Menos soja y más abejas

Las consecuencias de la política anti-maíz del Gobierno y de la apuesta ciega a los beneficios de un solo cultivo.

Estoy leyendo el último informe apícola publicado por el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación. Dice que la producción argentina de miel se viene reduciendo en los últimos años a causa del “continuo avance del cultivo de soja”.

La economista que escribió el informe está en lo cierto. Pero no explica las causas del desmedido crecimiento del área de soja porque, si lo hiciera, la despedirían por insubordinada.

La mayor parte de la superficie agrícola argentina se produce en campo arrendado. El maíz es el cultivo con el mayor costo de producción. Está gravado con un derecho de exportación del 20%. Y cada tanto el gobierno cierra la exportación para garantizarle maíz barato a industrias usuarias del cereal. Todo eso hace que el cultivo sea en muchos casos inviable.

En la última campaña se sembró en el territorio argentino una superficie de 20,3 millones de hectáreas de soja. Y apenas 3,57 millones de hectáreas de maíz comercial.

Promover una mayor siembra de maíz en desmedro del cultivo de soja –algo que las abejas agradecerán– es muy fácil: sólo se requiere que el gobierno, además de liberar el mercado, deje de cobrar retenciones al maíz. Así de fácil.

Esta es la parte del artículo en la que algún lobbista de la industria consumidora de maíz barato dice que eso generaría un aumento del valor del maíz que repercutiría en el precio de los alimentos, los empleos y la felicidad de la gente y bla, bla.

En supermercados de Montevideo es posible comprar un buen pollo entero a un valor equivalente de 44 pesos argentinos por kilo, mientras que en la ciudad de Buenos Aires podemos encontrar pollos enteros aguachentos a un “precio cuidado” de 20 $/kg o un buen pollo a 57 $/kg. Ustedes eligen.

Igual no perdamos tiempo en consideraciones imposibles: el gobierno kirchnerista jamás va a beneficiar al maíz porque eso implicaría atentar contra la “caja” generada por las retenciones aplicadas a la soja (35% del valor FOB del poroto y 32% del aceite y harina de soja).

Pero esa estrategia cortoplacista tiene costos enormes. Ya hablamos de las abejas (las cuales, además de miel, brindan gratuitamente el invalorable servicio de la polinización). El otro gran problema generado por la siembra excesiva de variedades de soja tolerantes a glifosato es la aparición de muchísimas malezas resistentes a ese herbicida.

La naturaleza –al igual que las sociedades civilizadas– es amiga de la diversidad. Cuando la forzamos más de la cuenta hacia una determinada dirección, se generan “anticuerpos” para recordarnos que debemos intentar restaurar el equilibrio.

Hubo un tiempo –algunos años atrás– en el que todos los problemas de malezas se solucionaban con varias pasaditas de glifosato. Eso ya no existe: ahora deben aplicarse más productos y en dosis más grandes.

En la última campaña muchas empresas agrícolas registraron un costo de control de malezas de 40 a 80 u$s/hectárea superior al inicialmente presupuestado debido a las dificultades para controlar malezas resistentes.

Nadie calculó hasta el momento cuánto dinero se está derrochando en aplicaciones de herbicidas generadas por promover el cultivo desmedido de soja. Pero seguramente es un número que asusta (tanto en dólares como en impacto ambiental).

Y esto es sólo el comienzo: muy pronto, si la actual política agropecuaria no cambia, aparecerán insectos resistentes y súper enfermedades que serán cada vez más difíciles de controlar.

Los integrantes de la cadena de valor agrícola suelen hacer eventos onanistas en los cuales predomina un discurso único. Algo similar sucede en las jornadas organizadas por ambientalistas. Es una pena: si ambos lograran dialogar usando la razón –sin el uso confortable de preconceptos– descubrirían que están buscando lo mismo. Y que el principal obstáculo de eso que están buscando es la política anti-maicera implementada por el gobierno kirchnerista.

Incluso, si finalmente se confirma que EE.UU. tendrá este año una súper cosecha de soja y los precios internacionales de la oleaginosa siguen derrumbándose, el propio gobierno descubrirá que apostarle todo a un solo cultivo no es lo más conveniente. Porque eso a veces sale bien. Pero también puede salir mal.