Kirchner y el duhaldismo cartesiano

Si bien el oficialismo ganará en la suma total del país, una derrota en Santa Fe, Córdoba y Capital, abriría el corredor hacia el fin del kirchnerismo. El modelo de Descartes, los binarismos de la naturaleza política y la influencia de Duhalde.
A casi dos meses y medio de las elecciones legislativas, el escenario de candidaturas se encuentra lejos de estar estabilizado.

Todos los actores apuestan y operan jugando a las escondidas buscando sacar un rédito porcentual: Kirchner todavía hace cuentas y se esperanza con que el instinto de supervivencia de los intendentes y gobernadores sumado a la verticalidad pejotista, le garantice estar por encima del piso histórico del partido y ser la primera minoría nacional.

De Narváez, Solá y Macri son lo suficientemente mezquinos como para tirar por la borda el lánguido acuerdo electoral cuyo eje programático propositivo no excede un mapa en Internet en el que adolescentes aburridos hacen denuncias falsas y bromas.

En el caso de la UCR y la Coalición Cívica, sus líderes no parecen estar a la altura de las circunstancias por diferentes razones. Por un lado, la inestabilidad emocional de Carrió agudiza la paradoja de un discurso republicano en boca de una personalidad con autismo místico.

Por el lado de Cobos, su accionar es más propio de un timorato que de un estratega y cabe abrir un interrogante acerca de si es posible que lidere una democracia de partidos un hombre que toma decisiones independientemente de la plataforma por la que fue elegido y teniendo como único interlocutor a su propia conciencia.

En este contexto donde todos, por deporte, hacer especulaciones pareciera ser que el escenario que hasta hace un mes era de tres grandes tercios poco a poco se va polarizando especialmente por la aceptable elección que haría De Narváez en la provincia de Buenos Aires.

Estrategias

Si bien resulta claro que el kirchnerismo ganará en la suma total del país, una derrota en Provincia, más las previsibles en Santa Fe, Córdoba y Capital, abriría el corredor de salida hacia el fin del kirchnerismo.

Cabe preguntarse si la estrategia de plebiscitar la gestión del gobierno es la adecuada o, en todo caso, a quién favorece. Sobre este punto hay varios aspectos que señalar.

Si bien Kirchner siempre demostró tener más cintura política que sus adversarios, no queda del todo claro si el carácter confrontativo que le intenta imprimir a esta campaña es una decisión libre o el único camino posible para sostener un caudal de votos razonable.

Por un lado, porque Kirchner parece saber que cualquiera sea el resultado de las elecciones, los diarios del lunes titularán “más de la mitad de los argentinos desaprueba la gestión kirchnerista”.

Esto no sólo será así por los intereses corporativos de los medios opositores sino porque, en general, aun elecciones no presidenciales, son interpretadas en clave binaria.

Así, los oficialismos siempre tuvieron que vérselas con un tipo de elección, la legislativa, que favorece la dispersión de los votos en una pluralidad de candidatos pero que sin embargo no admite tonos grises: se gana o se pierde y el día después de las elecciones los analistas construirán un mapa político que tendrá por un lado a un oficialismo que, generalmente, por sus compromisos de gobierno, siempre se muestra más cohesionado y una “oposición” que será presentada como homogénea, sin fisuras y unida por el espanto.

Asimismo, cabe recordar que todas las elecciones legislativas de nuestro último período democrático fueron clave y marcaron el rumbo del período presidencial inmediatamente posterior, de lo cual se sigue que, se quiera o no, el resultado de esta elección seguramente incidirá en el de 2011.

Por otro lado, Kirchner necesita confrontar porque el desgaste en el poder le plantea pocas alternativas: o estigmatiza a un Otro y se pone al frente de la campaña para poder determinar o al menos influir en cuál será el candidato en 2011 o la crisis se lo llevará puesto.

Desde el punto de vista formal, está claro que en esta lógica binaria, del todo o nada, los beneficiarios son los grandes partidos, aquellos que son una opción visible de gobierno: PJ o UCR.

Pero en el mundo de las encuestas, en la actual coyuntura, el más beneficiado de la oposición parece ser el PJ disidente puesto que el hecho de que se lo muestre peleándole la Provincia de Bs. As. al desvencijado kirchnerismo, promoverá el voto útil dejando rezagados a los terceros en discordia, que se esperanzan con resucitar, paradójicamente, a partir del efecto “muerte de Alfonsín”.

En este contexto, si bien la movida kirchnerista puede evitar la movida interesada de intendentes que jugarán a dos puntas poniendo un pie en las listas oficiales y otra en el PJ disidente, tal vez agigante la figura del multimillonario De Narváez y el fantasma de Duhalde en las sombras.

El modelo cartesiano - duhaldista


Dicho esto, el escenario parece marcar una dualidad tan fuerte como la célebre planteada por el filósofo moderno René Descartes en el que la mente (la res cogitans) y el cuerpo (la res extensa) aparecían como claramente separados y donde los intentos de vincularlos eran siempre inútiles.

Este vínculo con Descartes puede ser más que un juego de palabras si observamos que para el autor de Meditaciones metafísicas, la mente y el cuerpo eran dos naturalezas completamente distintitas cuyo patrón obedecía a leyes de distinto orden.

Por ello es interesante observar que tanto Duhalde, apoyando a De Narváez, como Kirchner plantean sin ambages que la discusión es entre dos modelos de país diferentes, algo que, seguramente es cierto.

En esa discusión, además está la disputa acerca de la identidad del peronismo y la vieja tensión, matizada por el tiempo y por los actores en cuestión, entre un peronismo más de izquierda y otro más de derecha.

Si bien la gran ironía es que esta confrontación es llevada adelante por sujetos de un mismo partido y que a lo largo de las décadas han ido fluctuando de un lugar a otro, no deja de ser una disputa acerca de lo que somos, acerca de cuál es nuestra naturaleza y hacia dónde queremos ir como país.

Así, la paradoja es que quizás la política confrontativa característica de Kirchner hoy sea la única opción que le resta al marido de CFK y el enfrentamiento entre dos modelos de país y de liderazgos que es planteado como formas completamente separadas, quizás lleve a un dualismo que no favorezca al oficialismo, un dualismo que antes que más kirchnerismo devendrá un Duhaldismo cartesiano.