La comunicación va detrás de la política

Creer que sólo cuenta el nivel de conocimiento desprovisto de cualquier otro atributo es una idea que seduce a candidatos y dirigentes con el ego bajo y la vanidad a flor de piel. Si aceptáramos esa premisa, Moria Casán sería titular de la Cámara de Diputados y Julián Weich presidente.
La relación de la clase política con la televisión muestra de manera cruel y sin anestesia, los esfuerzos de ciertos dirigentes por expresarse con ideas cortas y frases efectistas. La mayoría, carentes de un significado profundo, aunque oportunas si se las relaciona con la agenda informativa de último momento.

Según la empresa “Ibope”, un punto de rating equivale a 96.782 personas de 4 a 99 años. Si descartamos el 30 por ciento que suele no votar en las elecciones, y a los menores de 18 años, poco más de la mitad de un punto de ráting son potenciales electores reales.

Así, con el objetivo de llegar a los electo-televidentes, de incrementar el nivel de conocimiento que tienen ante la opinión pública, o no perder la popularidad adquirida, observamos que las declaraciones de gran parte de la dirigencia política argentina actúa como partenaire del show noticioso.

En definitiva, se dice al aire lo necesario para que el editor de turno utilice aunque sea parte de su relato, a fin de reafirmar conceptos o mostrar una contradicción ya predeterminada por las autoridades del noticiero.

Es que la dirigencia política (sobre todo quienes no tienen responsabilidad de gobierno) se comporta conforme al siguiente análisis: un programa de cable, por pequeño que sea, suele medir al menos un punto de ráting. Se entusiasman pensando que sus dichos repliquen en las cabezas de 50 mil personas.

El problema es que la estrategia radique tan solo en llegar a la gente a fin de ser más conocido, hacerse famoso, o ganar popularidad. En nuestro país, sólo el peronismo o el radicalismo tuvieron y aún mantienen la capacidad de convocatoria.

Pocos se atreven a expresar ante una cámara de TV sus ideas, proyectos o convicciones. No por tener una retórica atildada o una pose que puede ser producto del recetario de un media couching tienen suficiente densidad las ideas políticas.

Creer que sólo cuenta el nivel de conocimiento desprovisto de cualquier otro atributo capaz de sintetizar la clave de un proyecto electoral, es una de las picardías que han instalado varios de mis colegas, que seduce a candidatos y dirigentes con el ego bajo y la vanidad a flor de piel. Si aceptáramos esa premisa, Moria Casán sería titular de la Cámara de Diputados y Julián Weich presidente. Ser conocido para hacer política no significa nada. Al menos, si no va acompañado de prestigio, ideas, equipos y propuestas. Ser famoso es diferente a tener reputación. Si se juntan las dos cosas, estamos ante un dirigente político con capacidad de trascender electoralmente más allá de un período.

Por suerte, los que subestiman a la sociedad son protagonistas de repetidos fracasos. O estrellas fugaces. Ejemplos sobran. La política va primero, la comunicación viene después. Todo lo demás es estofa para los consultores de turno.