La Tercera Vía, última parte

Hasta ahora, las experiencias frentistas no han sido buenas en la Argentina. Una sola fuerza política no es un frente, lo tenga o no en su denominación de fantasía.

El centro es uno solo, pero se divide en centro-izquierda y centro-derecha por el origen de sus dirigentes. Aquellos que provienen del comunismo, el socialismo o la social-democracia y han migrado a posiciones centristas, son de centro-izquierda (Mandela, Lula, Felipe González, Bachelet, Renzi, etc.)

Los que provienen de posiciones social-cristianas, liberales o conservadoras suelen ser identificados con la centro-derecha (Rajoy, Merkel, Cameron, Santos, Peña Nieto).

Estos dos “clubes” funcionaron con cierto dogmatismo durante la 2da mitad del siglo XX bajo la influencia y las tensiones producidas por la “Guerra Fría” entre los EE.UU y la URSS.

Así parecía que Felipe González y José M. Aznar eran irreconciliables en España o Blair y M. Tatcher en Inglaterra, o Fernando H. Cardoso y Lula en Brasil o Tabaré Vázquez y Alberto Lacalle en Uruguay.

Pero la Guerra Fría terminó y hubo reclamos de los votantes que exigieron conciliar posiciones para garantizar la gobernabilidad y la eficiencia de las medidas que debían ejecutarse.

Así el PMDB brasilero se asoció al PT de Lula, la Social democracia alemana se integró en una “Gran Coalición” con el Socialcristianismo de A. Merkel; los Liberales-demócratas, que se habían escindido de los laboristas ingleses en 1980, gobiernan hoy en coalición con los Conservadores en Inglaterra ; los comunistas se sumaron a la “Nueva Mayoría” con los Demócratas Cristianos, los socialistas y los radicales en Chile; el originariamente indo-socialista Humala integró a su gabinete a conspicuos integrantes del conservadurismo y el liberalismo peruano y, hasta los irreconciliables Blancos y Colorados Uruguayos, acaban de hacer un Frente en Montevideo.

¿Son estos giros producto de un oportunismo de corto plazo, o una contribución para alcanzar consensos que anteriormente hubieran sido imposibles? Los hay de los dos tipos.

Cuando la motivación y la conducta son las correctas, el experimento funciona y todos ganan porque se prueba así que la obtención de objetivos patrióticos es alcanzable. Si la experiencia fracasa y se manifiestan intensiones mezquinas o corruptelas personales o sectoriales, el electorado reacciona castigando a los cínicos que así se comportan.

Pero vale la pena el esfuerzo cuando el funcionamiento o las experiencias del pasado requieren de una concertación amplia y generosa.

Lo único a tener en cuenta es el liderazgo y la convicción para llevar adelante un programa que responde a la voluntad mayoritaria del electorado y saber respetar a las minorías que se encuentran dentro como fuera del Frente Electoral construido.

Hasta ahora, las experiencias frentistas no han sido buenas en la Argentina.

UNEN, haciendo uso de las PASO, creó una nueva expectativa en el 2013 que puede prosperar en el 2015. El Frente Amplio-Unen aunó 5 partidos, 5 pre-candidatos presidenciales y un programa de coincidencias mínimas.

Lo que tenemos que tener claro aquellos que todavía no hemos asumido una responsabilidad frentista, es que una sola fuerza política no es un frente, lo tenga o no en su denominación de fantasía.

Tampoco lo es quien imponga el apoyo a una candidatura como condición para integrarlo.

Un frente requiere, como mínimo, 2 partidos y 2 precandidatos presidenciales reales, acompañados por cientos de candidatos a legisladores, intendentes y gobernadores.

Por eso es que el tiempo apremia. Una ingeniería de tal porte, en un país integrado por 24 distritos y con un sistema político desintegrado, no puede dejar para el último momento semejantes decisiones.

Soplar botellas a la disparada, termina con las botellas rotas y los operarios con los pulmones perforados.

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