Lear, una tragedia inmadura

La protesta por los despidos de la autopartista Lear es una involuntaria metáfora de la incapacidad imperante de establecer diálogos adultos y propuestas superadoras

En la obra King Lear, Shakespeare describe una tragedia donde incluso las valiosas transformaciones de varios personajes no consiguen establecer un orden mejor que el anterior, frustrándose cualquier posibilidad de superación colectiva. Salvando las distancias históricas y narrativas, en la Argentina de nuestros días, a pesar de todo, podemos imaginarnos distintos. En una sociedad compleja como la nuestra, con múltiples y muchas veces contrapuestos intereses, la cohesión social absoluta no sería más que una utopía de perspectiva totalitaria. Sin embargo, es imprescindible fortalecer una base mínima de cohesión y solidaridad entre las partes que permita, al menos, ir encontrando formas de resolución parcial de conflictos y desencuentros.

Desde hace varias semanas, la autopista Panamericana es cortada en forma reiterada por piquetes protestando por despido de empleados de la autopartista Lear. De este modo, una de las principales autovías de la ciudad se transforma en un espacio de disputa política donde la falta de imaginación reina y la fragmentación social aumenta corte tras corte. Anticipando algún lector desorientado o avieso que desvíe el foco, dejemos en claro que el origen de la protesta es un auténtico drama. Ser despedido en un contexto económico adverso es un problema angustiante para el trabajador y su familia. El reclamo y el malestar son más que válidos. El tema es, ¿qué hacemos frente a estas legítimas y genuinas emociones? En estas líneas simplemente queremos concentrarnos en analizar la herramienta de protesta más visible que, más allá de sus particularidades, es una metáfora contundente de cómo nos hemos ido vinculando políticamente en los últimos años.

El origen de los recientes piquetes en Argentina se remonta a las protestas por falta de empleo durante los años noventa. El formato de corte de rutas nacionales en provincias alejadas de los grandes centros urbanos y de los medios de comunicación masivos tenía por objeto concitar la atención de la opinión pública. Era un angustioso grito de auxilio desde tierras alejadas de los centros de poder, buscando dar visibilidad a su drama e involucrar a actores relevantes, principalmente a la opinión pública nacional. Esta medida inicialmente tuvo el éxito de llamar la atención sobre una problemática privada que tomaba carácter público. De aquel modo, los problemas se hicieron visibles para grandes audiencias. La figura del Perro Santillán en Jujuy o los piquetes de Cutral Có en Neuquén tomaron una dimensión pública impensable con otros métodos de protesta. A partir de entonces, primero tímidamente y luego con un vértigo impúdico, la herramienta de cortar vías públicas se fue imponiendo para todo tipo de conflicto hasta llegar a nuestros días, donde este grupo de protesta corta total y reiteradamente una de las principales vías de acceso a la capital del país. Este modo de protesta no sólo ya carece de éxito sino que suele ser contraproducente y tener innumerables consecuencias negativas para una enorme cantidad de personas, comenzando por los mismos manifestantes.

