesta de Macri para recibirse de líder político

La pulseada con la senadora encierra un capital simbólico que excede la pelea por la sucesión porteña.

Se trata de esas rivalidades que se cocinan con el fuego lento del éxito, no en el rencor explosivo del fracaso. La política reciente desborda de ejemplos. Carlos Menem y Domingo Cavallo por la paternidad de los años dorados de la Convertibilidad, Menem y Duhalde por la conducción del peronismo, Kirchner y Scioli por los votos y ahora Cristina y Scioli por el futuro.

Duplas exitosas que en algún momento empezaron a competir entre ellas porque ya les habían ganado a todos. Natural. Es lo que pasa en la Capital. Con un 50 por ciento de intención de voto según las encuestas y más que duplicando al segundo, el PRO se puede dar el lujo de distraerse en ajustar cuentas internas.

Gabriela Michetti fue una pieza clave en el acceso de Macri al gobierno porteño, ablandando su perfil de entonces de ingeniero severo, y aportando los votos que le faltaban para ganar. El problema acaso haya sido que se enamoró de esa foto y no vio el trabajo que hizo el equipo liderado por Marcos Peña para ir bajando lenta pero de manera consistente la imagen negativa de Macri, hasta ese momento techo implacable a sus aspiraciones, que hoy finalmente ha sido diluido.

Influyó también –y mucho- la gestión, que detonó en toda su amplitud durante el segundo mandato de Macri, haciendo visible a partir de la obra símbolo del Metrobus de la 9 de Julio, tal vez la transformación más importante que haya experimentado la Ciudad en los últimos 50 años. Al punto que hasta los opositores hoy tienen que reconocer que Buenos Aires está mejor.

Lo que está en discusión entre Macri y Michetti es tan sencillo como medular: ¿Quién es el dueño de los votos del PRO? La senadora incluso llevó esa discusión al plano programático y se propuso como la líder necesaria para “humanizar” la gestión de Macri. Una suerte de evolución del PRO, concepto que acaso no casualmente comparte con el opositor Martín Lousteau.

Michetti en sus intervenciones públicas explica que es necesario votarla para que la Ciudad se ocupe más y mejor de las política sociales, de la salud, de la educación, y ofrezca además un rostro más amable, menos tecnocrático, a los vecinos. La crítica no puede ser más profunda y coincide en todo con el costado al que apela el kirchnerismo camporista para golpear a Macri.

Estamos entonces frente a un doble desafío al liderazgo de Macri, que el ingeniero fiel a su modo directo de entender los problemas, decidió enfrentar con claridad. Es decir, con poca política. Pero acaso, esa haya sido su decisión más política.

En la construcción de todo liderazgo siempre llega el momento de la confrontación; ese que rehuye Scioli con la promesa implícita de que si accede a la Casa Rosada, ahí sí dejará en claro quien manda.

Macri arriesgó fuerte y en la misma medida ganará o perderá. Nada para reprochar por ese lado. Michetti desafió dos veces, decisiones centrales para su proyecto presidencial. Primero, cuando en el 2013 se negó a encabezar la lista de la provincia de Buenos Aires dejando a Macri a merced de Sergio Massa y posibilitando el surgimiento de un fuerte competidor para la misma franja de votantes que aspira a representar el jefe de Gobierno.

Y la segunda fue cuando rechazó todos sus ruegos para que lo acompañe como candidata a vicepresidenta, en un intento por reeditar –aún de manera forzada- una épica de opuestos que se complementan.

Pudo entonces Macri hacer lo que aconsejaba el manual: Declararse prescindente y apoyar por la bajo a su candidato, Horacio Rodríguez Larreta. De manera de festejar la noche del 26 de abril con cualquiera que resultara ganador en la primaria del PRO. Pero no. Eligió ajustar cuentas. Y se jugó abiertamente por un candidato supuestamente mucho menos popular que Michetti.

Mil y un enviados le advirtieron en secreto y públicamente sobre el riesgo innecesario que estaba tomando. Profesionales de la política le explicaron con suficiencia que “la gente está con Michetti”. Pero acaso Macri haya entendido mejor lo que estaba en juego. No era la Ciudad, sino algo mucho más medular que necesitaba validar: Su condición de líder político.

¿Y qué mejor que agarrar un “underdog”, un candidato al que todos dan por perdedor para llevarlo hasta esa victoria que parecía posible? ¿Qué otro ejemplo de liderazgo podría ser más elocuente que aquel del líder que arriesga todo, contra todos los pronósticos y consejos, y triunfa?

Si esta aventura tiene éxito, Macri habrá enviado además un mensaje muy contundente no sólo al PRO sino también a sus flamantes aliados del radicalismo. Un mensaje que por lo que trasciende, es hoy una de sus principales preocupaciones. El no parece dispuesto a ser la frutilla de un pastel que armen otros, los que “saben”.

En la construcción de su proyecto presidencial –ese siempre fue el objetivo-, Macri supero con éxito el desafío de la gestión y ahora le queda por delante algo mucho más inasible pero determinante, la condición de líder político. Michetti le ofreció en bandeja la oportunidad de zanjar esa discusión y Macri con enorme riesgo la tomó. La moneda está en el aire, pocos momentos serán más políticos que este.