El acuerdo con el FMI

La llave de paso de Cristina

Cristina eligió los subsidios a la tarifas de energía para meterle una llave de paso al acuerdo con el FMI, que Alberto y Guzmán buscan imponer con la política de hechos consumados.

El FMI no se distrae. Desde que Guzmán y Alberto Fernández anunciaron el "acuerdo", el organismo mencionó de manera explícita en tres ocasiones la necesidad de avanzar en un tema tabú para el Gobierno: la reducción de los subsidios a la energía.

La discusión es sencilla: el principal ajuste que el Fondo exige para empezar a ordenar las cuentas fiscales de la Argentina pasa por la reducción de los subsidios, que distintos especialistas estiman de una dimensión similar al déficit de las cuentas públicas. No es una novedad, el ministro Matías Kulfas lo explica con detalle en su libro "Los tres kirchnerismos", cuando analiza las causas de los desequilibrios macro del segundo mandato de Cristina. El mismo diagnóstico le calza perfecto a su actual jefe, Alberto Fernández.

Cristina se opone al acuerdo con el Fondo por razones ideológicas y de política interna. Y encontró en la discusión de los subsidios una llave de paso efectiva para complicar el entendimiento. Un atajo práctico para obstruir, que ofrece la ventaja que se enmascara en discusión técnica, es decir, no política.

Porque si fuera política, como por ejemplo impulsar el rechazo del acuerdo en el Senado, estaríamos hablando de un drama mayor: la vicepresidenta objetando los términos del entendimiento con el FMI, presentado como un paso ineludible para empezar a resolver la crisis de deuda que enfrenta la Argentina.

Cristina se opone al acuerdo con el Fondo por razones ideológicas y de política interna. Y encontró en la discusión de los subsidios una llave de paso efectiva para complicar el entendimiento. Un atajo práctico para obstruir, que ofrece la ventaja que se enmascara en discusión técnica.

Se trata de una discusión legítima sobre el rumbo del país, la dimensión y las consecuencias del ajuste en marcha, incluso sobre el condicionamiento geopolítico que incluye cerrar con el FMI, como se observa de manera transparente en las tensiones que levantó la gira del presidente por Rusia y China.

Pero Cristina y Alberto, por razones que sólo ellos conocen, han decidido no tener una discusión abierta y pública sobre un tema central de su mandato. En lugar de eso se han enredado en un tortuoso juego de intrigas, de silencios, de oportunas provocaciones, de gestos, de verdades a medias y mentiras enteras. Una pena.

Alberto y Guzmán avanzan con el hecho consumado del acuerdo, con la lectura que oponerse ahora sería equivalente a atentar contra la continuidad del Gobierno. Tienden así una mesa que ubica a Cristina en el sitio reservado a la "mala". Y hay que decirlo, el kirchnerismo tiene una enorme dificultad para correrse de un lugar que le molesta, tanto como le atrae. Una rebeldía mal procesada -o explicada- que suele pagar caro.

Porque cuesta imaginar un camino que no sea con Alberto y con acuerdo. La fantasía de tirar a los dos por la borda como un lastre ajeno para recuperar horizonte político es eso, una fantasía. Cristina eligió al Presidente, le aportó sus votos, articuló el frente político que lo sostiene, definió las principales candidaturas, ocupó cargos claves en la estructura del Estado y coronó ese movimiento poniendo el cuerpo como vicepresidenta. La diferenciación como placebo, un rivotril para las horas difíciles en las que se asume que tocó ajustar.

Casi todo se puede hacer en política, pero contribuir al fracaso del propio Gobierno -no acordar con el Fondo es eso en un medida importante-, despegarse de esa calamidad, desentenderse del Presidente, plantar un candidato alternativo y ganar las elecciones, no parece un sendero difícil, más bien tiene el aspecto una pared vertical de piedra lisa de 900 metros.

Entonces, descontando que Cristina es una profesional que entiende los límites de lo posible, si lo que estamos presenciando es un ejercicio de toma de distancia -no de ruptura- calculado para preservar la mística del núcleo duro y desgastar sin matar a su eterno friendenemy, ese juego político se agota donde empezó: el ajuste a los subsidios a la energía.

Y se termina para todos, incluido Guzmán, que al anunciar el acuerdo dijo que no iba a haber ningún cambio en el aumento de tarifa anunciado previamente, del 20 por ciento máximo. Los cálculos del propio Gobierno indican que una tarifa sin subsidio requiere un aumento mínimo del 160 por ciento. Entre esos extremos se posará la aguja del ajuste.

Por eso, hace unos días se anunció una "segmentación" que imponía tarifa plena para los barrios "acomodados" -sin distinción de ingresos- y como quedó corta la cuenta fiscal, ahora se filtró la posibilidad de extender esa mancha roja. El encargado de empujar el ajuste es Santiago López Osorio, un técnico de Guzmán que intenta hacer lo que no quiere hacer Federico Basualdo, el stopper de Cristina en Energía. 

Y ahora se entiende porqué Cristina abrió una de las crisis más graves que enfrentó el gabinete cuando Guzmán intentó echar a Basualdo. Un dispositivo clave que pasa casi desapercibido es la delicia de las personas de poder. Claro que Alberto podría hacer lo que no pudo Guzmán y reemplazarlo por un funcionario más permeable al rumbo que trazó. Pero ese es el paso que hasta aquí no se atrevió a dar.

Entonces tenemos un Presidente que saca pecho y dice: "El Presidente soy yo", pero que se frena en el límite preciso en el que esa autoridad se vuelve irrevocable. Pasó con las renuncias finalmente no aceptadas a los kirchneristas que empujaron el cambio de gabinete de septiembre y puede pasar ahora. Un Presidente que además no se ayuda. Un Presidente que se pretende unos cuantos pasos más hacia el centro que su compañera de fórmula, pero le dice a Xi Jinping que se identifica con el Comunismo y le pide a Putin que lo "ayude" a sacarse de encima a Estados Unidos, a quien estuvo cortejando para que apoye la negociación con el Fondo.

Asistimos así a ese espectáculo un poco desconcertante, que mezcla intrigas precisas, eficaces, un poco auto destructivas, con arranques de tío pintoresco que hay que andar perdonando, porque ya sabemos como es.

Y todavía no se firmó nada.