2 de octubre

68, nosotros vamos en serio

La oposición es Gobierno. El conflicto terminó, dicen. "Perdón sí, olvido no", demanda AMLO. "Adiós al 68", invita Joel Ortega.

Éramos jóvenes, imprudentes, arrogantes, tontos, testarudos ... ¡y teníamos razón! 

¡No me arrepiento de nada!

Abbie Hoffman

Sabiduría popular: el movimiento estudiantil de 1968 abrió el camino a la democracia en nuestro país, también anticipó la fortaleza de la organización de la sociedad civil, y además encendió la llama de la rebeldía por varios años y escribió otro capítulo en la tradición de la resistencia.

Más lugares comunes, a 50 años del 2 de octubre: la juventud de aquella época revolucionó al mundo entero y aceleró los procesos de liberación (política, musical, sexual, femenina, y en el consumo de la marihuana).

Y el peor de todos los clichés, el que precede a la narración o recuperación del 68: la matanza de Tlatelolco como uno de los fracasos más dolorosos de los movimientos sociales en México. La historia también está hecha de derrotas, es el título del último libro de Pablo Gómez sobre el tema.

Lo absurdo es que gran parte de la sociedad diazordacista que decidió justificar de una y mil maneras lo ocurrido durante la «dictadura perfecta» del PRI («los jóvenes se lo buscaron», «mientras a mi familia no le pase nada», «revoltosos», «querían hacer de México lo que a Cuba»), ahora se encuentra rodeada de signos que recuperan y dan un justo valor a lo que durante décadas se ignoró, ocultó o despreció: la alegre insurrección, la desobediencia como actitud vital. Incluso, a medio siglo de muertes, exilios y encarcelamientos, las justificaciones entre los herederos de los verdugos tienen un cariz a autoengaño.

El movimiento estudiantil de 1968 abrió el camino a la democracia en nuestro país, también anticipó la fortaleza de la organización de la sociedad civil, y además encendió la llama de la rebeldía por varios años y escribió otro capítulo en la tradición de la resistencia.

Todo mundo sabe de la famosa frase de Enrique Peña Nieto sobre la represión en Atenco, que lo hermanó discursivamente con Díaz Ordaz: «Fue una acción determinada, que asumo personalmente, para restablecer el orden y la paz en el legítimo derecho que tiene el Estado mexicano de hacer uso de la fuerza pública». Asimismo, hubo quien como el gobernador Manuel Velasco pronunció las duras palabras: «Hemos sido tolerantes a excesos criticables».

Pero son pocos quienes recuerdan aquel penoso discurso de Pedro Joaquín Coldwell, entonces senador de la república, quien se expresó en los siguientes términos al convertirse en dirigente nacional del PRI. «Nuestros adversarios han pretendido crear un estereotipo. Repitiendo -una y otra vez- que se trataba de un sistema autoritario que canceló, sin más, libertades públicas. No pueden aceptar que, en realidad, el sistema de gobierno priista salvó al país de los mayores autoritarismos del siglo XX: el fascismo y el comunismo, que flagelaron muchas regiones del planeta», declaró el hoy Secretario de Energía en diciembre de 2011 (en plena primavera peñanietista).

Nos salvaron, piensan algunos mientras dejan una ofrenda floral en el anti-monumento de la Plaza de las Tres Culturas. El anti-priismo toma un lugar privilegiado entre las buenas conciencias. En la bancada del Sol Azteca en San Lázaro, los diputados que a sillazos impidieron mítines de sus adversarios políticos en Coyoacán comunican que el PRD presentará, ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, «una querella para denunciar a los genocidas de 1968, porque los delitos de lesa humanidad no prescriben».

Sin embargo, la otra opción, la eterna oposición, por fin es Gobierno. «Al Movimiento Estudiantil de 1968», puede leerse desde hoy en letras de oro en el Senado y en la Cámara de Diputados. Se anunció el retiro de placas de la presidencia de 1964 a 1970 en el Metro de la capital, y se anticipó el cambio de nombre a calles «Gustavo Díaz Ordaz». El conflicto ha terminado, insisten. «Perdón sí, olvido no», demanda la nueva administración a las víctimas de la violencia. Adiós al 68, nos invita Joel Ortega en su nuevo texto prologado por Jorge Castañeda.

Hay ya una actitud de franca resignación hasta entre quienes siempre encontraron simpatías con las revueltas sesentayocheras. El ciclo se ha cerrado, declaran: del 26 julio de 1968 al 1 de julio de 2018. El mito fundador encontró una conclusión épica. Quizá parte del sentido rebelde que recuperaron el 15-M, Occupy y #YoSoy132 fue esa actitud antisolemne, provocadora, contracultural de sus camaradas: «Esto no es mayo del 68: nosotros vamos en serio». Los viejos de corazón se sintieron ofendidos cuando leyeron el cartel en España, el resto sin embrago comprendió de qué iba la cosa.

En nuestro país, durante la última movilización en la Universidad Nacional contra el mismo porrismo de la Guerra Sucia, pudo fotografiarse en medio de la marea de pancartas una que sentenció: «Prefiero ser otro 99, que otro 68». Digerir las virtudes de la Huelga del 99 será para algunos -incluidos miembros del Comité del 68 o del CEU- como ir al baño luego de tragarse una tuna con espinas. De ahí que en Rectoría, con estos casos en mente, sigan tiritando ante la organización estudiantil. «Ya nos mataron. No tendremos compasión», fue uno de los graffitis que apareció hoy en el Metro Copilco.

Aunque una pregunta continúa desgarrando las telarañas de la desmemoria y la confusión. «¿Qué tenía que estar haciendo el ejército en una plaza donde se celebraba un mitin?», un mitin popular (con niños, abuelos, trabajadores, amas de casa). Así lo cuestionó Luis González de Alba en Los días y los años. Un autor que aprovechó esta fecha para convertirla con su suicidio en un tétrico reproche a Elena Poniatowska, y a quienes exigen justicia por los 43 normalistas desaparecidos. El artífice y promotor de la medalla Belisario Domínguez a Gonzalo Rivas Cámara. Por ello, compartimos la opinión de Elenita: «el caso Ayotzinapa es peor que la masacre del 68, es una burla terrible».

Los enemigos jurados de González de Alba llegaron al poder. Y para su desgracia, en una paradoja del destino, cada vez se parecen a él. En sus críticas, quejas, sermones, pero sobre todo en su deseo de que el 2 de octubre se olvide, que los «vándalos» no hagan de las suyas a propósito de esta fecha. «Ya chole con las patrañas y las supercherías del 68», resumió así Carlos Marín el pensamiento de muchos. En fin, que la memoria viva no sea otra cosa que una procesión de muertos en vida. Que termine ya el conflicto.

Pero no, no ha acabado. Las circunstancias son otras, pero no ha acabado. Quien estuvo entre los presos o heridos del 2 de octubre ahora tiene las llaves de la cárcel y el mando de la policía. Y en lugar de acabar con el porrismo, lo convirtió en parte de su estructura electoral.

Así, no podemos olvidar. «Esa luz que nos deslumbra», aún alumbra y no nos dejará olvidar.