Estas consecuencias son muchas y variadas. Podemos mencionar, entre otras, a la suspensión momentánea de un derecho básico de otros ciudadanos como es la libre circulación, los accidentes por el caos vehicular en las adyacencias al corte, el perjuicio ambiental por la concentración de autos circulando a baja velocidad durante varios kilómetros, el desaprovechamiento de centenares de agentes de seguridad concentrados en tareas de tránsito y alejados de las zonas calientes de delito, y el perjuicio para comerciantes y vecinos de la zona de influencia. Pero tal vez la principal consecuencia negativa, para todos, es la destrucción de los lazos básicos de solidaridad en la sociedad. Hay una carencia absoluta de acciones pensadas para generar la empatía social y el apoyo de amplios sectores para una resolución favorable del conflicto. La herramienta del piquete, exitosa en sus orígenes, se ve hoy atrapada en una lógica en la que ya desde el comienzo se le da la espalda al interlocutor central de toda protesta pública, el resto de los ciudadanos. El corte de la Panamericana sólo genera mal humor en los transeúntes y, en el mejor de los casos, indiferencia en los televidentes. La interpelación al público deja de producirse y la esencia de la protesta pasa a ser la protesta en sí. Como si fuesen adolescentes que no pueden expresar sus emociones y problemas sino con movimientos torpes, argumentaciones pobres y con la casi exclusiva búsqueda de una gratificación sensorial y momentánea en el grito y el golpe. Lejos de construir una solución, la protesta destruye toda posibilidad de solidaridad y acompañamiento de conciudadanos malhumorados por las externalidades negativas de los cortes. La demostración máxima de la falencia de esta herramienta, es que los medios de comunicación masivos hoy hacen coberturas exhaustivas de muchos de los piquetes, concentrando siempre la información en el caos vehicular y prácticamente nunca en los motivos y reivindicaciones del corte. Los piquetes, por reiterados y desgastados, no solo no dan visibilidad al problema sino que atentan contra toda solución que pueda ser apalancada en la opinión pública y su presión sobre la dirigencia política.

El caso de Lear es de una rotunda claridad en la dificultad de trascender esta lógica adolescente. A partir de una irrupción en el programa “678” por la Televisión Pública, portavoces del conflicto en Lear lograron tener un tiempo para exponer su problema en el programa “Periodismo para todos” de Jorge Lanata. Allí, en un contexto amigable hacia toda crítica al gobierno nacional y con una audiencia que supera largamente al millón y medio de personas, pudieron contar su problema y enumerar las exigencias a las autoridades. Si un corte de ruta busca dar visibilidad a un problema, estar en el primer bloque del programa de Lanata garantiza una masividad absurdamente superior al de cualquier piquete, tanto en cantidad como en calidad de comunicación. ¿Cuántas Panamericanas serían necesarias cortar para impactar esa cantidad de individuos? Sin embargo, al día siguiente de aprovechar ese palco, nuevamente estaban al borde de la ruta intentando un corte. ¿Por qué? ¿Acaso su necesidad de comunicar y dar visibilidad al problema no estaba satisfecha? Tal cual haría un alumno de secundario, sin picardía ni capacidad de reflexión inmediata, en lugar de establecer algún tipo de alianza con la opinión pública o con medios de comunicación, continuaron alimentando una lógica del conflicto donde son pocos los que ganan y son muchísimos, ellos incluidos, los que pierden. Esta lógica arcaica se desluce aún más en un contexto comunicacional en el que cualquier acción original o atractiva sería nota de medios audiovisuales, gráficos y radiales, siempre ávidos de novedades. Del mismo modo, la subutilización de las redes sociales y las nuevas tecnologías hacen absurda la presencia de tantos universitarios solidarizándose en este tipo de protestas, con las estéticas, reclamos y emociones de hace veinte años. Teniendo tantas posibilidades de hacer llegar el mensaje y tanta libertad para encontrar herramientas, contenidos y tonos emocionales adecuados, ¿por qué continuar limitándonos a protestas donde nada se resuelve y todos pierden?

Para finalizar, una potencial consecuencia muy peligrosa de este círculo vicioso del piquete podría ser la construcción de una mayoría silenciosa que otorgue una venia social a las disoluciones violentas de protestas. El vergonzoso episodio del “gendarme carancho” puede ser solo un comienzo. En la vida social en general y en las democracias republicanas en particular, nada está garantizado y todo depende de cada uno de nosotros, nuestras acciones y sentido de la responsabilidad. Humores autoritarios en el clima social, harían de casos como el de Lear, el origen de una verdadera tragedia. Ojalá que podamos aprender a encontrarnos en las protestas como personajes de una telecomedia, no de una tragedia. Para argumentar, inspirémonos en las obras de Shakespeare pero a la hora de pelear, mejor imitar la liviandad y pacifismo de los personajes de Suar. Ojalá sepamos cómo, no sea cosa que terminemos peleando como en las tragedias de Shakespeare y argumentando como en las telecomedias de Suar. Nada bueno podría resultar de esa mezcla.