Brasil en la grieta argentina

Se pasó rápidamente del repudio a las diatribas y acusaciones cruzadas, buscando imponer las lecturas de la situación brasileña más funcionales a los posicionamientos electorales.

A pocos días de la asunción del nuevo presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, miles de simpatizantes del ex mandatario Jair Bolsonaro tomaron por asalto la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia, y vandalizaron el Palacio de Planalto, sede del Gobierno federal, el Congreso, y el Supremo Tribunal Federal.

Con la violenta irrupción en ese espacio diseñado por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer en los años '50 y que representa el símbolo de la democracia en Brasil, miles de partidarios de la extrema derecha buscaron desencadenar el caos y forzar la intervención militar que venían pidiendo explícitamente desde que el 30 de octubre del pasado año, Lula venciera a Bolsonaro por 1,8% de los votos. El bolsonarismo se negó a reconocer el resultado, con un presidente saliente que no sólo nunca reconoció la derrota sino que se autoexilió dos días antes de la finalización de su mandato en Estados Unidos, pero con sus partidarios llevando adelante movilizaciones contra un supuesto fraude y acampando frente al cuartel general del ejército en Brasilia en demanda de una intervención militar frente al retorno de los "marxistas".

La violencia, que estaba en el aire en Brasil desde la asunción de Bolsonaro, y que se había intensificado durante la campaña electoral, había generado temores en relación a lo que pudiera suceder durante la ceremonia de asunción de Lula el pasado 1 de enero. Finalmente, todo estalló apenas una semana después. Si bien no se trató de un golpe de Estado en el sentido clásico, el objetivo en última instancia era el mismo: apelando a la violencia se pretende deslegitimar los liderazgos políticos e instituciones democráticas, haciendo insostenible el ejercicio del poder, para demandar así la militarización que ponga fin al caos.

Más allá del repudio a la violencia política y la defensa de la democracia y la paz que debiera convocar a todos, lo ocurrido en el vecino país interpela directamente a la dirigencia argentina -oficialismo y oposición- en la antesala de un proceso electoral que no solo se anticipa como altamente competitivo, sino que tendrá lugar en el marco de un clima de opinión donde priman las expectativas negativas y las tensiones propias de la crítica situación económica y social que atraviesa nuestro país.

Lamentablemente, las primeras reacciones de una gran parte de la dirigencia política no estuvieron a la altura de esta encrucijada histórica. Aún frente al evidente riesgo democrático y la naturalización de la violencia, una parte importante de la clase política de nuestro país sigue peligrosamente procrastinando, mirando siempre la "realidad" con el prisma electoral, pensando permanente en cómo aprovechar toda situación para obtener un redito político patentizando las profundas diferencias que supuestamente los separan de adversarios que, discursivamente, se erigen ya en verdaderos enemigos. En definitiva, replicando muchos de los comportamientos irresponsables y lógicas de acumulación política que llevaron a que la democracia en Brasil se encuentre ante un horizonte muy complejo.

El debate y el posicionamiento frente a lo sucedido en Brasil se deslizó, como casi todo en estos tiempos que corren, hacia la tan mentada grieta. En este contexto, se pasó rápidamente del repudio a las diatribas y acusaciones cruzadas, buscando imponer las lecturas de la situación brasileña más funcionales a los posicionamientos electorales, y asignándole al "otro" los atributos del liderazgo que habrían generado el caos.

No hace falta repasar todas las declaraciones de los referentes del espectro político, basta solo con mencionar dos de las principales para dejar en evidencia está situación. Del lado del oficialismo, el canciller responsabilizó de lo ocurrido a la "radicalización de las derechas antidemocráticas" que, según Cafiero, estarían representadas a nivel regional no solo por Trump y Bolsonaro, sino también por Macri. Del lado de la oposición, el propio ex mandatario recogió el guante y alertó que la instituciones democráticas "pueden ser atropelladas por una horda como en Brasil o como sucede ahora mismo en Argentina con la Corte Suprema de Justicia a través de mecanismos políticos antidemocráticos igualmente brutales". Y, subiendo aún más la apuesta, señaló que "el kirchnerismo que hoy se muestra conmocionado por los sucesos en Brasil es el mismo que en 2017 organizó, promovió y protagonizó el asalto violento al Congreso de la Nación Argentina".

Si bien es cierto que también hubo en el oficialismo y la oposición (Rodríguez Larreta, Morales, Lousteau) declaraciones de repudio sin condiciones ni aditamentos, no dejan de preocupar algunas de actitudes que, en cierta forma, parecen desconocer algunas de las primeras "lecciones" que parecieran dejarnos los violentos acontecimientos en Brasil.

En primer lugar, que la exacerbación de la grieta y la polarización acaban por instalar la intolerancia en relación al "otro", al que no se le reconoce legitimidad alguna, ni siquiera frente al veredicto de las urnas. Un problema que se agrava, además, en el marco de un diseño institucional hiperpresidencialista en la que las elecciones se presentan como un juego "de suma cero" en el que todo vale para quedarse con el único "premio" en disputa, y con un sistema electoral de "doble vuelta", donde de alguna manera la sociedad queda finalmente dividida en dos mitades, muy a menudo separadas por pocos puntos porcentuales de diferencia.

En segundo lugar, que si bien en los extremos evidentemente hay fanáticos, siempre hay dirigentes que con sus discursos y actitudes los incitan, aunque luego no se hagan responsables de lo que generan o directamente busquen despegarse de las reacciones violentas una vez que suceden.

Así las cosas, Brasil debiera ser una llamada de atención de cara a una campaña electoral donde comienzan a verse algunas actitudes y declaraciones un tanto irresponsables, en el marco de un clima de opinión donde a menudo pareciera que solo falta la "chispa" que lo encienda todo. A esta altura, los principales candidatos y fuerzas políticas en disputa no debieran perder de vista que tan importante como "ganar" es "gobernar", y que el próximo gobierno enfrentara un escenario muy difícil, con mayorías exiguas, múltiples demandas y poca paciencia. Si alguien estaba pensando en esa supuesta "luna de miel" de los 100 primeros días de gobierno, Brasil dejó en claro que los tiempos son cada vez más exiguos.