El ascenso de La Cámpora, un cambio en el corazón del poder

Cristina instrumentó en la última semana un golpe palaciego y ubicó a la agrupación de su hijo en la cúspide del poder. Wado de Pedro y Andrés "Cuervo" Larroque, son hoy dos de los hombres más poderosos del país. La fuga hacia los ultras y el riesgo de agitar los mil demonios de la justicia.
El cambio esta a la vista, sólo que lo esencial suele ser invisible a los ojos. Cristina Kirchner modificó en los últimos siete días la naturaleza de su gobierno. El eje del poder ahora pasa por La Cámpora, la organización que fundó su hijo Máximo, aunque algunos dicen que fue una creación de Néstor Kirchner.

La política es sobre todo gestos. Cristina se bajó del helicóptero y fue al encuentro de sus viejos vecinos de Tolosa sin más compañía visible que el secretario de Seguridad, Sergio Berni y el líder de La Cámpora, Andrés “Cuervo” Larroque. La imagen de los más cercanos en la hora más difícil. Larroque, un José Ignacio Rucci sin paraguas, era la referencia buscada, el bastón, el secretario, operador, edecán y hombre de confianza, cuando las vecinas la abrumaban de reclamos.

En la misma semana, Julio de Vido le tomaba juramento al nuevo secretario de Comunicaciones, Norberto Berner, detrás de él, Eduardo “Wado” de Pedro supervisaba la ceremonia, como el dueño de una compañía mira displicente a su contador mientras protocoliza las actas de directorio. De Vido reducido a la figura de un amanuense de La Cámpora, que supervisaba en vivo la intervención de otra área más de su cartera, esta vez con el bonachón “Gordo” Berner.

Días después Cristina visitaba en La Plata el centro de operaciones que La Cámpora había armado en la Universidad de Periodismo “Néstor Kirchner”, se fotografiaba con los jóvenes es un “festejo” de la solidaridad y ratificaba que esa agrupación estaba por encima no sólo de todas las expresiones políticas del kirchnerismo –incluido el PJ-, sino también de todos los dispositivos del Estado.

“No quiero intermediarios, manejen todo ustedes”, le ordenó Cristina a Larroque, a la hora de coordinar el reparto de la ayuda a los inundados. La frase es reveladora, para Cristina La Cámpora es ella y ella es La Cámpora. Doble mimetismo que agudiza una de las peores patologías de su gestión: el aislamiento imperial.

Como La Cámpora es ella, es lógico que esté más allá de toda evaluación. No importa si les va bien o mal en la gestión, en la política en lo electoral. Son todos premios, ningún castigo. ¿Mariano Recalde pierde 3 millones de dólares por día? Démosle Aeropuertos, matemos a LAN, hagamos lo que haya que hacer para que triunfe. ¿Wado de Pedro pierde en Mercedes? Nombremos a todos sus amigos y parientes mercedinos, más poder, mas recursos, hasta la victoria siempre.

¿Larroque patotea a Micelli por televisión? La Presidenta va a poner el cuerpo en el corazón del dispositivo cuestionado.

Es el triunfo de los ultras, de aquellos que demostraron talento para una sola acción, pero determinante: Alimentar la desconfianza presidencial y ofrecerse como garantía única de lealtad. Si todos están sospechados, si todos van a traicionar, no queda nada, salvo ellos. Es lógico entonces que concentren el poder, porque el relato que lograron introducir en Cristina es el relato de la supervivencia, el instinto más básico, más primario y animal de los humanos.

La Justicia, ese oscuro objeto de deseo

Otra imagen elocuente. El ministro cabizbajo, atontado, como dopado. El viceministro impetuoso intenta –a los tropiezos- dominar la escena. Detrás de él, como una guardia pretoriana, una hilera de jóvenes. Es la presentación de la Reforma Judicial de la Presidenta, quien habla a los senadores es Julián Alvarez, alter ego de Wado de Pedro, su controller en Justicia.

Detrás, contra la pared, de riguroso trajes negros y camisas blancas sin corbata, miran deslumbrados el subsecretario de Relaciones con el Poder Judicial, Franco Picardi y el director General de Administración, Gerónimo Ustarroz. Los dos provienen de Mercedes, el último de ellos es pariente cercano de Wado. Su hermano Juan Ignacio fue el fracasado candidato a intendente de su pueblo natal.

La versión cristinista de la guerra del cerdo que pelea no sólo contra el histórico aparato peronista a quien el propio Kirchner despreciaba como “pejotismo”, sino contra los miembros fundadores del kirchnerismo, tiene en su capítulo judicial una de las peleas más escabrosas.

La democratización de la Justicia que propone Cristina es en rigor la apuesta de fondo de Wado, que quiere erigirse en el gran tirititero de ese poder. No es un secreto que quien controla a los jueces controla el poder. Por eso, no es casualidad que Carlos Corach haya salido indemne de sus largos años en el Gobierno, mientras otros de sus colegas del menemismo terminaron mal y peor.

Hoy Cristina tiene mediatizada la relación con los jueces –sobre todo el fuero federal- por distintos operadores que han sido muy eficaces. Pero cuando llega el momento de los ultras, lo que importa no es la eficacia, sino la pertenencia.

El problema es que gente que ha demostrado una torpeza notable para toda acción importante que se le encomendó (recordar escándalo que produjo la reunión de Julián Alvarez con el juez Oyarbide para meter preso a Moyano con el tema de las cuentas en Suiza), ahora vuelve a la carga con una maniobra de calado mucho más amplio y con ramificaciones insospechadas.

La elección de los integrantes del Consejo de la Magistratura por voto popular y distrito único, liberaba la posibilidad para la oposición de armar una lista común y controlar ese organismo. El abismo de un Mani Pulite argentino se abría así bajo los pies de la apresurada jugada camporista. Fue necesaria ayer una bochornosa "corrección" sobre la marcha para frenar esa opción, dejando demasiado en evidencia que el proyecto tiene muchos fines, pero ninguno de ellos es la democratización o independencia de la justicia.

Por otro lado, lo que han logrado con esta reforma es poner en guardia al mismo sistema de jueces que tanto protegió al kirchnerismo y ahora ve con claridad que lejos de premiarlos, vienen por ellos. La simple mayoría que impuso La Cámpora en el proyecto para destituirlos, es la cláusula que busca la mutación de los jueces de socios a esclavos del poder.

Mientras este drama se despliega, no sólo el peronismo se repliega en silencio. Sino los propios funcionarios que tantos servicios prestaron a Néstor y Cristina. Como espejo de la avanzada camporista una sorda resistencia empieza a extenderse por el gabinete. Cristina da ordenes que no terminan nunca de cumplirse. Ella misma reconoció que se quedó afónica de tanto gritarle a un funcionario. Habría sido De Vido. Como si alguna vez los gritos hubieran solucionado un problema político.