Cuba sin Fidel

Ya sin la mística, ahora Raúl Castro está forzado a reubicarse en la escena regional

Debe lidiar con la administración Trump y con una América Latina donde la izquierda se apaga.

 El final de Fidel Castro no implica un cambio en la cotidianidad política de Cuba ya que desde hace años su hermano Raúl lo reemplazó en la conducción del país caribeño. Ahora, con la muerte del símbolo de la revolución y la Guerra Fría, Raúl tiene una mayor flexibilidad para terminar de definir cuál es el destino inmediato de un país cuya matriz pertenece a un mundo que ya no existe.

Cuando se derrumbó la Unión Soviética se dieron los primeros signos aperturistas en la Isla, como por ejemplo permitir el dólar o la posterior visita del Papa Juan Pablo II. Durante los 90 el modelo económico demostró un retroceso evidente que fue apenas paliado por las ex repúblicas socialistas europeas que seguían colaborando en alguna medida con Cuba.

El inicio del siglo XXI encontró una situación igual de complicada que en los 90 con la diferencia de que Estados Unidos viró hacia Medio Oriente tras el 11-S y en Sudamérica surgieron gobiernos que comulgaron en lo discursivo con el castrismo, algunos de ellos se convirtieron en soportes económicos de Cuba como la Venezuela de Hugo Chávez que abastecía a la isla de petroleo.

Hoy Raúl Castro encuentra un tablero regional distinto. El aperturismo de los demócratas es reemplazado por Donald Trump que es presidente gracia a La Florida donde anoche festejaron hasta altas horas la muerte de Castro. De hecho, el único enlace que por estas horas tiene Trump con latinoamerica en materia de asesoría es Michael Socarras, abogado cubano residente en Washington y que es cercano a los halcones del Partido Republicano.

Sudamérica ha emprendido un giro hacia la centro derecha en todos los países de importancia. La centro izquierda solo se ve robusta en Ecuador. La economía venezolana está asfixiada y el país al borde de un estallido social por una serie de errores de Nicolás Maduro.

En este momento el futuro de un programa de apertura económica que eleve la calidad de vida de los cubanos pasa por las empresas  de dos países: México y España. La política se ha vuelto un terreno hostil que solo se puede compensar por la generación de un clima de negocios atractivo para esos capitales.

El desafío que tiene por delante Raúl es reconfigurar toda la estructura legal de Cuba para que esto sea una realidad. El país está abierto a inversiones en infraestructura, telecomunicaciones y energía, tal como lo propaga el propio gobierno de La Habana. Pero tiene códigos jurídicos y reglamentos formulados en el Partido Comunista Cubano en los años 60 y 70. Esa es la gran inquietud de los empresarios mexicanos que piensan un futuro en Cuba.

Raúl se ha mostrado hermético sobre las reformas reclamadas aunque es un hecho que para él implican un menor costo las que tienen que ver con la economía que aquellas vinculadas a la política: libertad de actividad partidaria, medios independientes del Gobierno, apertura electoral etc.

En los meses siguientes Cuba puede definir, ya sin los símbolos de un mundo pasado, si su destino es ser China (apertura económica pero centralismo político) o mutar hacia formas extrañas y poco esperables, que incluyen alguna innovación en la administración del poder. Seguir igual podría ser el peor negocio.