El anacronismo totalizante

Antes que sus dislates sobre la seguridad y la juventud, el error de Abel Posse radica en el sostenimiento de una ideología totalizante y lineal incapaz de reconocer la complejidad de una sociedad que ya no puede ser explicada por antinomias anacrónicas
Resultaría simple incluir la designación de Abel Posse en la línea de nombramientos eufemísticamente llamados “controversiales” que formarían parte de un plan maquiavélico del Jefe de Gobierno por rodearse de la rémora del pensamiento procesista, si bien no por simple esta afirmación sería del todo falsa.

Sin embargo, la designación del nuevo Ministro de educación porteño en el paradójico contexto de la necesidad de renovación del Gabinete a dos años de asumido, debe circunscribirse a un fenómeno un poco más complejo en el cual Macri, consciente e inconscientemente ayuda, pero no lidera. Es esto lo más incómodo pues, para aquellos que intentamos pensar la actualidad política, se nos haría un favor si descubriésemos que la realidad responde coherente y tajantemente a una divisoria “buenos y malos” encabezada por líderes bien precisos.

Así, si simpatizáramos con el oficialismo diríamos que todo lo que hace Macri es nefasto y fascistoide, y si nos viésemos agobiados por la crispación kirchnerista diríamos que todo lo negativo existente sobre la faz de la tierra, incluyendo la ausencia de lluvias o la mala maniobra rutera de un señor llamado Fernando Pomar, obedece al montoneril trotsko-lenisnimo que lidera nuestro “simulacro de República”.

En el Macrismo conviven, al igual que en otras fuerzas, distintos tipos de identidades que van desde liberales (algunos bastante tibios), arrepentidos ex integrantes del PC, evangelistas y apologistas de la dictadura. Esta es una confluencia sin líder, una mera agrupación de contingencias. Así el problema de Macri no es el eslogan de la (ideología de la) desideologización sino la falta de rumbo y el fracaso de sus políticas: considerar que el problema educativo de la Ciudad es un asunto de Infraestructura, de techos que se caen; que el sistema de salud falla porque lo usan no residentes porteños y porque hay muchos locos juntos en el Borda; y, por último, por entender que el porteño exige una policía propia cuando sólo reclama seguridad.

Es sobre estos puntos que debemos hacer las valoraciones pues si hay prejuicio se sesga el juicio. Aquí otra vez, el problema de Posse no es tanto el hecho de que haya ostentado un cargo durante la dictadura. Invalidar la discusión partiendo desde allí supone una revitalización del “algo habrán hecho” sólo que desde la izquierda, por el cual Videla y cualquier técnico de quinta línea (no era el caso de Posse, por cierto), son igualmente responsables del terrorismo de Estado.

Posse es execrable por defender la probada judicialmente falsa teoría de los dos demonios; por condenar el derecho de huelga; por defender una insólita teoría por la cual la “entidad asesino” está por sobre la “entidad biológica” (SIC) de lo cual se seguiría que un chico de 6 años que mata a otro debería tener cadena perpetua tanto como un tiburón que en el Caribe se indigesta con un turista argentino desprevenido.

Como intelectual es pobre y no hace más que teñir con pomposa osamenta barroca los pareceres del más vulgar sentido común. Es, al igual que Biolcatti, un hombre poco afecto a la democracia que no suscribe a la idea de “Luis-dieciséisización del Gobierno bonaerense” porque todavía no le han preguntado.

Es parte de un grupo de provocadores que sólo pueden recibir apoyo parcial a sus ideas, fogoneados por comunicadores pacatos que no son antidemocráticos, son simplemente propietarios asustados.

Me animo a decir que Posse durará un verano y que los precios internacionales harán que Biolcatti tenga su otoño, increíblemente para la latitud Sur, cuando pueda volver a hacerse su agosto.

Los ecos de autoritarismos intempestivos aparecerán de vez en cuando para provocar y dividir aguas pero no podrán pasar ningún test electoral.

Serán parte de una realidad fragmentada, con ideologías y con estrategias que tendrán incidencia pero acotada; con resistencias, incoherencias y matices.

Será el momento en que la opinión pública observe que el gran pecado de Posse como intelectual es el anacronismo de un pensamiento que no puede tolerar la intemperie de asumir una realidad en la que ya no es posible dar una explicación simple, lineal, clara y totalizante.