La lógica del miedo

El temor se instaló en la política. Chávez, las estatizaciones y la sobreactuación de la UIA, quedar en ridículo ante Gran Cuñado, la gripe y el dengue, ocupan el espacio público. Se trata de un sistema de miedo instalado que, en realidad, camufla los verdaderos peligros que padecemos.
Instalados ya de lleno en la campaña electoral, es posible encontrar algunos rasgos que si bien no resultan originales, han cobrado una relevancia particular.

Tenemos así, por un lado, una suerte de “judicialización” de las candidaturas y, por el otro, la controversia en torno a cuán determinante, políticamente hablando, resulta ser la parodia a las principales figuras de la coyuntura del país, que se realiza en el programa más visto de nuestra televisión.

Pero estos aspectos de la campaña reposan bajo un manto más amplio de apelaciones al miedo que se manifiestan como espasmódicas amenazas de toda índole hacia la población.

A las ya trilladas olas intermitentes de inseguridad, le sumamos el cierre de colegios en el norte metropolitano ante la posibilidad de un contagio masivo de
gripe.

El aislamiento y el confinamiento, esta vez no se presentaron en forma de muro pues a los virus, hasta ahora, no se les ha reconocido ni etnia ni status social aunque resultaría interesante la consecuencia que traería aparejada ahora la absurda construcción que el intendente de San Isidro había pergeñado: de un lado, habría negros (no afroamericanos), pobres y delincuentes y del otro lado hermandades arias de schools sajonas apestadas al regreso de su paseo por Disney y Acapulco.

Pero aún más escalofrío parece darnos la sobreactuada respuesta de la UIA ante la estatización de un grupo de empresas con una parte de su paquete accionario en manos de empresarios argentinos.

Titulares estridentes que hablan sin más de “expropiación” y lobbystas elucubrando un sinfín de literatura fantástica con pretensión de describir la realidad, aplican torpemente la propiedad transitiva para afirmar que si Kirchner es amigo de Chávez, por lo tanto, después del 29 de junio, en Argentina se impondrá, al igual que en Venezuela, el socialismo del siglo XXI. Amansado el demonio Kirchner, Chávez cumple con todos los requisitos que otrora había adquirido Fidel Castro para preñar nuestra lista interminable de fantasmas y mucha de su incontinencia oral abona torpemente esas fantasías.

Por otra parte, mientras la crisis internacional siempre tarda un trimestre más en llegar, el gobierno, por suerte, dejó de insistir con la idea de que el resultado de la elección ponía en riesgo la gobernabilidad.

La razón de haber abandonado esta línea discursiva puede obedecer o bien a que no redundaba en votos a favor o bien a que la experiencia ha demostrado que aun conservando la mayoría en las cámaras existen sectores que esperan ansiosos por una “transición civilizada”.

Mientras tanto, los candidatos se preocupan por la forma en que los ridiculiza Tinelli sobreestimando el papel que tal parodia podría tener a la hora de que los indecisos resuelvan su voto.

El discurso autorreferencial de los Medios es el que instala que Gran cuñado es una suerte de ensayo previo del 28 de junio pero difícilmente tal influencia sea determinante pues seríamos ingenuos al suponer que la debacle de De la Rúa se produjo por haberse equivocado de puerta al intentar salir de VideoMatch.

Esto no significa que las burlas no sean tendenciosas o que sean ajenas a la línea editorial del multimedio pero entre tantos miedos, éste es uno al cual ni los políticos ni aquellos a los que nos interesa la política deberíamos plegarnos.

Ahora bien, donde tal vez debiéramos estar más atentos es en el reconocimiento de que esta escalada delirante de amenazas, que van desde enfermedades mortales, infantes asesinos y reformas agrarias por venir, se desarrolla en el marco de una lógica voraz del miedo que resulta insaciable y que en determinado momento alcanza un nivel de autonomía que desafía a quienes utilizan el temor como estrategia de cooptación.

Sabemos cómo generar miedo, pero no sabemos cómo pararlo pues, al igual que sucede con un síntoma, no sabemos la forma en que puede aparecer.

Si a esta necesidad de amenazas y horrores crecientes, le sumamos los anticuerpos que naturalmente los ciudadanos creamos contra el miedo, al punto de generar acostumbramiento, el mayor riesgo es que o bien esto devenga una sociedad atomizada y presa del pánico o bien nos gobierne tal escepticismo que no tengamos los suficientes reflejos para advertir las formas camufladas en que se desplazan los verdaderos peligros.