Ayuso logra otro triunfo interno, le tuerce el brazo a Génova y consigue su Congreso para liderar el PP de Madrid
El lunes dejó dos grandes ganadores en la política española. El más evidente: Santiago Abascal, el líder de Vox, formación que logró lo que hasta hace poco parecía impensado: dotar de poder y gestión a la ultraderecha. El gobierno mixto con el PP en Castilla y León asoma -pese a quien le pese- como el primero de muchos, tanto a nivel regional como nacional.
La segunda gran ganadora pasó algo más desapercibida. Sin fotos ni discursos. Isabel Díaz Ayuso consiguió lo que venía buscando desde hace más de seis meses: que la dirección del PP aprobase su propuesta para celebrar el Congreso de Madrid.
El 21 de mayo, la presidenta de la Comunidad de Madrid será también presidenta del PP de Madrid, cargo que Pablo Casado le negó durante su mandato en Génova. El triunfo de Ayuso -otro más de su vertiginosa y ascendente carrera política- no es para nada menor. Tuvo que "cargarse" al líder del partido para conseguirlo.
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Es que la presidencia del PP de Madrid fue el motivo que rompió las relaciones entre Ayuso y Casado. En septiembre del año pasado, sin avances en las gestiones internas con Génova, la líder madrileña hizo oficial su deseo de bifurcar sus responsabilidades políticas.
"Hay que devolver la normalidad al partido", dijo sobre la necesidad de celebrar un Congreso y de alcanzar lo mismo que tienen todos los barones territoriales del PP: las presidencias autonómicas y las respectivas organizaciones territoriales.
"El PP de Madrid es el único partido cuyo presidente o candidato autonómico [a la presidencia] no es el presidente [de la organización]", lamentó al anunciar su candidatura interna. Para Casado y Teodoro García Egea, aquella frase fue una declaración de guerra. La frágil relación entre Madrid y Génova se terminó de romper aquel día.
Para el ahora expresidente del PP, entregarle ese poder a Ayuso era sinónimo de debilitamiento. Y de un "contrapeso" que, tarde o temprano, iba a socavar su autoridad. Casado ponía los ejemplos de Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes a su círculo más íntimo. Ambas lograron jaquear la dirección de Mariano Rajoy cuando juntaron el poder orgánico e institucional en sus manos.
Parece un cargo simbólico, pero la presidencia partidaria permite al interior del PP premiar y castigar lealtades al influir en la elaboración de las listas electorales y al tener la potestad de designar los senadores autonómicos, entre otros tantos atributos.
La "mala experiencia" con Aguirre y Cifuentes hizo que Génova (primero Rajoy y luego Casado) eternizase una dirección provisional. Tras la dimisión en 2018 de Cifuentes, la última presidenta elegida por las bases, el Comité Ejecutivo eligió, a dedo, una persona de la confianza de Rajoy, Pío García-Escudero. Casado puso a la número 2, a la secretaria general: Ana Camins, de su más íntima confianza.
No solo eso: cuando Ayuso oficializó su candidatura, obligó al alcalde de Madrid, José Almeida, a pedir el mismo puesto. Casado se guardó otro as en la manga: el irregular contrato de las mascarillas. Durante meses, según la reconstrucción del mayor escándalo interno en la historia del PP, Génova extorcionó a Ayuso con ventilar la comisión que había cobrado su hermano si no aparcaba su candidatura.
El final es conocido. Casado tiró mucho de una cuerda que se rompió en sus manos. La líder madrileña le advirtió al nuevo jefe, Alberto Nuñez Feijóo, que iba a tener su apoyo siempre y cuando anunciase la celebración del Congreso entre sus primeras medidas.
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El de Madrid será el primer congreso regional del partido de los once que están pendientes de celebrar, lo que le garantiza a Feijóo algo de paz y subordinación. Su número tres, Elías Bendodo, admitió las inevitables tensiones en la convivencia de dos figuras fuertes, con ambiciones y con respaldo popular. "Ayuso es un gran activo electoral, pero la postura la marca el presidente", aclaró.