Matrimonio Gay: otra llave de judo de Kirchner para mostrar gobernabilidad

El ex presidente eligió la única pelea que podía ganar y contra las matemáticas sacó una ley de un Congreso que ya no domina. Además, le ganó una pelea cuerpo a cuerpo al cardenal Bergoglio. La apuesta a demostrar manejo de poder y convertirse así en un "mal necesario", frente a una oposición que no logra articularse.
“¿Presidente qué ganamos nosotros con esto del matrimonio gay?”, preguntó muy fresco Jorge “Pitingo” Paredi, a la sazón, intendente de Mar Chiquita. Néstor Kirchner se hizo el distraído y miró para otro lado. “Presidente, disculpe ¿Qué ganamos nosotros con esto del matrimonio gay?”, insistió “Pitingo”, que no es conocido precisamente por guardarse lo que piensa.

“No te calentes, en tres días esto pasa, y lo matamos a Bergoglio”, le contestó pragmático Kirchner. Aunque en realidad sus palabras fueron un poco más rústicas. La charla ocurrió ayer, durante un encuentro de Kirchner con intendentes bonaerenses: la razón de todos sus desvelos.

La anécdota desviste la decodificación kirchnerista de la política. Todo se reduce a una pelea de poder, que hay que ganar a como de lugar. Desde la tragedia de Cromañón para acá, el cardenal Bergoglio -que incidió fuerte en la caída de un aliado del gobierno como era Aníbal Ibarra-, estuvo en la mira de Kirchner.
A su vez, Bergoglio responsabiliza al gobierno por las notas y libros de Horacio Verbitsky que lo vinculan con la dictadura y que según allegados al cardenal, influyeron para que no fuera designado sucesor de Juan Pablo II.

Como sea, la relación de Bergoglio con Kirchner está en un punto de difícil retorno por una acumulación de desconfianzas y afrentas personales, situación similar a la que afecta el vínculo del ex presidente con el CEO de Clarín, Héctor Magnetto. Y no parece casual que se trate de la tríada de hombres más poderosos de la Argentina, la que vive estos cortocircuitos. No es un secreto que para la mirada de Kirchner gobernar es ser la última instancia de decisión del país en todos los temas que importan, sin reparar en las complejidades de las democracias modernas. Y trabaja de sol a sombra para ajustar la realidad a esa visión.

Como sea, en el oficialismo son varios los que se hacen la pregunta de “Pitingo”. Por caso, el ministro Julio de Vido nunca se sumó a la cruzada contra el cardenal, a quien suele visitar más de lo que se sabe, con la excusa de intercambiar lecturas y charlar sobre temas “no políticos”.

El mensaje es la gobernabilidad

Pero ninguno de estos reparos hizo mella en la voluntad de Kirchner, que tiene más de cálculo de lo que parece. En un país martirizado por crisis cíclicas y todavía en recuperación del trauma del 2001, la gobernabilidad no es un atributo más, sino la razón de la propia subsistencia.

Es a capitalizar esa garantía, que parece apuntar el ex presidente cuando se sumerge en peleas políticas que más allá de su contenido formal terminan ofreciendo el mismo meta mensaje: Kirchner sabe ejercer el poder –o sea, asegura gobernabilidad- y la oposición cae desarticulada en sus propias contradicciones.

Se trata de una propuesta de valor no despreciable, que en alguna medida calza a la perfección con la oferta opositora que sin disimulos alienta la Casa Rosada: el ascendente Ricardo Alfonsín.

Con el mismo tesón que empuja a Alfonsín, trabaja para demoler la oferta que le compite en su segmento: esto es, la sumatoria de Macri, Duhalde y el peronismo disidente.

No es ninguna genialidad, apenas un remix de aquella frase de Perón: “no es que nosotros seamos buenos, sino que los otros son peores”. En este caso, Kirchner parece estar trabajando para ubicarse en el lugar de “mal necesario”. Es decir, un hombre no necesariamente amado pero que garantiza las cosas básicas que demanda una sociedad golpeada como la argentina: la existencia del Estado y un entorno económico que no este completamente desquiciado.

Alfonsín aparece así como el sparring ideal para el kirchnerismo. Con cero experiencia de gestión y ningún equipo económico, o lo que es peor, rodeado de hombres muy talentosos pero que no traen buenos recuerdos en la materia como Mario Brodersohn o Juan Sourrouille.

El matrimonio gay surge así, como un calco de la ley de medios. Es el sms que Kirchner le envía a la sociedad con un mensaje corto pero contundente: “Yo soy el que manda y las peleas que doy contra los más fuertes, las gano”. Bergoglio como Magnetto, sufren el castigo por no disciplinarse, pero el efecto más importante que acaso se busca desde el poder es otro.

Se trata de seducir a un público que todavía parece deslumbrarse frente a los caudillos. Está claro que mucho se habla de programas y consensos –en la política-, pero no está tan claro que eso busque la sociedad a la hora de elegir un Presidente.

Y no parece que en este sentido las encuestas cualitativas sean una guía confiable. Se sabe que los encuestados suelen inclinarse ante este tipo de preguntas por las respuestas que imaginan políticamente correctas. Sólo una persona con cero aversión al rechazo, contestaría hoy en día que prefiere un caudillo a un líder democrático y de diálogo.

Pero los mismos sondeos que hablan de que la gente está cansada de la “crispación” y el gusto por la pelea de los Kirchner, rebelan que se cuestiona a la oposición porque la ven débil, desordenada y con dificultad para ponerse de acuerdo. Es decir, se cuestiona la dificultosa tarea de elaborar consensos.

Por no mencionar el crónico exitismo argentino, sobre el que también trabaja Kirchner. Y en esa franja, la estadística demuele a la oposición. En los siete meses que llevan desde que asumieron sus bancas y pasaron a controlar la Cámara de Diputados y poner en paridad el Senado, la oposición no logró sancionar una sola ley.

Frente a un escenario de debilidad objetiva, Kirchner acaso sin leerlo, siguió a Sun Tzu: eligió dar la única pelea que podía ganar. Y sacó la ley de matrimonio gay, desafiando las matemáticas. Por eso extremó la pelea y no aceptó explorar soluciones de consenso, porque acaso lo que se buscaba no era la mejor norma, sino enviar una carga de profundidad a la sociedad.