Macri: ¿Jugador o árbitro?

Macri parece no sólo mantener la expectativa en torno a su persona sino acumular cada vez más capital político para negociar.

 La interna dentro de la principal coalición opositora no sólo está muy lejos de apaciguarse sino que pareciera que, conforme nos acercamos a la etapa de inevitables definiciones en materia electoral, las tensiones, desconfianzas y diferencias tienden a intensificarse.

Como una muestra más de la ciénaga en la que está sumida la dirigencia política en tiempos en los que cada vez más ciudadanos expresan su descontento y frustración frente a la percepción de que los sucesivos gobiernos no supieron, no pudieron o no quisieron solucionar los problemas de fondo que aquejan al país desde hace décadas, los principales referentes del espacio que debiera tener la responsabilidad de erigir una alternativa democrática frente al actual gobierno continúan encerrados en esa lógica caníbal que parece haberse apoderado de todo.

Son muchas las aristas desde las que podría abordarse este patético "laberinto" en el que se encuentra inmerso Juntos por el Cambio. Sin embargo, el comportamiento, declaraciones y posicionamiento que intenta construir el ex presidente Mauricio Macri es, sin duda alguna, uno de los emergentes más representativos de este proceso. No sólo por tratarse de un ex presidente, ni por haber perdido hace menos de tres años su reelección, sino por el hecho de que su gestión haya sido considerada -no sólo por sus detractores- como muy pobre en materia de resultados, con el agravante de haber dejado sobre las espaldas de los argentinos una pesada herencia en materia de endeudamiento con el FMI.

Por ello, no puede pasar desapercibido como, en esta Argentina que necesita salir de ese péndulo que parece oscilar en una suerte de movimiento perpetuo entre la expectativa y el fracaso, uno de los artífices de esta trágica historia reciente se permite coquetear con una potencial candidatura presidencial.

Si bien en algún momento pareció descartar una vuelta al "redil", el recrudecimiento de la crisis económica, el retorno de Cristina Fernández de Kirchner al centro de la escena, y una interna en el PRO (y en JxC) que no logra dirimirse, son factore que parecen haberle insuflado nuevos bríos al ex presidente. Si bien se cuida de no explicitar intención electoral alguna, sus últimos movimientos desconciertan a los dirigentes de su propio partido. Así, puso en marcha una agenda para caminar en un inocultable "modo campaña" la provincia Buenos Aires -bastión del poder kirchnerista-, al mismo tiempo que subió su perfil mediático concediendo entrevistas.

Un rápido análisis de sus intervenciones permite entrever el presunto diagnóstico de Macri. Según su visión, la crisis económica y social que atraviesa el país no sólo daría cuentas del fracaso del actual gobierno sino que amenazaría con el retorno del kirchnerismo duro: todo ello, para el ex presidente, oficiaría como una suerte de reivindicación de su gestión. Macri siente que el tiempo le dio la razón, que la historia lo absolverá, que el presente entraña un acto de desagravio. Y, como nadie en su espacio se hace cargo públicamente de esta particular línea argumental, que mejor que él para defenderla.

Ahora bien, cabe preguntarse entonces, ¿se trata de un intento de revisionismo histórico con el que el ex mandatario pretende reescribir su legado? O si, por el contrario, hay detrás de ello alguna intencionalidad política. En este caso, ¿cree Macri realmente que puede volver a ser presidente o, en realidad, lo que busca es erigirse en una especie de gran elector del espacio?

Lo cierto es que si bien la ambigüedad con que se viene manejando desconcierta a los principales presidenciables de su espacio -especialmente a Rodríguez Larreta- e irrita a los referentes y aspirantes del radicalismo, la mayoría de los dirigentes de la principal coalición opositora especulan con que la intención de Macri es lograr la mayor influencia posible en el proceso electoral en ciernes. Aunque el mismo se presenta ante sus propios compañeros como "prescindente", es público que reforzó con nombres propios los equipos de Patricia Bullrich, que bendijo la candidatura de su primo a Jefe de Gobierno porteño y que, incluso, en las últimas semanas se preocupó por instalar a María Eugenia Vidal como presidenciable, buscando dejar en claro que no se trata de una interna entre dos.

A ello habría que sumarle su actitud de pretendido "gendarme" de la coalición, que se encarga de marcar los pretendidos límites ideológicos de la construcción política opositora, delimitar los márgenes para posibles alianzas, rechazar cualquier acercamiento con sectores del peronismo que está fuera del gobierno y, más aún, penalizar de antemano a quien se acerque a su archienemigo Sergio Massa. De más está decir que, una vez más, los más incómodos con esta actitud son Rodríguez Larreta y los propios radicales: el primero porque viene trabajando desde hace tiempo en ampliar su propia coalición de gobierno, los segundos porque no sólo creen que Macri es un "lastre" frente a cualquier intento de proyectar una imagen de renovación, sino porque entienden que un escenario de acercamiento a sectores peronistas (como el que representa Schiaretti) no sólo es deseable sino necesario para poder ser competitivos en 2023.

Así las cosas, navegando en estas aguas de la ambigüedad, Macri parece no sólo mantener la expectativa en torno a su persona sino acumular cada vez más capital político para negociar. Sin embargo, está claro que todo ello deriva más de su "poder de daño" que de una verdadera vocación constructiva.