Opinión

Los 100 (largos) días de Lula

Lula usó sus primeros 100 días de gobierno para fortalecer la narrativa contra Bolsonaro e inyectar una dosis de optimismo en un panorama complicado. Lo que viene define el futuro de la gestión.

No hay un solo funcionario de Lula que no sienta que estos 100 días en realidad parecen mil. La intensidad de los hechos juegan de su lado y se instaló desde el momento mismo de la victoria electoral. De ahí para acá hubo una transición detonada, acusaciones de fraude, intento de golpe de estado y un escenario económico complejo que configuran una larga lista de problemas que no son de fácil resolución. 

Con la certeza de caminar sobre un camino espinoso, Lula convocó a todos sus ministros en Brasilia en una reunión que fue transmitida en vivo por todos los canales de noticias y las redes sociales oficiales. El acto tuvo tres objetivos. El primero consolidar la narrativa contra Jair Bolsonaro. "Salvamos al país del fascismo", fue una de las tantas apelaciones que hizo en ese sentido. "Nosotros vamos por el camino del medio, no somos de extrema izquierda y la extrema derecha es de ellos", sostuvo en otro fragmento. 

El antibolsonarismo es la única razón de ser que une a figuras de centroderecha como el vicepresidente Geraldo Alckmin o Simone Tebet con el Partido Socialismo y Libertad. Eso y la conducción de Lula están por encima de un programa que brilla por su ausencia. 

Bolsonaro volvió a Brasil y advirtió: "Lula gobernará poco tiempo"

La segunda razón es de arenga. Una tropa diversa que no encuentra un camino claro necesita de palabras de aliento. Un poco de eso hizo el Presidente cuando se declaró "optimista, sin exagerar" y les pidió que "estén contentos por el trabajo realizado en estos días". "Si erramos, tenemos 1363 días para corregir", aseguró. 

El tercer motivo es una lectura más fina pero que sirve para entender la política y, sobre todo, conocer la composición de la mesa chica del lulismo. En la "mesa principal" Lula ubicó a su vice y ministro de Comercio, Geraldo Alckmin, el ministro de Relaciones Institucionales Alexander Padilha (el funcionario que reúne más competencias en el diálogo con el Congreso y las diferentes áreas de gobierno y el que más veces fue recibido por el Presidente), el Jefe de Gabinete Rui Costa y el ministro de Comunicación y vocero, Paulo Pimenta, otra figura que crece en influencia.

A esa mesa se sienta la ministra sin cargo y presidenta del PT Gleisi Hoffmann y, tal vez, Fernando Haddad, pero no hubo lugar para especulaciones electorales y quedaron fuera de la foto principal para el ministro de Hacienda y mucho menos para extrapartidarios con ambiciones como el ministro de Justicia, Flavio Dino. Lula mostró la hegemonía del PT en la coalición. 

El antibolsonarismo es la única razón de ser que une a figuras de centroderecha como el vicepresidente Geraldo Alckmin o Simone Tebet con el Partido Socialismo y Libertad. Eso y la conducción de Lula están por encima de un programa que brilla por su ausencia

"Van 100 días pero el gobierno no arrancó", resumió a LPO un colaborador que trabaja codo a codo con Bolsonaro desde su retorno a Brasil a fines de marzo. La reflexión tiene sentido, el Gobierno no termina de asumir el control total de la maquinaria pública, no cuenta con una base de apoyo sólida en el Congreso y el programa es un misterio. "Están poniéndole envoltorio nuevo a un paquete antiguo", afirmó este hombre de confianza del ex presidente. Es que lo que puso en valor de la gestión de los 100 días fue la vuelta de la marca Bolsa Familia, la restauración del plan de viviendas "Mi casa, mi vida" del gobierno de Dilma Rousseff  y algo de inversión en infraestructura. No mucho más. Los temas complejos fueron meros enunciados y un puñado de voluntades que ya se habían expresado en la campaña electoral como la intención de frenar la deforestación del Amazonas y combatir la actividad ilegal. Poner de acuerdo a una ministra de izquierda ligada al movimiento indígena con funcionarios cercanos al universo del agronegocio es algo que sólo Lula puede lograr. 

En el entorno de Lula celebran la "luna de miel" con el electorado pero hay temor a un rápido desgaste

La economía preocupa. El PBI se contrajo un 0,2% a fines de 2022, interrumpiendo cinco trimestres consecutivos de crecimiento y se espera que la desaceleración continúe este año. Esto significa que no habrá bonanza como en 2003 y 2007 y que combinar la política económica con lo social será más difícil de lo imaginado.  

Por eso, el Gobierno pone todo en la reforma fiscal y, como preludio, en una nueva regla fiscal que reemplace el techo de gastos que impuso Michel Temer. Para ambos requiere de una mayoría de votos que aún no tiene y la negociaciones se tornan muy complicadas. 

Esto abre otro frente difícil: el Congreso. Aquí hubo un mal cálculo de parte de Lula a la hora de construir la base electoral con partidos de centro. El líder del PT distribuyó cargos al PSD, MDB y Unión Brasil, partidos de centroderecha que se comprometieron a ser parte de la base oficialista en el Congreso. Como publicó LPO. el MDB se quedó con el ministerio de Transportes (para Renan Calheiros hijo) y el de Ciudades (con Jades Barbalho), además de Planificación para Simone Tebet que fue leído más con un acuerdo individual por fuera del partido. El PSD gestionará tres carteras: Agricultura con el senador y ex vicegobernador de Matto Grosso, Carlos Favaro, Minas y Energía con Alexandre Silveira y Comunicaciones para Andrés Paula. Mientras tanto, Unión Brasil tendrá el área de Integración Nacional, Turismo y Pesca. Aquí radical la falla de cálculo dado que la interna de UB impidió que sus legisladores ingresen a la coalición, lo que pone en riesgo la aprobación de esas reformas claves. 

Lula aumenta la presión sobre el presidente del Banco Central para que relaje los controles monetarios

Petrobras y el Banco Central también son un dolor de cabeza. Lula recién tomará control de la empresa petrolera en el transcurso del mes de abril y el directorio bolsonarista priorizó la distribución de los dividendos en lugar de la inversión. En el caso del Central, la pelea por la tasa de interés con el presidente designado por el gobierno anterior continúa y complica la posibilidad de diseño de una política monetaria que vaya en la dirección que el Jefe de Estado propone.

Las resistencias de los militares a los que el gobierno anunció que les sacará poder tras al toma de Brasilia,  la desconfianza del mercado por la falta de rumbo claro y la capacidad de bloqueo del bolsonarismo en el Congreso hacen que lo que viene en Brasil sea una verdadera moneda al aire. 

Lula es hábil para negociar pero los tiempos no son eternos y la luna de miel con la población se termina en la medida que no baje la inflación y las promesas no se concreten.  Por ahora, con el bolsonarismo del otro lado lado alcanza para mantener el barco en orden. El tema es, hasta cuándo.