BCRA: el Vaticano Económico Argentino

Desde esta semana se decreta el nacimiento del Vaticano Económico Argentino, un poder soberano al interior del Estado argentino y al que se denominará BCRA. ¿Desde cuándo Redrado se erige en un Príncipe soberano? Los flashes y debates estériles nos impiden dar la discusión sobre el funcionamiento de la entidad monetaria.
Pongamos entre paréntesis por un momento los nombres propios y dejemos de lado que se trata de Redrado y del Gobierno de CFK.

También les propongo que pasemos por alto que cualquier funcionario del Gobierno que se oponga a algún tipo de política oficial se transforma de repente en un héroe de la resistencia, un ícono de la lucha de la gente contra el fascismo del Diablo K.

También quisiera que obviemos que cada vez que el Gobierno decide quitarse de encima algún funcionario puesto en funciones por el mismo Gobierno descubre que éste era el “topo” que operaba para las grandes corporaciones gorilas.

Hecho esto me voy a permitir algunas preguntas retóricas: ¿en qué Libro Sagrado se encuentra el postulado que afirma que el dinero del BCRA es ajeno a las decisiones del gobierno de turno?

¿Acaso será en el mismo que indicaba que el dinero de los jubilados debía permanecer en un freezer esperando que los beneficiarios envejezcan? Permítame algunas preguntas más: ¿Desde cuándo una autarquía operativa supone que el Jefe del BCRA se transforma en un Príncipe Soberano, una suerte de poder Vaticano que se establece en paralelo a la autoridad del poder ejecutivo y cuya lógica resulta completamente independiente de las decisiones de la ciudadanía?

Para responder esto no olvide el compromiso asumido en el primer párrafo: lo mismo da que el jefe del BCRA sea Cavallo, Pou, Prat Gay, Redrado o Carlos Marx; y lo mismo da que en el Gobierno esté CFK o De La Rúa.

Reformulemos ahora alguna de las preguntas precedentes: ¿desde cuándo la política económica que determina, entre otras tantas decisiones, el tipo de cambio que influye directamente en la cantidad de reservas, debe someterse al poder del monarca del Banco Central?

Lamentablemente este debate interesante es postergado por flashes, debates estériles y una narrativa épica.

Pero la cuestión de fondo es un debate acerca de los límites de la democracia pues al fin de cuentas esta disputa es una reedición de ciertas tensiones inherentes a las Repúblicas democráticas liberales.

La cuestión, entonces, no es la insólita transmisión minuto a minuto del atrincheramiento del Golden Boy; ni la inflación oratoria de opositores como Carrió, Luis Juez o Pino Solanas que derrocharán a lo largo de los meses que siguen la posibilidad de un juicio político por razones tales como el uso de bottox o la compra compulsiva de carteras Louis Vutton. Tampoco es un tema legal. ¿Qué importa si el decreto habilita o si la Carta Orgánica del Banco Central permite tal o cual cosa?

Dejemos estas discusiones que se presentan como formales pero que sólo aparecen cuando el gobierno de turno toma decisiones que toca intereses, para los grandes hermeneutas jurídicos, los Badeni, los Sabsay, los que adoran despertarse con la Aurora. No es un asunto de Derecho e interpretación de las leyes.

El tema es hasta qué punto aceptamos las, por cierto, muchas veces sabias restricciones de auto-regulación y equilibrio que una república liberal impone. En otras palabras, la relativa independencia del BCRA es uno de los tantos mecanismos de contrapeso contra la injerencia de diversos poderes del Estado, en particular, del poder ejecutivo.

La pregunta es, ¿se puede hablar de contrapesos democráticos cuando las reservas del país no están disponibles a las decisiones en materia económica de los representantes del pueblo? ¿Por qué es más confiable Redrado que aquel que eligió la ciudadanía para representar sus intereses?

Aprovechemos este año tan cargado de simbolismos y de necesarias revisiones de nuestro pasado para desnaturalizar algunos principios históricos hijos de poderes fácticos y para repensar las tensiones propias de Repúblicas como las nuestras.

Quizás no nos estemos dando cuenta que 200 años después de nuestra independencia política, existe una casta de reyes, una aristocracia económica soberana con cualidad paraestatal que sabe mejor que los ciudadanos y sus representantes cómo garantizar la santa estabilidad de nuestra moneda.