La UCR de Córdoba, al filo del papelón

En medio del proceso electoral interno, unos a otros se acusan de ladrones, tramposos, oportunistas, ventajistas. Si los radicales no confían entre sí, ¿por qué debería fiarse de ellos quien no es radical?

El radicalismo cordobés camina por el borde del ridículo. Extravió su capacidad de persuadir, acción que alguna vez fue el leitmotiv. Primero se lo hizo sentir la sociedad, que dejó de votarlo para gobernar. Ahora el problema es hacia adentro de la Casa Radical.

Los tres referentes de los principales sectores en pugna -Rodrigo de Loredo, Ramón Mestre y Mario Negri- ocupaban cargos partidarios y fueron candidatos en esa maquinaria electoral centrífuga. Quién tuvo más responsabilidades es una pregunta cuya respuesta depende del prisma de cada analista. Lo innegable y evidente es el resultado de esa estrategia.

Con la tozuda fragmentación de los bloques la Legislatura y el Concejo Deliberante, los radicales mantienen vigente y vital aquella funcionalidad que le garantizó al peronismo la hegemonía. Aquí también hay responsables directos, incapaces de negociar una táctica opositora sostenida y coordinada.

El radicalismo cordobés dejó de comprender su tiempo. Aún hay dirigentes que discuten la necesidad de alianza, dilema resuelto a fines del siglo pasado por el peronismo. Otros no conciben la naturaleza de los nuevos liderazgos de estos tiempos: compartidos, fragmentados, horizontales.

Ante la crisis, el partido careció, en general, de métodos nuevos para reconstruirse. Una vez más le da la espalda a su única experiencia electoral exitosa, incluso tras la debacle: la Franja Morada, cuyos referentes siguen ninguneados.

A modo de ejemplo: Brenda Austin, líder de ese espacio y uno de los cuadros más formados del radicalismo, fue invalidada para ocupar lugares de conducción partidaria tras haber votado a favor de la legalización del aborto, aunque su agenda pública es mucho más amplia. La miopía política es cruel.

El sistema métrico radical "contar los porotos" se divorcia de la realidad cuando obliga a la dirigencia territorial -a la intemperie, abandonada a su suerte y eclipsada por la maquinaria peronista- a pasar por una picadora de carne de la que difícilmente saldrá fortalecida. El riesgo es que los porotos sean muy pocos y el resultado, no concluyente hacia el futuro.

La elección interna agrega cada hora un capítulo vergonzoso: en medio del proceso electoral, unos a otros se acusan de ladrones, tramposos, oportunistas, ventajistas; lo hacen en los medios, redes sociales y en la secretaría electoral de la Justicia Federal. La pregunta es válida: si los radicales no confían entre sí, ¿por qué debería fiarse de ellos quien no es radical?