El "negocio" de la grieta

Acabar realmente con la polarización no es en absoluto una tarea fácil en un país en donde el faccionalismo pareciera ser un elemento constitutivo de nuestra cultura política.

En el marco de una cultura política tan proclive al enaltecimiento de los gestos ampulosos, grandes declaraciones, las diatribas y descalificaciones, la soberbia y las actitudes megalómanas, la moderación y la propensión al diálogo son atributos de liderazgo cada vez más escasos.

La exacerbación de la tan mentada grieta y la polarización acabaron por instalar una peligrosa intolerancia en relación al "otro", con el que no sólo el más mínimo dialogo es posible, sino al que no se le reconoce legitimidad alguna, ni siquiera frente al veredicto de las urnas. Si bien es cierto que en los extremos siempre hay fanáticos, en la "política de la grieta" que han venido azuzando sectores de las dos grandes coaliciones político-electorales que han venido estructurando la dinámica política argentina han proliferado discursos y actitudes que los incitan, aunque sin responsabilizarse no sólo por horadar las instituciones republicanas sino también por infligir un daño de consecuencias irreparables a nivel del tejido social.

Pese al marcado proceso de desencanto y frustración ciudadana que ha reflotado la crisis de representación y ha alimentado un creciente clima de rechazo a la política, muchos dirigentes siguen aferrados a la narrativa de la grieta como estrategia de posicionamiento y construcción política. Si ello ya atentaba contra la construcción de grandes consensos programáticos en un escenario bi-coalicional que asomaba como relativamente estable, en el escenario de altísima fragmentación política actual los riesgos se potencian.

Entonces, ¿por qué sigue tan vigente está "política de la grieta"? Lamentablemente, porque muchos dirigentes siguen encontrando allí un "rédito" electoral, un atajo para satisfacer intereses de corto plazo, alimentar mezquindades y arropar egos sobredimensionados. Todo vale para "ganar", aunque ello acabe por condicionar fuertemente las perspectivas de poder "gobernar". Cuesta encontrar una explicación racional para este fenómeno que, de persistir, amenaza con seguir hundiéndonos en una cada vez más profunda y trágica decadencia, a la vez que condenándonos a una fragilidad permanente.

Como evidencia de esta generalizada actitud de aferrarse a la polarización y la política de la crispación en la que prima una visión totalizante de la política en la no puede haber lugar posible para la "otredad", basta observar la reacción que generó hacia el interior de Juntos por el Cambio el lanzamiento de Horacio Rodríguez Larreta con una marcada narrativa anti-grieta. El jefe de gobierno fue blanco de fuertes ataques de "fuego amigo", que lo criticaron con argumentos que refuerzan la apelación a la grieta. Por ejemplo, no sólo abundaron los tradicionales intentos de trazar límites entre "ellos" y "nosotros" -lo que remite inevitablemente a la lógica amigo-enemigo- sino también las acusaciones de que la presunta "tibieza" del candidato es funcional a los intereses de los adversarios.

A tal punto los conocidos "halcones" creen que la grieta sigue siendo un buen "negocio" en términos electorales, que empezaron a agitar los fantasmas ya no solo de que cualquier división en la oposición podría terminar beneficiando a un oficialismo ya muy debilitado sino que incluso potenciaría las chances del ascendente Javier Milei. El razonamiento que buscan instalar estos sectores es que si Larreta se impone a Patricia Bullrich en las PASO, una parte significativa de sus votantes migrarían al candidato libertario en las generales de octubre.

Y, como para robustecer ese argumento, señalan que el gobierno ya busca sacar provecho de este escenario, atacando a Milei a fin de darle la centralidad necesaria como para que le dispute y le reste votos a Juntos por el Cambio. Una estrategia que se potenciaría en territorio bonaerense, donde la elección a gobernador gobernación se gana por simple mayoría de votos en una primera y única vuelta.

En este marco, se entiende que la apuesta de Larreta es tan audaz como legítima y lógica. Más allá de que esa construcción discursiva le permite fortalecer el posicionamiento e imagen que el alcalde porteño supo construir en los últimos años, asociada a la moderación, la apertura al diálogo, y la construcción de consensos, Larreta pareciera ser consciente de que para abordar la complejidad y la profundidad de la crisis argentina, no basta meramente con "ganar". Que para poder "gobernar" este país que se percibe como ingobernable, hace falta sentar las bases para poder construir grandes consensos programáticos: en otras palabras, que de nada sirve "ganar" si luego no se puede "gobernar".

Así las cosas, acabar realmente con la grieta en no es en absoluto una tarea fácil en un país en donde el faccionalismo pareciera ser un elemento constitutivo de nuestra cultura política, con una dirigencia política que se asemeja a una verdadera "hoguera de las vanidades". Pero es un desafío que parece ineludible para dar lugar a un gobierno de concertación nacional para superar la crisis cuasi terminal que parece condenarnos a una agonía permanente.