Cristóbal López: una peligrosa bomba de tiempo para Cristina

El zar del juego encarna la versión empresaria del "Vamos por todo" del kirchnerismo ultra. En su expansión, acumula firmas de sectores sensibles como energía, juegos de azar y medios de comunicación, en algunos casos transgrediendo la ley. El riesgo de crear un poder paralelo sin control ni medida.
El hombre acaba de cerrar un trato de más de 40 millones de dólares para quedarse con las radios más importantes del país y la segunda señal de noticias. Es un éxito empresarial considerable luego de más de un año de agotadoras negociaciones con Daniel Hadad y tres intentos frustrados.

Sin embargo, su cara sólo refleja hastío y malhumor. Destrazado, con profundas ojeras y los pelos revueltos, Cristóbal López encadena todos los cliches del nuevo rico. Se jacta de no haber pisado jamás algunas de sus empresas, mientras da ordenes como si todos fueran sus empleados. “Apagame el aire”, dice sin esbozar una sonrisa, en una oficina que no es la suya.

Cuenta que en rigor Hadad no podrá comprar radios ni canales por 14 o 15 años, no se acuerda bien –niega que sea hasta el 2015 como trascendió-. Sabe que la operación viola la ley de medios, pero no se hace problemas. A lo sumo deberá desprenderse de una o dos FM, afirma displicente.

Ni un rastro de la humildad que se espera de aquel que se hizo de abajo, de ese hombre que empezó a trabajar en la temprana adolescencia, ese sacrificado trabajador que va mechando en la conversación. Como muchos kirchneristas hace un culto del destrato, como si los malos modales, la falta de elegancia, fueran virtudes, sinónimos de hombría.

El hombre exuda rencor, se molesta porque lo llaman “el zar del juego” y pregunta porqué no recibe el mismo trato su socio, Federico de Achaval: “que se lleva más que yo”, masculla molesto. Y así sigue quejándose, repartiendo culpas en todos los otros, acusando, mezclando amenazas presentes y futuras. Como si tener todo, cada vez más, lejos de abuenarlo con la vida, le agitara ese vacío que acaso lo consume por dentro.

Se ríe brusco de las versiones que vinculan la embestida del vicepresidente Amado Boudou contra la firma Boldt con su eterna pelea por quedarse con el juego bonaerense, pero confirma todos los puntos del plan: Disputará el control de las apuestas online y el managment del Casino del Tigre, que hoy opera esa firma. Reconoce la compra de al menos un bingo y no niega la intención de usar esas licencias para instalar casas de juego en San Isidro y Vicente López.

Por momentos trata de ser amable, de serenarse y luego vuelve a enojarse, a repetir las mismas amenazas. Agita una nota que detalla un reciente fallo de la justicia en contra de empresas vinculadas a su grupo, grita que son mentiras, descalifica la información, agarra su iPhone blanco y llama a su abogado. El abogado confirma la información. Empalidece, “me disculpo” escupe con furia, y vuelve a las andadas. No vale la pena discutir. No escucha.

Es increíble, pero el hombre que ya es uno de los empresarios de medios más poderosos del país, hace gala de su desprecio por la información, por la lectura cuidadosa, por el juicio fundado ¿Qué se puede esperar de sus promesas de imparcialidad, de mesura, de respeto por el trabajo de los periodistas, que integran sus flamantes medios?

Se lo nota empachado de poder, demasiado acostumbrado a que se haga lo que dice, más allá de razones o nimiedades como las leyes o aunque sea, los buenos modales. Avanzó tanto por ese camino que ya ni siquiera registra cuando cruza el límite. Es un peligro. Porque no es un ciudadano de a pie o ese hombre común trabajador que viaja en transporte público y no usa corbata. Es el elegido por el kirchnerismo para amontonar empresas, dueño de infinitos recursos, de liquidez, contactos y secretos.

Curiosa trayectoria la del poder, la de toda esa militancia que sueña con el “Vamos por todo”, que termina acumulando un hombre que casi siente como un insulto que lo tilden de “kirchnerista”. Se entiende, el estuvo antes y espera estar después.

No sería la primera vez –ni será la última- que el peronismo engendre un alter ego empresarial, un hombre que sea el poder fuera del poder, un hombre que al final del camino termine provocando más problemas que soluciones.