Argentina

Parricidio

El abandono del expresidente Mauricio Macri de la pelea interna cuando empezaba la definición sorprende tanto como la contundencia del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta.

Es uno de los datos centrales de este cierre de listas y sin embargo, hasta ahora, no ha sido dimensionado en toda su extensión. El abandono de Macri de la pelea interna, justo cuando las listas entran en etapa de definiciones, es tan misterioso como impactante la contundencia de Larreta para imponer sus candidatos.

Se trata de un ex presidente joven, con inagotables recursos económicos y mediáticos, contactos internacionales de alto nivel, líder de la coalición que construyó para llegar al poder. Y sin embargo, luego de meses de tensionar al extremo, cedió todos los espacios a su rival, por años ninguneado como un eficaz gerente sin visión política. Una vez más, la política demuestra que es un implacable cementerio de lugares comunes, donde acaso la única regla es que no conviene subestimar a nadie.

En la intimidad, Macri se refiere a Larreta y Vidal como empleados díscolos, como políticos sin fuego sagrado ni temple para la pelea de poder real. Está enojado y no lo oculta. Pero la minimización acaso enmascare impotencia. De una manera imperceptible, jugando al distraído, en lo que ya es su marca de killer silencioso, Larreta fue construyendo un escenario que dejó a Macri como líder del extremo. O sea, del segmento más ruidoso, pero acaso más angosto. 

En la intimidad, Macri se refiere a Larreta y Vidal como empleados díscolos, como políticos sin fuego sagrado ni temple para la pelea de poder real. Está enojado y no lo oculta

Larreta por años ninguneado como un eficaz gerente sin visión política, se impuso a Macri con una facilidad sorprendente. Una vez más, la política demuestra que es un implacable cementerio de lugares comunes, donde acaso la única regla es que no conviene subestimar a nadie.

Increíble, que un hombre que construyó una alianza nacional que desalojó al peronismo del poder, haya sido tan ingenuo o acaso tan indulgente en la lectura de su situación de poder. Cuando en su Gobierno arreciaban las críticas a Marcos Peña, era un lugar común decir que lejos de ser un problema, Marcos "mejoraba" a Macri. El relevo del liderazgo de una fuerza política suele ser un proceso tortuoso. Hay que reconocer que en este deslizamiento, Macri respetó su estilo sucinto.

Dos mesas para un acuerdo

Larreta mide, gobierna la estructura más grande que tiene la oposición y es un candidato sólido para la próxima presidencial. Tensionar para acordar y condicionar tenía sentido. Y sin embargo, en el último minuto, Macri se fue a pasear por el Mediterráneo y dejó a la intemperie a Patricia y la larga lista de ultras que se pasaron el último año y medio preparándose para la pelea. Un Guayaquil porteño al que acaso le falta un capítulo importante. Si no, no se entiende que hizo Macri.

Larreta ganó en toda la línea. Dejó clarísimo que es el nuevo jefe político de la Capital, el bastión fundacional del PRO, pero en la misma jugada cruzó la General Paz y se erigió en el nuevo conductor de esa geografía inmensa. Y por si faltaba algo, cuando la renuncia de Bullrich todavía no había tocado el piso, se mostró en Santa Fe con Carrió y Del Sel.

Capital, Buenos Aires y Santa Fe es demasiado como control territorial. Con un agregado crítico para una fuerza tan mediática como el PRO: Vidal y Carrió quedaron de su lado.

Le queda por delante asegurar la candidatura bonaerense para Santilli, pero esa ya es una pelea con los radicales, que tiene a Macri como lejano espectador. Sería sorprendente la velocidad con que se reconfigura la política, si no supiéramos que esto es la Argentina, el país donde todo es posible.