El caso Espinoza, otro indicio de un cambio profundo en el poder

El intendente de La Matanza conquistó el PJ bonaerense sin consultar a la Casa Rosada. Forjó alianzas trasversales con sus pares y después impuso la decisión. La mécanica contradice una década de ejercicio de poder kirchnerista. La ausencia de Cristina y la crisis del modelo "exitoso" de la obediencia debida.
Ojos bien abiertos en los deteriorados pasillos de la casona del Partido Justicialista de la calle Matheu. A medida que pasaban las horas fue quedando cada vez más claro que la esperada intervención de Cristina no iba a ocurrir.

Por primera vez en una década, la cúpula del poder se mantuvo al margen de una decisión de fuerte peso simbólico, la elección del presidente del PJ bonaerense, el corazón del voto peronista, ese que el kirchnerismo había colonizado luego de desalojar a Eduardo Duhalde, ese que le garantizaba el control de la más extensa estructura territorial.

El intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, fue quien con su audacia bonachona le puso el cascabel al gato. Tras años de soportar las directivas de la Casa Rosada, vio una rendija y se lanzó de cabeza.

Si avisar, con Cristina fuera de escena y amparado en los plazos perentorios de la justicia que amenazaba con dar de baja la personería partidaria, empezó a llamar de a uno a sus colegas del Conurbano anunciándoles abiertamente su intención de ir por la presidencia del PJ.

Lanzado el desafío, la Casa Rosada no tuvo reacción y el escribano oficial del kirchnerismo, Carlos Zannini, terminó ayer por la tarde dando su “aval” a un hecho consumado. Simbolismo extremo de Zannini junto a los líderes de La Cámpora recibiendo a un Espinoza que no venía a consultar sino a notificar. Capitulación con rostro amistoso de lo que se conoce como el “núcleo duro” del poder.

El éxito del ímpetu autónomo de Espinoza entraña un grave riesgo para ese círculo diminuto, sin base electoral, que se adueño de la conducción del peronismo. Si el éxito va a ser la consecuencia de las herejías, es probable que los brujos se multipliquen.

Espinoza es por adentro –salvando las distancias- lo que Massa fue por afuera.

Pero no es el único. Daniel Scioli por caso recibió a las tres de la tarde una llamada de Zannini que displicente le dijo: “Anda vos como presidente del partido”. Scioli decidió hacer una de las cosas que mejor le salen: Se hizo el distraído. Se olvidó de la orden, las horas pasaron y Espinoza terminó donde siempre quiso estar.

Es un dato profundo. Zannini no es Cristina. Sus llamados no tienen la misma eficacia sino hay garantías que la Presidenta está detrás de esa instrucción. La mayoría del peronismo no lo quiere. De manera que si ante la insubordinación no hay castigo –o este es soportable-, pues desobediencia.


Disciplinados coroneles como Julián Domínguez y en menor medida Florencio Randazzo, se deben estar preguntando por estas horas si no llego acaso el tiempo de soltarse un poco las trenzas.

La lógica de obediencia debida, de la subordinación brutal de la propia capacidad de articulación política a los deseos del alto mando, se vuelve inoficiosa si la llamada que se espera, nunca llega. El rezo al altar cristinista requiere la intervención divina para completarse.

No está claro si Cristina decidió abrastaerse de esta discusión porque no le interesa, porque no está en condiciones de abordarla o porque sencillamente no está enterada de su existencia. Apenas una muestra de la duda central que recorre por estas horas a la política: ¿Cómo está Cristina? ¿Qué puede hacer?

La suspensión anunciada por Agustín Rossi del cambio de gabinete es otro síntoma de retraimiento, de postergación, que calza con este regreso en cámara lenta que van instrumentando desde el poder.

El peronismo es una animal exitista. Lo que ponen en crisis los ejemplos de Espinoza, Massa y porque no también los de Mario das Neves y Miguel Angel Pichetto, es la idea que la disciplina extrema que siempre exigió el kirchnerismo, sea garantía de triunfo. Hoy la rebeldía puede pagar. Y en grande.

Hay matices en las formas, pero el fondo es el mismo.