¿Por qué Milei sigue creciendo?

Más allá de los gritos, los libertarios conectan con un sentimiento que sube en silencio.

Bolsonarista. Fascista. Con estos adjetivos se etiqueta al diputado Javier Milei. A medida se acerquen las elecciones, peores serán los calificativos al líder de los libertarios.

Pero lo cierto es que Javier Milei no quiere destruir la democracia, quiere destruir al estado. "El estado es una inmundicia". "Voy a cerrar el Banco Central". Milei le redobla la apuesta democrática al establishment político al amenazar con referéndums o al negarse a eliminar las PASO. De hecho, no es justamente el diputado libertario quien está proponiendo anular las elecciones de medio término ni promoviendo la ley de lemas, ambas medidas las promueve el mismo peronismo que tilda a Milei de "antidemocrático".

Las diferencias con Jair Bolsonaro saltan a la vista: la reivindicación de la violencia por parte de Milei es tibia, cuando no nula, sus contactos con militares son inexistentes. Olvidamos que quienes desfinanciaron a las Fuerzas Armadas fueron tan liberales como él: primero Domingo Cavallo, después los economistas del CEMA. Milei comparte ese proceder, probablemente crea que no tiene sentido que el ejército sea dueño de tantos inmuebles y terrenos.

Entonces, acá encontramos una razón por la que el diputado libertario no deja de crecer: sus adversarios erran una y otra vez cuando lo atacan. Por ahora, Javier Milei no intenta demoler la democracia, de hecho, si desmalezamos los gritos y las pavadas vamos a poder trazar el origen de ese liberalismo, que no teme a las consecuencias de sus propias reformas, hasta el propio mitrismo. La idea de que sólo necesitamos apertura y desregulación viene de lejos en la Argentina porque, por décadas, en un determinado contexto mundial, funcionó.

Pero que los ataques a Milei no den en el blanco no es la principal razón por la que sigue creciendo. El punto clave es otro.

La Argentina y los argentinos somos más pobres que en 2012. Los sueldos están peor que como los dejó el PRO en 2019 y todavía falta la devaluación que licúe la gigante deuda cuasifiscal que está dejando el PJ. Es decir, todavía falta lo peor.

Pero, aún cuando todos somos más pobres, no todos estamos en la misma situación en la Argentina de los diez años de estancamiento.

Trabajadores que viven en barrios populares y que se levantan a las cinco de la mañana ven como algunos de sus vecinos no necesitan hacerlo porque cobran planes sociales, los empleados privados registrados y no registrados ven como sus puestos corren peligro mientras los empleados públicos sostienen estabilidad en el cargo y paritarias aseguradas, los jóvenes ven que sus opciones se reducen a pedalear para Rappi o insertarse en una organización que reparte planes sociales porque el kirchnerismo privilegió las moratorias jubilatorias a combatir la pobreza infantil (esos niños de 2007 son hoy mayores de edad), empresarios y emprendedores sin contactos políticos, con poco poder de lobby, ven como siguen creciendo los negocios de alguien como José Luis Manzano, todos vemos como Mauricio Macri (cuya familia se benefició de estatizaciones de deuda, privatizaciones y fraudes como el del Correo) nos da lecciones de capitalismo desde una reposera. Con estos ejemplos hemos recorrido todas las clases sociales.

¿Quién hizo estas situaciones posibles? ¿Quién es el responsable número uno de que estas injusticias puedan ocurrir? "El estado", nos responderá Javier Milei.

Allí reside el poder de esa idea. Una idea perversa pero simple que entra por los ojos: todos los días nos encontramos con el contraste entre quienes se pudieron subir al arca del estado, y quienes están abajo flotando como pueden. El resentimiento crece en silencio y los libertarios crecen con él. Porque la verdadera división de la sociedad argentina hoy es de qué lado quedó cada uno en su relación con el estado.

Y como el estado argentino agotó todo el crédito, agotó todas las cajas y no puede expandirse más, no se pueden subir más pasajeros. A los que quedaron abajo sólo se les puede ofrecer planes sociales o bolsones de comida, ayudas que son defenestradas por los participantes de cualquier focus group.

A la mayoría de los ciudadanos que apoyan al diputado libertario no se les escapa la ruina que puede causar el intento de desmantelar al estado. Pero ese escenario se piensa dentro de una esfera racional. Y como nos asegura el experto en comunicación política Mario Riorda las elecciones son, cada vez más, "plebiscitos emocionales", no contiendas racionales.

¿Se les escapaba a los venezolanos lo que podía suceder cuando el chavismo tomó la petrolera estatal PDVSA por asalto? Años de un relato adictivo que exageraba cómo la clase política y empresarial venezolana, "la casta", parasitaba a la gran petrolera nacional hicieron posible que la catástrofe suceda: PDVSA fue arrasada y el país se hundió con ella. Aún hoy, alrededor de un tercio de los venezolanos sigue apoyando ese proceso con el razonamiento de que "si no hay para mi, que no haya para nadie".

El relato de nuestros libertarios sobre el estado argentino es tan atractivo como lo fue el de los chavistas sobre PDVSA.

Usted, estimado lector, tal vez no se siente interpelado por las eximición de ganancias del Poder Judicial o por la intermediación de los planes sociales que hace Emilio Pérsico. Pero ¿que sentimiento le genera que alguien como Nicolás Caputo haya podido comprarse un yate a dólar oficial, es decir 50% subsidiado, porque el estado se lo permitió? ¿Qué emoción le produce que el Banco Central se haya quedado en cero porque, entre otros motivos, hace tres años le está facilitando dólares oficiales a la familias más ricas de la Argentina, como Bulgheroni y Rocca, para pagar sus deudas en el exterior?

Y ahora, estimado lector, piense si no tiene ganas de agarrar la boleta de Javier Milei.