Región

Persona non grata

Actores y tensiones detrás del conflicto de López Obrador con el gobierno de Perú. La diplomacia mexicana retrocede.

 La política exterior de México se maneja en dos dimensiones. La diplomática, que es la que debería de regir, cada vez es más difícil mantenerla porque lo que se impone y prevalece son los arrebatos del presidente Andrés Manuel López Obrador, que por razones más de ideología, fobias y filias, construye castillos imaginarios y destruye puentes con sus ocurrencias. 

López Obrador se ha acostumbrado a insultar y atacar a quien no está en su misma línea de pensamiento sin sufrir consecuencias, porque al final del camino, lo que dice no tiene ningún impacto, porque México ha perdido gravitas en el mundo y nadie le hace caso.

Esta forma de impunidad, sin embargo, lo ha llevado a excesos, como sucedió con el gobierno de Perú y su presidenta Dina Boluarte, a quienes no ha dejado de criticar desde que el Congreso destituyó al presidente Pedro Castillo en diciembre pasado, por querer dar un golpe de Estado y quebrantar el orden constitucional. López Obrador, ha llamado a Boluarte "usuarpadora", y se negó a entregarle la Presidencia Pro Tempore de la Alianza del Pacífico, en una clara transgresión de los acuerdos internacionales y cavando su fosa para enterrarla.

Sus declaraciones fueron generando un deterioro en las relaciones con Perú, y el gobierno de Boluarte retiró de manera definitiva a su embajador en México en febrero, reduciendo el nivel diplomático a encargado de negocios. No le importó. Hace una semana volvió a insultar a Boluarte y dijo que no era "legal" ni "legítimamente" presidenta de Perú. Tocó fondo. La canciller peruana Ana Cecilia Gervasi le respondió, en una rápida escalada de conflicto que llegó este lunes a su primera estación, al aprobar la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso peruano una moción para que el pleno declare persona non grata al presidente mexicano.

Horas antes del voto, López Obrador dijo que sería un "orgullo" que lo declararan persona non grata, que con seguridad será el camino que confirme el pleno del Congreso por su notorio injerencismo en los asuntos internos de Perú. El presidente mexicano capitalizará internamente la decisión peruana, que no será vista en México en su entera dimensión. No se recuerda a ningún otro presidente en funciones que haya sido declarado persona non grata, aunque dos expresidentes, Vicente Fox y Felipe Calderón si lo fueron para el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.

Llevar a Perú al borde de la ruptura, es escalar demasiado la confrontación para cualquier presidente, siempre y cuando el objetivo no sea romper relaciones, pero no para López Obrador, tan ajeno a los detalles, que cuando le preguntaron la mañana de lunes sobre el estatus de la relación con esa nación, dijo desconocerla. No engaña, por más absurdo que parezca. Esa es su forma de gobernar, hablar sin conocer los detalles y tomar iniciativas sin tener la información.

López Obrador carece de filtros y está lleno de contradicciones, como emerge de manera sorprendente en el manejo de las relaciones internacionales. Por ejemplo, defendió a Castillo y llamó usurpadora a quien como su vicepresidenta lo sustituyó, pero mantiene un silencio inaceptable sobre la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua, o una algarabía inconmensurable hacia el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, que en materia de garantías individuales y respeto a los derechos humanos, es completamente opuesto a lo que pregona López Obrador en México.

La doble dimensión de la política exterior mexicana sólo se puede explicar por las contradicciones y confusiones de López Obrador, que tienen lógica únicamente si se tira a la basura cualquier razonamiento objetivo y se le analiza en función de su cosmogonía que se ancló en los 70's y el mundo bipolar, que no entiende al mundo globalizado e interdependiente, que piensa que todas las revoluciones se mantienen puras y mantienen sus causas justas, y que el imperialismo de Estados Unidos en América Latina es idéntico a como era hace más de tres décadas. Es un injerencista que no se da cuenta de que lo es y con posiciones que, a decir por los hechos, cada vez le quitan respetabilidad a él en el mundo, y peso al país.

López Obrador grita mucho y lo escuchan poco. Casi desde que inició su gobierno hace cuatro años y medio envió una carta al rey Felipe exigiéndole una disculpa por la conquista española, que hasta hoy no ha recibido respuesta. Le envió una al papa Francisco por el papel de la Iglesia Católica en la Conquista, y tampoco fue correspondido. Hizo lo mismo con el presidente chino, Xi Jingping, para que le informara las redes de distribución del fentanilo ilegal, y como respuesta recibió una cachetada de una vocera de segundo nivel de la cancillería en Beijing. Mandó otra misiva al presidente Joe Biden pidiendo que dejara de financiar el Departamento de Estados a sus opositores "golpistas", que sólo ha encontrado su desdén.

El México de López Obrador ha perdido densidad, en buena parte por su desinterés y equívoca política exterior, construida a base de ocurrencias y sueños utópicos de convertirse en el líder de América Latina, chocan con la realidad, como que a la reciente cumbre del G-7 en Hiroshima, fuera Brasil y no México como invitado, junto con la India, en un reconocimiento de su papel y peso como países emergentes.

López Obrador no alcanza a decodificar estas claras señales. Lo suyo es reduccionista como un cruzado de miras cortas, como esa defensa tan apasionada como inexplicable de Castillo, que le ha generado un daño a su imagen en el mundo y ha puesto la relación bilateral en el umbral de la ruptura.