El Alfonsín que queremos

La muerte del ex presidente ha logrado la veneración e idealización de todos los actores de la sociedad. Pero detrás se esconden una serie de mitos sobre su figura y, en especial, su accionar en la política concreta.
Si bien resulta algo trillado, muchas veces suele olvidarse que el fin de una vida genera una sensibilidad extrema que compele a hacer de la memoria un receptáculo más selectivo de lo que comúnmente ya es. Probablemente, la irreversibilidad de la muerte, produce, además, una compasión especial hacia la persona que la ha sufrido.

Llama la atención que todos los muertos, al fin y al cabo resultan ser buenas personas de lo cual se sigue que el mundo no estaba tan infestado de gente repudiable como uno pensaba.

En este contexto, el caso de Alfonsín no podía ser distinto máxime a tres meses de una elección. Si bien, por suerte, en los últimos tiempos el homenaje fue rendido en vida con el busto levantado en la Casa Rosada por CFK y el pedido de disculpas de Néstor Kirchner tras haber afirmado de manera poco feliz, en el edificio recuperado de la ESMA, que era la primera vez que la democracia hacía algo a favor de la justicia y la memoria, resultó sorprendente la cobertura que los principales medios le dieron a la noticia y las decenas de miles de personas que acompañaron su entierro.

Así, cuando se oyen títulos estruendosos como “prócer”, “padre de la democracia”, “el gran estadista”, la primera pregunta que surge es por qué no lo votaron. Usted recordará bien que en 2001 Alfonsín se presentó como candidato a Senador por la provincia de Buenos Aires saliendo segundo con apenas el 15% de los votos muy lejos del primero, Duhalde. ¿Dónde estaban todos aquellos que no ahorran elogios sobre la tumba del caudillo radical?

Asimismo convengamos que no es irrelevante que esta muerte se haya producido 3 meses antes de una elección. En este sentido, todas las fuerzas intentan sacar su tajada, especialmente los desahuciados radicales que ven en la conjunción entre el veto a la 125 y la muerte del patriarca, el momento propicio para inocularle a Cobos la dosis de símbolo de unidad superadora que le hace falta.

Si bien los mitos suelen construirse con el tiempo quizás sea la vorágine de la información que acelera las cosas la que nos presenta una imagen de Alfonsín que sin ser enteramente falsa es incompleta. El primer mito es que Alfonsín es el “padre de la democracia”.

A juzgar por los hechos concretos, la cantidad de variables que actuaron previas al ´83 y las circunstancias por las que Alfonsín emerge de la interna radical como “el” candidato, muestran que en el ADN de la democracia sólo una parte pertenece al líder radical.

Esta afirmación no supone un menosprecio pues probablemente haya sido uno de los representantes más apegado a los ideales democráticos, por lo pronto, por haber juzgado a las Juntas militares siendo la primera vez que eso sucedía en el mundo; en segundo lugar, porque más allá de la imposibilidad de comprobación de cualquier contrafáctico, no es irrazonable justificar la ley de punto final y obediencia debida en tanto únicas medidas que podían poner freno a un descontento militar que amenazaba la estabilidad democrática.

Ninguno de nosotros puede estar de acuerdo con leyes que garantizan impunidad pero sí es posible discutir en cuanto a la interpretación del dilema que se le planteaba a Alfonsín entre profundizar los juicios por la verdad y generar un descontento tal que podría atentar contra la democracia y, por ende, podría tener como consecuencia la anulación de tales juicios.

El segundo mito es el de un Alfonsín como hombre de diálogo, consensos y tolerancia. Una vez más, si bien esa afirmación no es falsa parece faltar a la verdad ante varias actitudes de Alfonsín. Si hablamos del carácter, algo tan de moda en los últimos años, si hay algo que no era Alfonsín era un hombre de buenos modos, contemporizador o que desistiera de discusiones furiosas.

Por suerte, claro, pues, a la inolvidable “a vos no te va tan mal gordito” habrá que sumarle sus arengas enérgicas y el inolvidable discurso en la Sociedad Rural en el que vehemente y furioso tuvo las agallas de contradecir al Presidente de la misma, a quien tenía sentado al lado, y de enfrentar a la multitud que lo silbaba acusándolos de “fascistas”, “de no ser verdaderos productores agropecuarios”, de ser “los que muertos de miedo se quedaron en silencio cuando los representantes de la dictadura tuvieron la palabra” y los que “se equivocaron al apoyar a los que, en realidad, venían a destruir la producción agropecuaria”.

Ese discurso aun hoy genera crispación y podemos darle la bienvenida a eso. Pues hay momentos en que la moderación se parece mucho a la pusilanimidad.

En este sentido Alfonsín no fue lo que dicen ahora que fue. Tampoco fue estrictamente alguien que intentara siempre contemporizar, escuchar todas las campanas, pues hay momentos en que hay que tomar decisiones que no pueden ser consensuadas, decisiones incapaces de encontrar una propuesta superadora a través del diálogo y en el que algún sector indefectiblemente va a perder algo. Es una falacia de estos momentos de tibieza, apoliticidad y pereza intelectual el que todos los problemas se pueden solucionar hablando. La ley de divorcio no se solucionaba dialogando, lo sabía Alfonsín y le costó la oposición férrea de la Iglesia.

También lo supo Alfonsín cuando la CGT le hizo 13 paros y no tenía forma de consensuar con sindicatos peronistas. Y también lo supo cuando un golpe de mercado lo obligó a entregar el poder meses antes con la mayor inflación de la historia del país, saqueos y anarquía.

Asimismo, también resulta falso que Alfonsín estuviera más allá del bien, del mal y de los intereses partidarios para abocarse sólo al bien común de la Argentina. Creía que lo mejor para el país era la respuesta que podía darle su partido, el radical, y actuó en consecuencia.

Así, resurgió de las cenizas algunos años después de incinerarse en el poder y realizó el pacto de Olivos en el que se aggiornaba la Constitución a cambio de otorgarle la reelección a Menem y obtener la eternización del bipartidismo, algo que puede observarse con claridad en la inclusión del “tercer senador”, el senador por minoría.

En este sentido, la construcción del mito de Alfonsín que ya está operando parece responder más a la coyuntura política de valorar un conjunto de virtudes de las cuales, se dice, carecerían por igual Kirchner y CFK, que a estar apegados a la verdad.

Construyendo un Alfonsín que no fue, no sólo demostramos estar presos más que nunca de un aquí y un ahora que llega hasta el 28 de junio sino que, por sobre todo, le hacemos un flaco favor a la figura de un Alfonsín que seguramente se sentiría más cómodo si se lo recordara como un animal político de carne y hueso, antes que un tibio moderado dialoguista angelical.